domingo, 20 de junio de 2010

COMOTÚ

COMOTÚ

Este relato, que consta de 5062 palabras, tiene una duración lectiva aproximada de 30 minutos. Mucho más que la duración de un soneto, y la tercera parte de un partido de fútbol de la Selección Española o de cualquier otra selección.
Quiero hacer esta advertencia para que aquel posible lector que entre en: http://pocatorta.blogspot.com/, recapacite antes de poner “manos a la obra,” porque prefiero que no lo lea a que lo haga deprisa o lo que es peor: lo deje a medio terminar. Muchas gracias.
*****
Dos lunas orondas y un sol de julio y justicia habían sido sus anfitriones en aquel lugar que tenía por techo el firmamento y por paredes el mar y las montañas. Había pasado todo el día anterior vagando de acá para allá aturdido sin saber dónde se encontraba.
De madrugada, antes de acostarse, los padres de Comotú lo habían cogido, lo habían metido en el maletero del coche, habían llegado a aquel solitario lugar y lo habían dejado abandonado a una muerte lenta y segura. Después volvieron a su casa, besaron a su retoño que dormía plácidamente y se fueron a su dormitorio a descansar. ¡Qué alivio! se habían quitado un estorbo de encima. De otra habitación salieron una serie de frases con reproches.
Así comenzó su calvario. Su boca sedienta y su estómago vacío le martirizaban continuamente. El día anterior fue tremendo y las dos noches terroríficas a pesar de que la oscuridad fue mínima gracias a la luna llena. El merodear de los zorros en busca de alimento, aquel que con su fino olfato lo localizó y se dirigía hacia él en el preciso instante en que un andrajoso y torpe conejo que caminaba renqueante dando la sensación de estar casi ciego y enfermo se interpuso entre ambos de forma que el cánido sólo tuvo que dar un salto para atraparlo. Aquel búho tan enorme que le observaba desde una encina con aquellos ojazos que parecían dos faros. Aquella serpiente que reptaba silenciosa y que huyó al oír sus asustados ladridos…
Todo aquel drama lo estaba viviendo nuestro personaje que se encontraba en aquel momento semioculto a la orilla de aquella sinuosa carretera en las afueras de la ciudad.
Ensimismado en su drama estaba el desgraciado cuando vio aparecer por aquel solitario lugar a un ser que lentamente caminaba parándose de vez en cuando a observar el paisaje. Aumentó su miedo y se ocultó algo más para no ser visto por aquel inesperado visitante pero, su color endrino destacaba sobre el verde y pajizo de los árboles, arbustos y matojos, por lo que no fue difícil para aquel personaje acostumbrado a los colores naturales del campo identificarlo.
¿Qué hacía allí tan de mañana un animal tan joven y además solitario? La respuesta no tardó en llegar al cerebro de aquel hombre. Convencido de que se trataba de un abandono, tan común en estas latitudes y, más aún en fechas veraniegas, compadecido trató de atraerlo hacia él pero el animal desconfiado y temeroso retrocedió huyendo monte abajo.
Del esfuerzo realizado por aquella huída, su garganta se le había secado aún más, sus pies le temblaban por falta de energía y su estómago le pinchaba como si un alacrán se hubiese incrustado en él.
Rendido y moribundo se recostó a la sombra de un árbol frondoso. En uno de esos árboles que uno cree que siempre fueron grandes, sin pensar que todo ser tiene su principio pequeño y débil (como pequeño y débil era nuestro pequeño animal) y que en su tiempo necesitó el cuidado de alguien aunque ese alguien fuese la Naturaleza, como cuidado también necesitaba el pequeño Drino.

Bajo aquella protectora sombra que hubiese resultado paradisiaca, de tener su estómago lleno y una humana y amiga compañía, veía la muerte acercársele a pasos de gigante y pensó ¿Qué había hecho él para merecer aquel fin, aquella muerte tan lenta y dramática?
Más de dos horas hacía desde que huyó de aquel hombre y no se había movido del lugar en que había caído, cuando oyó ruido cercano. Giró la cabeza con cierto esfuerzo y comprobó que nuevamente aquel hombre estaba observándolo. ¿Qué quería? ¿Por qué no lo dejaba morir tranquilo? Si tranquila podía llamársele a aquella muerte.
