Recorrí en su entorno los primeros trece mil millones de kilómetros de los sesenta y cinco mil que ya he recorrido en esta Nave Sideral, perfecta y enigmática.
No lo recuerdo por el hecho clásico del anciano tierno y cariñoso que te relata cuentos, historias y vivencias.
Tenía una diminuta parcela, vallada por chumberas, con diez o doce olivos, un par de granados y similar número de higueras. Este capital, unido a las dos o tres pesetas diarias de su raquítica pensión, era el premio arrancado a una vida de sufrimientos y privaciones.
El abuelo Francisco era ya muy viejo. Yo lo recuerdo siempre muy mayor y achacoso. En sus años de salud debió ser un hombre fuerte. aun en su vejez. A pesar de que caminaba algo encorvado y apoyado un bastón, su figura causaba respeto por su firmeza de carácter. Al mirar te ofrecía unos ojos aceitunados grandes y brillantes. Al abrir la boca para amonestarte, (no recuerdo su sonrisa), su dentadura amarillenta se alineaba completa. Las arrugas de su rostro, semejaban surcos de un campo arado por potentes y tranquilos bueyes. Su nariz, generosa, parecía trasplantada de la piel de un paquidermo. Sus cejas, corridas, muy pobladas, conseguían mantener la frescura y la humedad de aquellos dos hermosos azabaches. Su frente, amplia, hacía de fachada a una cabellera fuerte y espesa de color ceniciento, casi blanco; que a su vez daba sombra a un cerebro que durante casi un siglo, día a día, hora a hora, pensó y sufrió demasiado.
Arrastraba su vejez el abuelo con mala resignación. Lo confirmaban sus lamentos y a veces, su casi llanto. Su mayor desgracia había sido la pérdida de su hijo menor en aquella guerra "incivil" de 1936.
Yo, que le hice alguna trastada quitándole granadas y alguna que otra breva, no puedo ni quiero olvidarlo. Lo recuerdo sentado en invierno y primavera en la recacha que él mismo se construyó con cañas y ramas bajas de olivo, tomando como base el tronco de la higuera de brevas de piel morada y grieteada pulpa roja y sabor más que a miel , que tenía frente a la puerta de su casa.
Allí, en aquella POCATORTA de mi infancia, rodeado de olivos sordos a su dolor, consumía gran parte del trozo de sufrimiento que le quedaba. De allí partían los lamentos y las iras de un ser que habiendo hecho sólo una cosa: trabajar para los suyos, se reprochaba a si mismo la forma en que había repartido su poca hacienda y su mucho amor, dando a unos -según decía- lo que debió dar a otros.
En sus lamentos-iras, lanzaba una patética frase que se borrará de mi mente cuando mi cerebro deje de funcionar: "¡Me cago en...,! ¡¡Dios me perdone!!"
A veces, la ira superaba al lamento, y los puntos suspensivos, la coma, los signos interiores de exclamación y el perdón se asustaban tanto que no osaban traspasar su garganta.
VICTORIANO ORTS COBOS.
(Re)visado el día 11 de octubre de 2016.
3 comentarios:
Has hecho una entrada triunfal después de ese silencio tan árido al que nos has sometido, Victoriano. Ha merecido la pena la espera, tanto por este homenaje tan increiblemente hermoso a tu abuelo, como las curiosas normas de comportamiento del niño estudioso, que dicho sea de paso, creo reconocer...
Volveré a releer estas dos joyas que nos regalas, me quedaron ganas de más.
¡Enhorabuena!
Loli, con "fans" como tú da gusto
escribir.
Muchas gracias. Un beso.
Victoriano.
Brutal.
Vamos a dejar a un lado los sentimientos, lo cual es prácticamente imposible cuando estas palabras que has escrito empiezan a estrangularte el corazón y te dejan indefenso, derrumbando el muro con el que nos queremos fortificar, haciéndonos impermieable ante lo que nos conmueve.
Pero desde el punto de vista literario. El comienzo del poema me ha dejado derrotado. Hace lo que tiene que hacer, te abofetea cariñosamente para que mires a los ojos y prestes atención sin perder detalle. Sublime.
Y después viene el final, que tampoco le desmerece en absoluto.
¿Cómo consigues ser tan mágico?
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