jueves, 18 de abril de 2019

Muere Manuel Alcántara, el último clásico de los escritores de periódicos

El periodista malagueño era el último testifo que comunicaba nuestro mundo con el de los Camba, Pombo y compañía.





Manuel Alcántara, en 2016. ANTONIO PASTOR
La casa de Manuel Alcántara en el Rincón de la Victoria tenía una ventana al mar que no era difícil de reconocer desde la calle. Si un amigo pasaba por ahí de madrugada, veía una lucecita azul, el clásico destello de una televisión en la oscuridad. ¿Qué estaría haciendo Alcántara despierto a esas horas?
¿Qué iba a hacer? Veía vídeos de boxeadores antiguos, de Sugar Ray Robinson, de Muhammad Ali y de su amigo Pepe Legrá, que lo consideraba su hermano blanco, porque uno había nacido de día y el otro de noche. Cuando se cansaba, se pasaba a la poesía del siglo de oro: leía a Quevedo, a Góngora y a San Juan de la Cruz. Luego se dormía. Depertaba muy tarde.
La escena aparece narrada en un texto que Cristóbal G.Montilla publicó en este periódico en 2015 y tiene ese aire de novela de costumbres que había adquirido la vida del decano de todos los escritores de periódicos de España. Alcántara confirmaba su fama en cada gesto que hacía: bebía dry martinis y gin tonics de Larios (se cuenta que en un tiempo remoto también estuvo interesado por el bourbon) en el bar vecino de Manolo (Manolo murió hace unos años). Escribía en una Olivetti, siempre por la tarde, nunca en ayunas de dry martini, y enviaba su columna al diario Sur, el periódico en el que publicó sus textos durante los últimos 30 años. Tenía su tertulia, el Búho de Oro, en la que hablaba de poesía y de boxeo, mejor del antes que del ahora. Acogía a los amigos que acudían a él como el que va a visitar a un viejo oráculo, uno especialmente sabio y amable. Hay quien dice que al final hablaba con el mismo lenguaje con el que escribía sus columnas. Pero ojo: también podía tener mal genio.
Alcántara era un animal de costumbres y sólo la muerte ha acabado con esa rutina envidiable. Tenía 91 años y desde hace tiempo, su historia se había convertido en leyenda.
Algunas certezas en el mito. Manuel Alcántara nació en el barrio de la Victoria, en pleno centro de Málaga (no confundir con el Rincón de la Victoria en el que ha muerto), muy cerca de la Plaza de la Merced en la que nació Pablo Picasso. Su padre era ferroviario, clase media-media, más de derechas que de izquierdas, y su generación (nació en 1928) fue la que vivió la Guerra Civil a medio camino entre la niñez y la adolescencia.
Lo siguiente fue Madrid.Después de la Guerra, su padre fue destinado a la capital y Manuel dio los clásicos primeros y erráticos pasos de los periodistas/escritores de la época.Entró en Derecho pero no le fue bien. Trabajó en una aseguradora pero se aburrió. Entró en el mundo de las tertulias. Conoció y aprendió a los gigantes de la generación anterior: Camba, González Ruano y Cela. «Manolo y yo jugábamos a los bolos en una bolera de Fuencarral y con mis primeras bolas le dejé perplejo. Me daba cocacola con whisky y se llenaban sus ojos de un espanto irónico y frío viendo cómo yo me bebía un vaso tras otro, como agua. El era por entonces el discípulo más claro de César. Todos éramos ruanistas. Manolo encontró pronto su propio camino», escribió alguna vez Francisco Umbral, compañero suyo en el asalto a la fama literaria.
Los periódicos se convirtieron en el modo de vida de Alcántara. Pueblo, Ya, Arriba, Marca y La Hoja del Lunes fueron sus casas. Fue un hombre integrado en el escalafón del franquismo aunque él presume de haber sido el primer periodista que reivindicó a Cernuda en la España oficial. Escribió crónicas de boxeo cuando el boxeo era tan popular como el fútbol o más, y también poemas de metro clásico, tema romántico y gusto antañoso que fue publicando desde los 23 años. Vivió alegremente, en los espacios de vida bohemia que iba tolerando el régimen: el ambiente de las tertulias, el despegue de la Costa del Sol en los 70, etcétera
Con los años, el boxeo, el periodismo romántico y la poesía de metro clásico se volvieron servicios un poco obsoletos. Y a Alcántara también le llegó la hora de la jubilación. Al principio, dividía el año en dos en torno a su cumpleaños. Una mitad del curso la pasaba en Madrid y la otra, en Málaga. Después se estableció definitivamente en el Rincón de la Victoria y enviudó. Pero nunca dejó de escribir. Perseveró en el oficio el tiempo suficiente como para que el mundo recuperara la fascinación por la obra y la vida de un escritor que parecía sacado de otro mundo.