Con los ojos llenos de desconfianza miró nuevamente a aquel hombre y observó que de una botella de agua dejaba caer un chorro cristalino en un recipiente y que después de llenarlo caminó con él unos pasos y lo dejó en el suelo cerca de donde él se encontraba, para después volver al lugar de observación.
La llamada del agua amortizó algo el miedo y suspicacia de Drino. Allí, en aquel recipiente, estaba la vida que a él se le estaba yendo por momentos y, aunque pudiera tratarse de una encerrona, ¿qué más daba morir en manos de algún malvado que morir de sed? Quizás la primera de las posibles muertes fuera la memos dramática.
No lo pensó más y cogiendo fuerzas de donde no las había, arrastró su cuerpo, porque sus piernas no le respondían y reptó hacia la vida.
Comenzó a tragar con tanta impaciencia que se le hizo un nudo en la garganta que a punto estuvo de asfixiarle. Comprendió que tenía que tomárselo con más calma. Así lo hizo hasta que se hartó. ¡Que satisfacción sentía! Su cuerpo era otro. Sólo con el agua ya se sentía satisfecho. No se acordaba en aquel momento de que hacía dos días que no probaba líquido ni alimento alguno. Miró a su alrededor algo más confiado y vio como aquel individuo que le había facilitado el agua, removía en una bolsa y sacaba algo. Era otro recipiente que colocó a mitad de la distancia que les separaba, para después volver de nuevo a su lugar de observación.
A pesar de las precauciones adoptadas por el visitante Drino retrocedió unos pasos (ya podía andar). Su olfato, que era muy agudo, captó un olor a carne guisada que no pudo resistir y animado por su estómago que lo acusaba de cobarde, se encaminó al lugar de donde venía aquel olor delicioso que no era otro que aquel de donde se encontraba el recipiente.
Aquello fue una delicia. Si el agua había significado la vida, aquella carne era la gloria. Ya no sintió miedo pues pensó, y con muy buena lógica, que aquel ser que así se comportaba, no podía quererlo mal de ninguna de las maneras. Él, ignoraba que la lógica no es una ciencia exacta y en este caso la ignorancia le favoreció.
Terminado el banquete consideró que era de ser agradecido el rendir pleitesía a su benefactor y con el rabo entre las piernas, en actitud de sumisión se encaminó hacia aquel ser que tan bien lo había hecho con él.
Cándido Verduras Sivestre, pues éste era el nombre del personaje anónimo hasta ahora, lo recibió con una sonrisa que le partía la cara. Drino confiado, le olisqueó los pies y sin pensárselo dos veces se tendió sobre ellos. Así estuvo un gran rato. Satisfecho su cuerpo y confiado su espíritu por la protección de aquel hombre durmió tranquilo un gran rato.
Entre sueños creyó estar en un paraíso. Notó en su cuerpo la brisa de la mañana. Por la parte baja de aquella atalaya donde se encontraba, discurría un encanijado y moribundo arroyuelo que recibía una mínima transfusión de agua, y que a duras penas daba vida a una variada flora en la cual los pájaros encontraban su hábitat. Sus cánticos llegaban diáfanos a los oídos de Drino. Destacaban entre todos ellos el arrullo de las tórtolas, el mensaje telegráfico de las oropéndolas y sobre todo el confiado, melódico y potente concierto de los ruiseñores.
Pasado un gran rato la mano cariñosa de Cándido se posó sobre su lomo, y ambos se miraron tiernamente. Cándido hablándole con voz suave le preguntó sobre el por qué de su situación y Drino que entendía perfectamente el idioma humano, le contestó en el suyo, que era ladrar.
No hace falta que me ladres. (Le interrumpió Cándido). Sólo necesito que me mires a los ojos, ellos se encargarán de transmitirme tus pensamientos.
En aquel momento vino a la mente del pequeño el recuerdo de la Sra. Amparo. El día aquel en que a través de los ojos de aquella buena mujer leyó en el pensamiento de un ser humano, y ahora se preguntaba por qué no pudo hacer lo mismo con el resto de sus amos.
Cándido que ya estaba en actitud receptiva, captó su pensamiento y le tranquilizó diciéndole:
No sé si en alguna ocasión te habrás comunicado con algún ser humano a través de tus ojos sin necesidad de ladrar, pero si lo has hecho, sólo ha podido ser con seres que de verdad te comprendían y te querían. Para Drino con aquella frase quedaba todo aclarado.
