jueves, 17 de enero de 2013


MELANCOLÍA
¿Quiénes  somos?  ¿De donde venimos? ¿A dónde vamos?
 ¿Anónimo?
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Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir.
Jorge Manrique. 1440-11479.
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A veces, cuando rememoro acontecimientos del pasado lejano y pienso que el futuro, el  final, me queda mucho más próximo, una incertidumbre acompañada de rebeldía se apodera de todo mi ser pidiendo luz, pidiendo claridad que ilumine mis ideas y me confirme si soy un ser  vivo o el producto de un relato, de un cuento, de una novela, de un poema o de una tragedia. Si el dolor y la alegría son una farsa urdida por un ser superior, ya sea Naturaleza (Selección de las Especies) o Ser Supremo que juega conmigo, con nosotros, como si fuésemos marionetas, o tal vez, en realidad lo seamos. Por eso pido luz, y lo más lamentable y triste es que partiré  sin ver la claridad al final del túnel, salvo que de tanto estudiar el caso, de tanto comerme el coco llegue a mi ceguera la luz; la solución del enigma. Sería el primer ser de la Tierra en descubrirlo; o quizás esté equivocado y lo hayan descubierto ya los líderes religiosos y sus acólitos; esos fanáticos iluminados que tan seguros están de aquello que el resto de los humanos ignoramos.
Ante tanta incertidumbre por mi parte, sólo me resta una cosa: Esperar pacientemente con resignación y aceptar la luminosa frase de Sócrates. Aquel sabio griego que preguntado sobre el tema dijo: “Yo sólo sé que no sé nada."
Victoriano Orts Cobos.           

miércoles, 2 de enero de 2013


PERO, ¿POR QUÉ HABLA TAN ALTO EL ESPAÑOL?
LEÓN FELIPE,
TÁBARA, 1884-1968, CIUDAD DE MÉXICO.

Sobre este punto creo que puedo decir también unas palabras.
    Este tono levantado del español es un defecto, viejo ya, de raza.  Viejo e incurable. Es una enfermedad crónica. Tenemos los españoles la garganta destemplada y en carne viva. Hablamos a grito herido y estamos desentonados para siempre, para siempre porque tres veces, tres veces, tres veces tuvimos que desgañitarnos en la historia hasta desgarrarnos la laringe.
    La primera fue cuando descubrimos este Continente y fue necesario que gritásemos sin ninguna medida: ¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra! Había que gritar esta palabra para que sonase más que el mar y llegase hasta los oídos de los hombres que se habían quedado en la otra orilla. Acabábamos de descubrir un mundo nuevo, un mundo de otras dimensiones al que cinco siglos más tarde, en el gran naufragio de Europa, tenía que agarrarse la esperanza del hombre. ¡Había motivos para hablar alto! ¡Había motivos para gritar!
   La segunda fue cuando salió por el mundo, grotescamente vestido, con un a lanza rota y con una visera de papel, aquel estrafalario fantasma de La Mancha, lanzando al viento desaforadamente, esta palabra olvidada por los hombres: ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!... ¡También había motivos para gritar!
   El otro grito es el más reciente. Yo estuve en el coro. Aún tengo la voz parda de la ronquera. Fue el que dimos sobre la colina de Madrid, el año 1936, para prevenir a la majada, para soliviantar a los cabreros, para despertar al  mundo: ¡Eh! ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!...
   El que dijo Tierra y el que dijo Justicia es el mismo español que gritaba hace seis años nada más, desde la colina de Madrid a los pastores: ¡Eh! ¡Que viene el lobo!
   Nadie le oyó. Nadie. Los viejos rabadanes del mundo que escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento y todavía ahora no hacen más que preguntar como los pedantes: ¿pero por qué habla tan alto el español?
   Sin embargo, el español no habla alto. Ya lo he dicho. Lo volveré a repetir: El español habla desde el nivel exacto del hombre, y el que piense que habla demasiado alto es porque escucha desde el fondo de un pozo. (*)
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*La pregunta parece provenir de una invectiva de J. L. Borges contra León Felipe  con motivo de la traducción que éste hizo de Walt Whitman
V.O.C..