UNA
BUENA MUJER.
MONÓLOGOS
CON CLEOPATRA.
Cleopatra, tú sabes, o
deberías saber, que por prescripción facultativa tengo recomendado tomar un
mínimo de sol y que por este motivo en verano cambio el horario y madrugo para gozar de ese ejercicio tan
dinámico, distraído y sano:el de caminar.
Cuando me levanto creo que
voy a ser el primero en patear el paseo principal de la barriada pero no es
así, siempre hay personas que se me adelantan.
Este verano suelo
encontrarme a diario con dos mujeres, madre e hija. La madre puede superar
holgadamente los 80 años y, la hija, con evidentes síntomas de persona dependiente,
los 50. Las dos visten ropas muy limpias. La madre, invariablemente usa batas
amplias, frescas y de tonos oscuros, las más claras con lunaritos azules. La hija, por el contrario, luce blusas
y pantalones en colores claros y rameados. La madre conduce un carrito de la
compra del que saca alguna bolsa de plástico con semillas para los pájaros, que
va distribuyendo a tramos por el paseo. Cuando llego a su altura las saludo y
esa mujer me responde con una amplia sonrisa diciendo: –“son para las palomas;
pobrecillas, hay que ayudarles”- Me enternecen sus palabras y mi respuesta es
otra sonrisa generosa. Por su parte, la hija me mira fijamente a los ojos; me observa, y me sonríe tímidamente.
¡Qué ejemplo más hermoso el de esta buena anciana! Si hace esto con los animales, qué no habrá hecho y será capaz de hacer por su hija.
Cuando veo a estas personas que acompañan a sus seres dependientes y que los cuidan con tanto cariño se me parte el alma de dolor y respeto y pienso siempre en ¿qué será de ellas cuando no puedan atender a sus hijos?
En el caso de esta santa mujer, siempre sonriente, estoy seguro de que si le preguntara sobre lo que yo creo, su gran problema del futuro, un futuro tan cercano que considero presente, me contestaría algo así como… -“Hay que confiar en Dios. Él proveerá”- Y yo me vería obligado a preguntar de nuevo, en este caso a mí mismo. “Y ¿ por qué Dios no proveyó hace 50 años dándote a tu hija sana?”
¡Qué ejemplo más hermoso el de esta buena anciana! Si hace esto con los animales, qué no habrá hecho y será capaz de hacer por su hija.
Cuando veo a estas personas que acompañan a sus seres dependientes y que los cuidan con tanto cariño se me parte el alma de dolor y respeto y pienso siempre en ¿qué será de ellas cuando no puedan atender a sus hijos?
En el caso de esta santa mujer, siempre sonriente, estoy seguro de que si le preguntara sobre lo que yo creo, su gran problema del futuro, un futuro tan cercano que considero presente, me contestaría algo así como… -“Hay que confiar en Dios. Él proveerá”- Y yo me vería obligado a preguntar de nuevo, en este caso a mí mismo. “Y ¿ por qué Dios no proveyó hace 50 años dándote a tu hija sana?”
Victoriano
Orts Cobos. Verano de 2012. Publicado en diciembre de dicho año.
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