Drino se situó frente a Cándido, en posición de sentado, es decir, las patas traseras, el culito y el rabo apoyados sobre el suelo y las delanteras libres hacia abajo.
A partir de ahí todo fue un diálogo interrumpido sólo por el parpadeo de los ojos de Drino que de vez en cuando necesitaban lubricarse.
Así comenzó su relato:
-Yo nací en una casa de campo. Formaba parte de una camada de cinco hermanos. Era muy feliz protegido por mi madre y acompañado por mis hermanos. Me duró poco aquella felicidad. De las ubres calientes y fértiles de mi madre, de forma inesperada pasé a beber leche en un recipiente de plástico. Un mal día, sin saber porqué, de aquél lugar espacioso de la casa de campo pasé a una caja de cartón en una habitación pequeña y oscura .¡Qué diferencia de aquella mansión a la jaula de mi nueva residencia, con tres o cuatro ventanas y por si fuera poco, no daban a la calle, a la tierra, si no al vacío! Un día, estando abierta la más grande de aquellas ventanas la curiosidad me hizo asomarme. Me llevé un susto tremendo. Me había asomado creyendo estar a ras de tierra y cuando comprobé la altura que me separaba de ella, retrocedí asustado y ya nunca más volví a asomarme por aquel hueco.
Mi nuevo hogar lo formaban, la abuela, el matrimonio y una criatura llamada Comotú. Los padres paraban poco en la casa: ambos trabajaban fuera. La abuela que apenas si podía con su cuerpo era quien tenía que hacer frente a todos los trabajos de la casa.
Me resultó muy duro adaptarme a mi nueva vida. En principio perdí las ganas de comer, pero poco a poco las fui recuperando. Comotú me cuidaba en exceso. Muchas noches me acostaba en su cama. A su abuela no le gustaba. Era la más rebelde de la familia. A decir verdad, a mí tampoco me gustaba dormir con ella, pero, ¿quién era yo para opinar?
Pronto me di cuenta de que Comotú era demasiado absorbente y conseguía todos los caprichos a fuerza de protestas y malos modos.
Pasada la fiebre de la novedad Comotú comenzó a darme de lado y muchos días no me sacaba a la calle a hacer mis necesidades.
Un día que yo tenía la barriguita descompuesta y no me había podido sacar la abuela a la calle porque a la pobre no le daba tiempo de acudir a todas partes, me hice pipí y caca en un rincón. De momento nadie lo notó pero al pasar las horas, por la tarde cuando llegó el matrimonio descubrieron las causas de aquel mal olor que notaron al entrar y después de reprender a la anciana por no sacarme a la calle, me castigaron físicamente.
Aquello no era como al principio –proseguían relatando los ojos de Drino-. Recuerdo aquel día. Era de los primeros de mi estancia en aquella casa, cuando jugando panza arriba con Comotú, al hacerme cosquillas en la pirula no pude resistirlo y lancé un chorro de pipí que en nada envidiaba al famoso Manneken Pis. Aquello fue una fiesta. Era fin de semana y estaba la familia al completo. Comotú al ver mi travesura gritó de alegría acudiendo sus padres que aplaudieron aquella ocurrencia. La abuela no se alegró tanto. Yo sin comprender la causa pensaba que no le caía bien a aquella anciana que portaba un cubo y una fregona y comenzó a limpiar la humedad producida por aquellos orines.
Fue otro fin de semana. Domingo por la mañana. Era ya muy tarde. Las doce del mediodía. Todos dormían excepto la abuela y yo. La noche anterior debió ser muy ajetreada para el trío y volvieron de madrugada. Yo que había dormido un rato con Comotú pude zafarme de sus brazos y salté al suelo. Me dolía todo el cuerpo de tanto dormir y además tenía ganas de hacer caca. No recordaba ya el tiempo que llevaba sin hacerla. La abuela ya estaba cancaneando por aquella jaula cerrada al exterior para evitar que los rayos solares interrumpieran con su claridad el descanso de sus moradores. Era digno de admiración el comprobar cómo aquella silenciosa mujer lo tenía todo limpio y ordenado. A mí, a pesar de ser un animal irracional, mi instinto me advertía de que no debía ensuciar, pero, ¿qué hacer? Ya está, -me dije-, apretaré el culito hacia adentro y echaré la caca por la boca en el cubo de fregar. Lo intenté varias veces pero la idea no daba resultado. Así pues, desistí de mi intento.