La capilla ardiente de Manuel Alcántara, abierta en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento






La capilla ardiente de Manuel Alcántara, abierta en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento
SALVADOR SALAS

La Diputación y el Ayuntamiento de la capital decretan tres días de luto oficial. Una estatua recordará el lugar desde el que el poeta veía el mar en Rincón de la Victoria






Francisco Griñán

FRANCISCO GRIÑÁNMálaga
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Hijo predilecto de la capital de Málaga, la capilla ardiente de Manuel Alcántara, fallecido esta jornada, se instala en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento «por expreso deseo de su familia». Además, las banderas de la Casona del Parque ondean a media hasta en señal de duelo por el autor de 'Manera de silencio' y 'Fondo perdido' tras decretarse tres días de luto oficial.
El velatorio abre al público este Miércoles Santo, de 18 horas y hasta la medianoche, y el Jueves Santo, de 9 a 13 horas.

Por su parte, la Diputación de Málaga también ha decretado tres días de luto oficial en la provincia por la muerte de Manuel Alcántara, fallecido en la jornada de hoy. Según ha explicado a SUR el presidente del ente supramunicipal, Francisco Salado, la muerte del poeta y articulista de SUR «no solo es una pérdida para los malagueños, sino para toda España».
El también alcalde de Rincón de la Victoria, localidad de residencia de Manuel Alcántara en sus últimas décadas, ha señalado que el municipio ha decretado asimismo tres días de luto oficial. Además ha anunciado que próximamente se inaugurará una estatua con la imagen del poeta y periodista desde donde se veía «el mediterráneo que se colaba en sus columnas y poesías». «Ya solo nos queda colocarla y desafortunadamente no podremos inaugurarla con su presencia», ha lamentado Salado.
El presidente de la Diputación de Málaga destacó que, entre sus distinciones, Manuel Alcántara ostentaba con orgullo la de Hijo Predilecto de la Provincia, a la vez que ha destacado la doble condición de escritor del fallecido, como «uno de los mejores poetas de su época» y el «decano del articulismo español».
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EL ÚLTIMO ARISTÓCRATA DEL ESTILO




EL ÚLTIMO ARISTÓCRATA DEL ESTILO

Alcántara era la voluntad de estilo, la dignidad, la elegancia. Era el penúltimo heredero de una estirpe clásica, el superviviente de una raza que se extingue, de un tiempo que se acaba

