DIARIO
SUR
Jueves
15 de septiembre de 2016, página de
OPINIÓN
EL
EXTRANJERO
Matar
ANTONIO
SOLER
Nos
declaramos superiores al resto de los seres vivientes del planeta, y
los
utilizamos para nuestra supervivencia
El toro de la Vega,
desleído en el Toro de la Peña, se ha celebrado con la prevista trifulca entre
animalistas y tradicionalistas. Había banderas españolas, vestimentas
alternativas, lanzas domésticas, guardias civiles a caballo y todo el colorismo
carpetovetónico que pueden aglutinar un pueblo como Tordesillas y una sociedad
algo desflecada como la nuestra. El Toro de la Vega se convirtió en la cuña de
los animalistas e incluso algunos políticos que no se atreven a manifestarse
contra la fiesta de los toros si lo hicieron contra esa salvajada
vallisoletana. Los que portaban banderas patrióticas tratando de unir la
cerrazón al emblema constitucional e invocar una vez más la caverna al lado del
espíritu nacional apelaban, como es sabido, a la tradición. Su rudimentario
argumento se ampara en lo longevo de la brutalidad. Más de cinco siglos de
perseguir y alancear toros hasta la muerte. Atendiendo a esa tesis también
deberíamos respetar, preservar y declarar reserva cultural la ablación femenina
en África o recordar que por los años en que ese Toro de la Vega alcanzaba su
esplendor la Inquisición quemaba gente en las plazas públicas. Sencillamente,
el único aval que ampara a los defensores de esos festejos enjuagados en sangre
es el hecho de haberse mantenido a lo largo del tiempo contra viento, marea y
civilización.
Durante la refriega
que se produjo antes de soltar al toro “Pelado”, algunos de los protodefensores
entregaron un saco de ratones blancos a los animalistas. Les recordaban que a
esos animales también se les mata en los laboratorios después de diversos
tormentos. Tampoco querían que olvidaran que una vez acabado el festejo
acabarían con la vida de “Pelado” en el matadero. Los portadores de esos sacos
llenos de ratones estaban manifestando con una claridad absoluta lo desquiciado
de sus argumentos. El problema no es que se maten animales. El problema es que
se maten por placer. La indignidad moral no deriva de la muerte de un animal
sino de su festiva gratuidad y del sadismo que eso comporta. Cuando a “Pelado”
lo mataran ayer o anteayer se hacía para alimentar seres humanos. Cuando se
experimenta con cobayas se hace para salvar vidas de multitud de personas. No se
reunió nadie para disfrutar viendo cómo electrocutaban al toro, como tampoco
acude nadie a deleitarse con el sufrimiento de los ratones o monos en los
laboratorios. Su sacrificio comporta un beneficio general y efectivo para la
sociedad. Nos declaramos superiores al resto de los seres vivientes del planeta
y los utilizamos para nuestra supervivencia. Más o menos como intentan hacer
todas las especies en la medida de sus posibilidades. Esa supremacía, sin
embargo, empieza a ser dudosa cuando la tortura de un animal se convierte en
divertimento. Ya sea en la brutalidad directa que representaba el Toro de la
Vega o en otros actos presuntamente más sutiles, como las corridas goyescas,
donde la buena sociedad se reúne en torno al mismo asunto por mucho colorín, sastre
y perfume que le pongan al evento.
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Copiado por
Victoriano Orts Cobos.
Málaga 15 de
septiembre de 2016
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