Pasaron los minutos, que para mí fueron horas y las horas tan largas que se me antojaron días. Si al menos Comotú se despertase – me decía- y me sacase a la calle. Aquello era como soñar despierto. Todos dormían a pierna suelta, y quien sabía hasta cuándo. Yo mientras tanto me retorcía de dolor. Me faltaban las fuerzas para seguir contrayendo mi culito y, mi vientre más que un vientre era un globo que se inflaba cada vez más. No pudiendo resistir más ventoseé con tal fuerza que como si de un disparo de escopeta se tratara sembré de “ perdigones” el Salón que la abuela terminaba de fregar.
Un grito de sorpresa de la anciana despertó a los durmientes que se lanzaron aterrados de la cama creyendo que algo grave había ocurrido. Al comprobar la siembra de pelotitas que había desparramado por el suelo, padres y retoño irrumpieron en una risa que les duró un gran rato arrastrando en su fiesta a la abuela que quizás algo forzada les siguió la corriente. Yo no salía de mi asombro. ¿Cómo era posible? Yo que había estado tanto tiempo aguantando, que casi reviento de dolor, y al final aquello terminó en una fiesta. Es curioso –me repetía- la vida es una caja de sorpresas. ¡Lo que me queda por aprender!
Otra cosa muy distinta fue el incidente de la bañera. Fue la primera y única vez que Comotú me bañó y ocurrió de la siguiente forma: Una mañana antes de ir al colegio su abuela le había preparado el baño. Comotú se había levantado de caras largas y para fastidiar a la anciana le dijo que no se bañaba si yo no lo hacía en su compañía. La abuela no se lo permitió en principio pero cansada ya del monstruíto me cogió por el lomo y me lanzó a la bañera al tiempo que gritaba: “¡a ver si os ahogáis!, así podré descansar”. Yo, al verme inesperadamente en el agua me llevé un gran susto, pues jamás me había visto en una balsa tan grande y creí que me ahogaría pero no fue así. Sin saber por qué, sin haber aprendido a nadar me mantenía a flote. Comotú también se dio cuenta y metiéndose también en la bañera le dijo a su abuela: -mira abuela que gracioso, un juguete de carne y hueso y que además nada. Seguro que también bucea. Y cogiéndome por el lomo me introdujo en el fondo del baño. Las pasé canutas. Creí que aquel iba a ser el último día de mi vida en este mundo. Traté de deshacerme de aquella mano monstruosa que me aprisionaba y en un impulso de desesperación, al tropezar con el cuerpo de Comotú le arañé y dando un grito me lanzó fuera, dándome un mamporro en la cabeza que me dejó sin sentido.
Como ya dije, fue el primero y único baño que me dio Comotú. Desde aquel día no quiso saber nada de mi. A partir de entonces mi presencia en aquella casa, de no ser por la buena de aquella anciana, que en un principio me cayó un tanto “gorda” mi vida hubiese sido un desastre. Nadie se preocupaba de mi. Nadie me cuidaba. Nadie me daba de comer ni de beber. Nadie me acariciaba. Sólo la abuela, que supe que se llamaba Amparo, fue quien se preocupó de mi. Mi Comotú me ignoraba o me maltrataba diciendo que me iba a cambiar por un gatito, ya que éstos no se bañan y así no correría el riesgo de que le arañase en la bañera.
Por el comportamiento de mis amos intuía que mis días en aquella casa estaban contados. Aquel monstruíto era mucho monstruo y sus padres se lo consentían todo. Hace días que noté que el ambiente estaba un tanto enrarecido. La señora Amparo estaba más triste aún de lo acostumbrado y en más de una ocasión discutió con el resto de la familia. En una de sus frases de protesta escuché –“¿abandonar en las afueras?”.
Se acercaba la fecha de las vacaciones. A las de los padres me refiero porque Comotú hacía días que las había comenzado.
Un día que nos encontrábamos solos la abuela y yo, ésta no paraba de preparar paquetes y la pobre, cansada se sentó en un sillón. Yo, de forma disimulada me acerqué a ella y me eché en el suelo reluciente y fresquito. Le miré a los ojos y mi sorpresa fue enorme al comprobar que a través de ellos podía captar lo que estaba pensando. ¡Qué maravilla! ¿Cómo era posible aquello? Sin necesidad de escuchar su voz, con mirarla a los ojos captaba su pensamiento.