IGNACIO CAMACHO
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SE llamaba Manuel y nació en Málaga, y en Málaga, su Málaga azul y blanca, se ha muerto frente a la playa dejando una orfandad de gaviotas desorientadas. Era un místico descreído, un estoico lleno de esperanza y al tiempo un epicúreo de paso corto y vista larga; un dandi de fina estampa, ancha frente y cabellera blanca, un patricio del artículo y de la poesía, un conversador magnético al que se le caían de los bolsillos manojos de metáforas. Era, como durante tres décadas demostró en esta contraportada, el rey de la distancia corta del periodismo, el príncipe de la frase exacta, de la chispa sutil y de la ironía en voz baja; el orfebre de la cita precisa, el maestro del pensamiento en ráfagas. Era el fondo firme y la forma delicada. Era la ternura sin empalago, la amistad franca, la inteligencia sin pedantería, la humanidad diáfana; era la disciplina, la entereza, la bondad machadiana, la dignidad, el pudor, la elegancia. Era el perfil estético y moral de una estatua romana. Era el superviviente de una raza literaria que se extingue, de un tiempo que se acaba. Era la memoria de un siglo, el penúltimo heredero de una estirpe clásica, de una aristocracia intelectual que hizo del lenguaje una patria y del estilo un sello de impronta nobiliaria.
Cuando recibía un homenaje y escuchaba elogios derramados como simbólicas petaladas sobre su cabeza, Alcántara solía decir que era uno de los pocos mortales con el privilegio de haber podido leer su propia esquela. Temía a la muerte tanto como cualquiera pero bromeaba con y sobre ella para ahuyentar el fantasma de su certeza. El humor fue siempre su mejor arma dialéctica. Una vez le dijo a Domi del Postigo que miraba a Dios "con expectación", otra exquisita pirueta de su guasa escéptica. El existencialismo, como filosofía y como ética, impregnó desde muy joven sus mejores poemas, que figuran entre los más hondos de toda la generación de los años cincuenta. Fue un niño de la guerra que desde adulto se veía como "un hombre de pie sobre sus huellas", y acaso por eso se agarraba a la vida con una rebeldía prometeica. La vocación de la escritura que le fluía por las venas era su vía de escape, la herramienta que le ayudaba a eludir la inquietud metafísica de la trascendencia; mantuvo hasta casi el final la cadencia del artículo diario, desafiando los límites de su fortaleza. Al final, el peso de la edad le menguó las fuerzas y por apenas tres meses no pudo cumplir su férrea voluntad de morir con las manos sobre las teclas, que era su forma de hacerlo, como los héroes, con las botas puestas
De esa lealtad indeclinable con el oficio queda el legado asombroso de más de veinte mil artículos. Acaso sólo con los dry-martinis, la bebida que definió como un cuchillo derretido, logró una estadística lo bastante alta como para batirse a sí mismo. En todo ese formidable legado escrito es imposible encontrar un solo rasgo nihilista u oblicuo, un vestigio de crueldad, de acidez, de rencor o de cainismo. Su estructura moral era incompatible con el odio, con el encarnizamiento, con la impiedad; no se le conocían enemigos. Detestaba el griterío, la invectiva, el matonismo periodístico; usaba el ingenio en vez del sarcasmo, la paradoja en vez de la humillación, la indulgencia en vez del castigo. Sabía envolver la crítica en la distancia elegante del tono elíptico y encontrar un camino para envolver el reproche en una pátina de esperanza y de humanismo compasivo. Su sueño cívico era el de Tercera España, el de la convivencia eternamente emparedada entre antagonismos trincherizos, el ideal de una democracia apacible que defendió desde la lucidez de un discreto pesimismo.
Ser hombre es ir andando hacia el olvido, escribió en el más intenso de sus latidos líricos. No es su caso, al fin: hoy camina hacia la eternidad envuelto en la mortaja de un reconocimiento unánime y merecido. Ha sido, como Rubén Darío dijo de Verlaine, el padre y maestro de todas las generaciones actuales del articulismo, a las que acogió siempre con su grandeza hospitalaria de amigo. El mejor título al que podríamos aspirar, a falta de su inalcanzable estilo, es el de considerarnos siquiera discípulos de su ejemplo de independencia y compromiso. Y aunque ya no podamos decir que es el mejor columnista español vivo, seguirá viviendo siempre en la imborrable gratitud y estima de quienes le conocimos.anos sobre las teclas, que era su forma de hacerlo, como los héroes, con las botas puestas.
De esa lealtad indeclinable con el oficio queda el legado asombroso de más de veinte mil artículos. Acaso sólo con los dry-martinis, la bebida que definió como un cuchillo derretido, logró una estadística lo bastante alta como para batirse a sí mismo. En todo ese formidable legado escrito es imposible encontrar un solo rasgo nihilista u oblicuo, un vestigio de crueldad, de acidez, de rencor o de cainismo. Su estructura moral era incompatible con el odio, con el encarnizamiento, con la impiedad; no se le conocían enemigos. Detestaba el griterío, la invectiva, el matonismo periodístico; usaba el ingenio en vez del sarcasmo, la paradoja en vez de la humillación, la indulgencia en vez del castigo. Sabía envolver la crítica en la distancia elegante del tono elíptico y encontrar un camino para envolver el reproche en una pátina de esperanza y de humanismo compasivo. Su sueño cívico era el de Tercera España, el de la convivencia eternamente emparedada entre antagonismos trincherizos, el ideal de una democracia apacible que defendió desde la lucidez de un discreto pesimismo.
Ser hombre es ir andando hacia el olvido, escribió en el más intenso de sus latidos líricos. No es su caso, al fin: hoy camina hacia la eternidad envuelto en la mortaja de un reconocimiento unánime y merecido. Ha sido, como Rubén Darío dijo de Verlaine, el padre y maestro de todas las generaciones actuales del articulismo, a las que acogió siempre con su grandeza hospitalaria de amigo. El mejor título al que podríamos aspirar, a falta de su inalcanzable estilo, es el de considerarnos siquiera discípulos de su ejemplo de independencia y compromiso. Y aunque ya no podamos decir que es el mejor columnista español vivo, seguirá viviendo siempre en la imborrable gratitud y estima de quienes le conocimos.
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Hoy, como no podía ser de otra manera, El Diario SUR es prácticamente Manuel Alcántara. Yo, con estos tres artículos copiados/ pegados de Internet quiero, en mi modesta persona, rendir mis respetos a este  personaje tan entrañable, que tanto me ha deleitado con su sabia enseñanza.
Victoriano Orts Cobos.
Málaga 18 de abril de 2019.
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