VIDENTE
ORPÉNDOLA
COLIBRÍ
Aprovechando que el pueblo estaba en fiestas, la autoridad eclesiástica, la municipal y la militar, (entiéndase: guardia civil), decidieron organizar una peregrinación a la ermita que custodiaba a la patrona, “La Virgen de los Imposibles,” para sacarla en procesión por los alrededores y que viera ella “con sus propios ojos.” el estado tan lamentable en que se encontraba el campo a causa de la sequía.
Todos, ataviados con sus mejores ropas y calzado se dieron cita en la plaza mayor y única del pueblo, y organizados en cuatro filas comenzaron su peregrinación.
Al frente de cada fila iba una autoridad, distribuída de la siguiente forma:
La fila interior derecha la encabezaba el sr. cura. La exterior derecha el sr. sargento.
La interior izquierda el sr. alcalde y la exterior izquierda en sr. consejal de urbanismo, el cual, también se ocupaba de los actos festivos y religiosos.
Cerrando la comitiva, algo distanciado; impermeabilizado hasta las cejas y con botas altas de agua, les seguía Vidente Oropéndola Colibrí. Pensó llevarse también el paraguas, pero para no dar la nota, a última hora optó por dejarlo en casa.
El día era luminoso, casi veraniego, a pesar de estar a primeros de marzo. A los vecinos les chocaba el atuendo de Vidente y algunos giraban la cabeza y comentaban divertidos sobre su excentricidades.
El recorrido transcurrió con cánticos religiosos, oraciones y, alguna que otra confidencia entre el alcalde y el concejal sobre un futuro no lejano de “palacetes amarillos y casitas blancas” distribuidos graciosamente por aquellos campos.
Al llegar a la explanada de la ermita, sorpresivamente comenzaron a caer tímidas gotas de agua. Poco a poco, las gotas fueron perdiendo la timidez y caían más alegres.
La gente no comprendía qué estaba ocurriendo: el cielo seguía sin una sola nube. Todos miraban hacia arriba sorprendidos y admirados a la vez. Por supuesto, todos menos Vidente Oropéndola Colibrí.
El páter, viendo que la lluvia aumentaba buscó las llaves de la ermita y al recordar que se las había olvidado en su casa, llamó al monaguillo para que regresase al pueblo y se las pidiese a “la sobrina”. El agua arreciaba y el buen hombre que –todo hay que decirlo- era muy responsable, ante el temor de coger un resfriado y tener que desatender por un tiempo a su rebaño, buscó dónde refugiarse de la humedad. Miró hacia la ermita y viendo que la visera de la puerta de entrada podía acogerlo, sin pensarlo dos veces, se arremangó la falda de la sotana e impulsado como por un resorte, corrió hacia ella seguido del alcalde y del concejal. Comprobaron que aún había espacio para el sargento y, siseándole lo invitaron , pero éste, como buen militar consideró que debía dar ejemplo y rehusó.
La gente arrodillada, rezaba y cantaba salmos a la Virgen, a Dios y a todos los santos habidos y por haber. La cosa no era para menos. Sólo Vidente permanecía de pie y en silencio. Cuando lo consideró oportuno, comenzó a caminar por entre “el rebaño”, hacia “la tribuna de autoridades” y al llegar junto a ellos les miró fijamente a los ojos, y con gesto enérgico y "ceremonioso", se quitó la capucha. A continuación se descorrió la cremallera de la chaqueta, se la quitó también y lo mismo hizo con los pantalones, quedándose en calzoncillos y botas altas de agua. Dobló delicadammente el impermeable. Se lo colocó en el brazo. Giró ciento ochenta grados y, calado hasta los huesos se volvió al pueblo "cantando bajo la lluvia".
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Victoriano Orts Cobos.
Málaga marzo de 2009.
(Re)visado el día 12 de octubre de 2016.