-“¿Por qué me decidí a dejar mi casa?, Allí yo vivía sola, es cierto, pero tranquila e independiente. A nadie tenía que cuidar, ni a nadie dar explicaciones de mis actos. Todo me lo pintaron de color rosa y abandoné mi casa en la cual era la señora, para pasar poco a poco a  ser la criada de mi propia familia. Ya sé que no puedo dar marcha atrás y tendré que seguir hasta que el cuerpo aguante y cuando ya no pueda más me encomendaré a Dios. Cuando este chucho llegó, lo recibí con acritud porque sabía que al final, o mejor dicho, desde el principio, sería una carga más para mi, sin embargo, ahora me da pena y no quisiera separarme de él. Al llegar a este punto, los ojos de la anciana que miraban fijos hacia mí se inundaron de lágrimas. Debido a este incidente la comunicación quedó interrumpida y la intriga y la preocupación invadieron todo mi ser, porque, ¿qué había querido decir aquella buena mujer con “no quisiera separarme de él”?
Aquí Drino dio por terminado su relato y Cándido tomó la palabra-silenciosa:
Esta mañana cuando te encontré aquí abandonado y después de alejarme, no podía quedarme tranquilo, pues mi conciencia me acusaba de no estar comportándome como era debido. Por eso he vuelto y lo he hecho provisto de agua y comida pues, comprendí que era la mejor manera de ganarme tu confianza, y como ves, la idea surtió efecto. Ahora que ya somos amigos, no quiero que entre nosotros haya malas interpretaciones. Lee pues con atención lo que voy a decirte. Yo vivo en un piso de pequeñas dimensiones. Quizás más pequeño que aquel de donde vienes y por lo tanto nunca quise tener animales el él. Es mi manera de proceder y no pienso cambiar. Quiero decirte con ello que no debes hacerte a la idea de que vaya a adoptarte, y que mi propósito es llevarte al centro de acogida de animales. Ya sé que no es el lugar más atrayente para vivir, pero si somos realistas tampoco es el peor. Muchos perros que viven con seres que los maltratan se sentirían felices de estar allí. A no ser que prefieras vagabundear errante por la vida. Al escuchar esta frase al pequeño se le erizó toda su pelambre pues no podía olvidar aquellas dos noches y aquel día tan terroríficos que había pasado.
Yo haré lo que tú dispongas. Todo menos quedarme aquí. Haré cualquier cosa menos correr aventuras. No soporto la soledad ni quiero volver a pasar sed y hambre. -Bien, entonces pongámonos en marcha.
Cándido no le había dicho toda la verdad a Drino respecto a su futuro. Le resultaba demasiado duro el tener que decirle que los animales que ingresaban en la perrera, al cabo de unos días si no eran recogidos por sus dueños o adoptados por alguien, eran “dormidos” con una inyección eutanásica.
El pobre animal, más tranquilo por la mentira piadosa de su acompañante, caminaba observando el paisaje y le parecía que se había transformado. ¡Cuánta luz! Y qué arboleda tan exuberante: La esbeltez de los pinos, la majestuosidad de las encinas y alcornoques, la uniformidad de los olivos formando filas como un regimiento de paz. Aquella retama que por un capricho de la Naturaleza había retrasado su floración ofreciendo sus penachos de oro perfumado. La embriaguez del tomillo, el romero y la salvia. Las hojas nuevas de las chumberas con sus peinetas de almíbar. Aquellas pitas que llegado el final de su existencia ofrecían en sus lanzas enhiestas la perpetuación de su especie.
Cándido por el contrario, en aquel momento veía sólo lo negativo: el abandono y suciedad en que se encontraba el extrarradio de la ciudad. Verdaderamente era una pena. Escombros y basuras por todas partes. Leía con amarga ironía algún cartel que advertía: “prohibido verter escombros bajo multa de…” ¿Quién ponía aquellos anuncios allí? Y para qué servían? Él no sabía de nadie que hubiese pagado una multa por tal acción. No había más que ver una o dos casas habitadas e incluso alguna venta para comprobar que allí mismo se producía un basurero. ¿Quién tenía la culpa de aquel abandono? Sin lugar a dudas, muchas de las personas que así se comportan son las mismas que a nivel de rivalidad regional ponen a su ciudad por las nubes en defensa de la belleza y la hermosura. ¡Qué incongruencia! ¡Qué pena!
