Hay que ir sacando del armario el sentido reivindicativo que como andaluces tenemos guardado desde hace 40 años, cuando dos millones de personas salieron a la calle con el simple objetivo de no ser menos que los demás. Aquel 4 de diciembre de 1977, Andalucía calló a aquellos que querían ser más y mejor que el resto para construir una España de dos velocidades.
En Andalucía, el sentimiento nacionalista nunca ha tenido un especial arraigo y el andalucismo ha deambulado entre el artificio y la necesidad política, porque los territorios siempre necesitan de un relato épico capaz de aglutinar aspiraciones y esperanzas.
A los andaluces siempre les ha unido mucho más la dignidad que el territorio, el hambre que el poder, con el aparente aire despreocupado que otorga la sabiduría frente a la impostura. Andalucía es la gran biblioteca de España, donde las grandes civilizaciones dejaron su impronta durante miles de años y cuyo legado se observa paseando por cualquier rincón de esta región y en el ADN de los andaluces.
Y el paso de griegos, romanos, fenicios, visigodos o musulmanes fue esculpiendo la personalidad de un pueblo erudito, listo, vivo, cuya historia no requiere de libros de texto para reinventarla. Andalucía vuelve cuando otros van, porque sabe de conquistas e invasiones, porque fue imperio y sus gentes sufrieron a príncipes, reyes y señoritos. Aquí, en Andalucía, muchos han venido para esquilmarla, como hicieron con la floreciente industria metalúrgica, que acabó en el País Vasco, o con la textil, que terminó en Barcelona.
España siempre miró Andalucía por encima del hombro, y cuando no lo hizo sólo fue cuando en Madrid mandaban gentes de aquí. Ocurrió con Cánovas y con González; y con un puñado de ministros que siempre han barrido para casa. Yo no tengo duda. De no ser así no habría habido tren de alta velocidad a Sevilla y luego a Málaga o un aeropuerto como el de la Costa del Sol.
Andalucía es la región, por contra, que mejor encaja en España. Quizá por ello está llamada a liderar la defensa de un modelo territorial solidario, en el que todos los españoles seamos iguales. Y es en esta tarea en la que todos los andaluces debemos empeñarnos como hicimos hace 40 años. Andalucía es de fiar y no debe admitir que desde Cataluña o el País Vasco o desde los gobiernos acomplejados de Madrid se rediseñe una España desigual a golpe de talonario y deslealtades.
El sistema de financiación autonómica es el principio de una larga batalla en la que Andalucía se juega mucho más que un presupuesto; se juega su dignidad. Y ahí, sin tantas banderas ni fronteras, es cuando los andaluces siempre dan la talla.
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Publicado en Diario SUR por Manuel Castillo, director de dicho Diario .
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 5 de diciembre de 2017.
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