XIX
PAISAJE GRANA (PLATERO Y YO)
La cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpura-
do, herido por sus propios cristales,que le hacen
sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar
verde se agria, vagamente enrojecido; y las
hierbas y las florecillas, encendidas y transpa-
rentes, embalsaman el instante sereno de una
esencia mojada, penetrante y luminosa.
Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero,
granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso a
un charquero de aguas de carmín, de rosa, de
violeta; hunde suavemente su boca en los espe-
jos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos
él; y hay por su enorme garganta como un pasar
profuso de umbrías aguas de sangre.
El paraje es conocido, pero el momento lo tras-
torna y lo hace extraño, ruinoso y monumental.
Se dijera, a cada instante, que vamos a descubrir
un palacio abandonado... La tarde se prolonga
más allá de sí misma, y la hora, contagiada de
eternidad, es infinita, pacífica, insondable...
-Anda, Platero.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
1 comentario:
Que precioso poema para acariciar la vida, cada palabra parece impregnada de dulzura y suavidad. Me parece hermoso incluirlo aqui, justo a continuación del anterior, como bálsamo para sanar heridas...
Publicar un comentario