Pena le daba a Drino ver a su acompañante tan deprimido.
Habían andado algo más de un kilómetro por la carretera de regreso a la ciudad y llegaron a un punto en que ésta se convertía en calle. A ambos lados se ofrecían una hilera de casas achaparradas, enraizadas a la tierra como negándose a crecer hacia arriba. Todas blancas, enjalbegadas de cal y jazmines y con sus terrazas repletas de plantas y flores.
Caminaban despacio por la acera y, llegados a la puerta de una vivienda vieron a una señora mayor pero no decadente, que se afanaba en el cuidado de su jardín. Cándido la saludó pronunciando su nombre: -¡Hola , Aurora, ¿Cómo estás, hija? ¡Hola "padre"! Le contestó sonriente y desenfadada la anciana. ¿Qué, ya vienes de inspeccionar el campo, ¿no?... ¡Qué sería de éste sin ti!
A Cándido le extrañó mucho que Aurora estuviese sola. Siempre estaba acompañada de su inseparable "Canela". ¿Qué pasaba, o qué había podido pasar?
-¡Anda, entra, no te quedes ahí parado como una estatua! Pasa que tengo faena para ti. Cándido le obedeció , y asegurándose de que Drino entraba también pasó al interior de la casa.
Aurora siempre tenía faenas para Cándido. Todos los pequeños deterioros se los subsanaba. Ella le decía (y no sin razón) que era un manitas.
Hoy se trata del fregadero. Las juntas del desagüe, que como sabes son de plástico, de viejas que son se han grieteado y he comprado unas nuevas para que tú las pongas. Te iba a avisar por teléfono pero como sé que pasas por aquí con frecuencia y no es cosa urgente, lo he ido dejando. -"Tú lo que quieres es ahorrarte hasta la llamada", -dijo Cándido- no piensas más que en ahorrar, menos mal que al final me dejarás a mí la herencia. Los dos se rieron y “El manitas” comenzó su faena.
Menos la verja, que estaba cerrada, la casa estaba abierta de par en par. En el transcurso de la reparación, Cándido, al comprobar que Canela no aparecía por ninguna parte, intrigado, le preguntó a su anfitriona por ella. La buena de Aurora, con lágrimas en los ojos le explicó que debido a su vejez y que además el veterinario le había detectado un cáncer muy doloroso e irreversible se había visto obligada a “dormirla”.
-Fue hace una semana cuando Canela se durmió. Yo todavía creo que está conmigo, a mi lado, acompañándome. No me hago a la idea de que se haya ido. Mira si es así que aún le tengo la cama de “su casa” hecha y sus recipientes limpios con su comida diaria.
Cándido sintió una pena infinita por aquella buena mujer. Sabía cuanta unión había entre aquellos dos seres y cuanto se necesitaban el uno al otro.
-Para que compruebes que lo que te digo es cierto, pasa conmigo al patio. - No dudaba de las palabras de su amiga pero acordándose de Drino la siguió.
¡Pero bueno,! ¿qué me pasa? ¿Cómo es posible que haya limpiado los recipientes del agua y la comida y no los haya repuesto? La verdad es que me estoy haciendo mayor. Cándido comprendió rápidamente lo que había ocurrido. Miró hacia la caseta de Canela y comprobó que no se había equivocado, dentro de ella, enroscado en el centro, podía verse a Drino durmiendo apaciblemente.
-No te estás haciendo mayor, estás muy joven y muy guapa,- le contestó Cándido divertido. Mira el regalo que tengo para ti dentro de la casa de tu Canela. Aurora no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿quién era aquel perrito? y cómo había llegado allí?
Cándido le relató aquella historia dramática y cuando terminó se fue hacia la caseta para despertar al pequeño y presentárselo a su amiga. –No, por favor, déjalo dormir tranquilo, que descanse el pobre animal, ya tendré tiempo de conocerlo detenidamente porque este pequeño no saldrá de esta casa si no es para pasear conmigo. Cándido, emocionado, de una forma espontánea cogió a su amiga con sumo cuidado por la parte posterior de su cabellera con ambas manos y atrayéndola hacia él le dio un beso profundo en la frente. ¡"Qué problema más grande le había resuelto aquella buena mujer"! Salieron a la terraza los dos y Cándido que hasta aquel momento lo había visto todo negro se maravilló de aquel jardín tan cuidado que disfrutaba su amiga. ¡Qué variedad de plantas y de flores!: geranios, gitanillas, gladiolos, pascueros,.. rosales, ¡qué variedad de rosas! Y los dos jazmines en los laterales, que ocupaban toda la fachada.
-Toma las tijeras y corta unas rosas que ya sé que son tu debilidad. No se hizo rogar el invitado y, eligiendo las más frescas cogió dos de cada color: Nevado, limón, de su color, naranja, amapola, sangre… Llegado a este punto Cándido recordó el bello y conciso poema de Juan Ramón Jiménez, que tanto le gustaba:
“No la toques ya más que así es la rosa”.
Una docena de rosas frescas tenía nuestro amigo en sus manos a las que agregó un par de gladiolos  blancos que Aurora le ofreció diciéndole: -"toma este par de gladiolos, que se complementan muy bien con las rosas si pones el ramo en un jarrón".
¡Qué felicidad la de los tres protagonistas de este relato: Drino durmiendo apaciblemente en su casa. Aurora recuperada de su soledad y Cándido, satisfecho del deber cumplido, se despedía hasta el día siguiente, pues había quedado citado con su amiga para llevar al pequeño al veterinario para registrarlo en el censo canino y poner toda la documentación en regla. A partir de ahora Drino dejaría de ser un “sin papeles”, un indocumentado.
Puntualmente, a la hora señalada, los tres personajes se encaminaron a la consulta veterinaria. Drino, todo limpio, muy aseado, con los pelos del lomo erizados hacia arriba porque en esa zona los tenía muy rebeldes, iba de la mano de su ama y amiga conectado a través del arnés y la correa que había heredado de Canela; Aurora con un vestido que le llegaba hasta los tobillos, en fondo blanco y todo él rameado de buganvilias, cogida del brazo de Cándido, que vestía pantalón negro, zapatos a juego y camisa malva. Para ellos era un día grande. Las tres generaciones vestidas de fiesta caminaban en silencio musical: La madre adoptiva, el ahijado y el anietado.
Fue Cándido quien en un momento determinado rompió el silencio para preguntar a Aurora con qué nombre pensaba “bautizar” al infante. –Siguiendo la tradición –contestó Aurora, como a Canela le puse ese nombre por su color, al pequeño por el suyo que es endrino, para simplificar le pienso poner Drino, ¿Qué te parece? -Por mí encantado –le respondió Cándido-, es muy cortito, suena muy bien y lo considero original. Drino al escuchar su nombre pensó en un tono irónico: Menos mal que no me han cambiado el nombre, porque si a estas alturas de mi historia lo hacen, a mi creador que me ha nombrado más de veinte veces, (veintiuna, para ser exactos), que ha perdido el sueño, que habla conmigo a todas horas, que por estar acostumbrado sólo a producir pequeños poemas se ha sentido desbordado y aturdido, si ahora tuviera que rectificar nombres y dar nuevas explicaciones, aparte de que se ha familiarizado y encariñado con él, le da algo malo, y la verdad es que yo lo sentiría infinito porque si en principio pensó que lo más lógico y real sería darme un final dramático, ha tenido la paciencia de buscar otra solución para que mi drama termine y se convierta en una historia de paz y felicidad, cosa que le agradeceré eternamente.
Después de esta reflexión, vino a su mente el recuerdo de la señora Amparo. Cuál sería el final de aquella buena mujer cuando no fuese útil a aquella pareja de egoístas e irresponsables ni a aquel repelente monstruíto llamado… ¿Comotú?

VICTORIANO ORTS COBOS.

(Re)visado el día 10 de octubre de  2016.

2 comentarios:

Clematide dijo...

No me extraña que estés satisfecho de este cuento...tiene de todo!!! me he reido mucho con lo del posible cambio de nombre de Drino, al final, ja ja ja, y también me alegra que hayas tenido la paciencia y las noches en blanco para hacer este cuento tan original y entretenido. Lo he disfrutado mucho...y he tardado solo veinte minutos en leerlo! ja ja ja. Un beso Victoriano...¿para cuándo el próximo?

Victoriano Orts dijo...

¿En serio que lo has leído en veinte minutos o es que sólo lo has hojeado?
Es broma, yo sé que tú te interesas por mis escritos y yo te lo agradezco.
Gracias por seguirme. Un beso.
Victoriano.