sábado, 11 de mayo de 2019

Joan Margarit, la ética bajo el poema



Joan Margarit, la ética bajo el poema

El autor catalán, que acaba de ganar el Premio Reina Sofía, sustenta su obra sobre una fe inquebrantable en sus lectores, con quienes comparte el desgarro por la muerte de la hija y la oscuridad del final: «Soy demasiado viejo. He de llorar por todos»

ALBERTO GÓMEZ
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Convencido de que la poesía «es la más exacta de las letras en el mismo sentido que las matemáticas son la más exacta de las ciencias», Joan Margarit espanta el misterio para entablar un diálogo directo con sus lectores. Les habla de dolor y dignidad, de frustración y amor. Sin cantos estériles, sin palabras huecas. En este poema muere su hija Joana. En aquel otro renacen sus padres «mudos de tanto odiarse». En ese de allí «la libertad es una librería». Más allá se pregunta «qué puede unirme aún a una ciudad / que veo con su cara maquillada, / como de madre muerta». Escribe para entenderse, pero también para que otros, los destinatarios de esa montaña de versos, reduzcan su nivel de desorden interior. Considera que el autor es el compositor, pero su obra queda incompleta, apenas un grito en el desierto, sin lectores que interpreten la partitura que constituye cada poema. Esa fe inquebrantable en quienes «aprenden a escuchar el orden fundamental de las palabras» sostiene su vocación cumplidos los 81 años. Ahora Margarit recibe el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Él, que desea ver a los reyes «saliendo en tren hacia el exilio».

El jurado destaca al autor catalán como «gran artífice de la poesía como instrumento moral». Entrada la vejez, Margarit confiesa que oscurece y le rodean los muertos: «Puedo oír a lo lejos voces jóvenes / celebrando lo que hoy, / para ellos, aún es la victoria». Nació en un pequeño pueblo de Lleida. Era 1938. Luego, en la posguerra, «los escaparates / tenían un color gris de penuria». Recuerda los golpes que le propinó un señor uniformado «por no hablar en cristiano». Tenía cinco años. Al abrigo áspero de aquella culpa escribió sus primeros poemas en español, antes de iniciar su obra poética en catalán. Acabada la guerra, la familia cambió varias veces de domicilio, desde Figueras hasta Tenerife. Su padre era un soldado republicano a quien conoció cuando salió de la cárcel. Poco tardó en estallar el conflicto generacional: «La ternura te había abandonado: / como el país entero, / te ibas convirtiendo en un fascista».
Estudió Arquitectura, profesión que ejerció hasta su jubilación. Aunque parezcan lejanos, Margarit une ambos oficios mediante un hilo casi invisible, consciente de que un poema se asemeja a la estructura de un edificio único al que no le puede faltar ni sobrar una viga porque «si sacásemos una sola pieza, se desplomaría». Catedrático, formó parte del equipo responsable de calcular las estructuras de las obras de la Sagrada Familia. Así tituló uno de sus libros, 'Cálculo de estructuras': «Ya no viene conmigo esta ciudad: / no me hace compañía, ni tampoco / me protege del viento y de la lluvia». La enfermedad de su hija Joana, que padeció el síndrome de Rubinstein-Taybi, una deficiencia física y psíquica que la obligaba a utilizar muletas y sillas de ruedas, marca muchos de sus poemas. Su muerte zarandeó al autor de 'Se pierde la señal', que escribió entonces una de las elegías más hondas de la literatura española, 'Joana': «Danos, música de oro, unas lágrimas limpias / como la vida que hoy enterraremos».

«Demasiado viejo»

Nada parece serle ajeno a Margarit. Ni el arte, ni las injusticias. Por eso escribe sobre Chet Baker, a quien vio tocar en directo, pero también sobre el Holocausto: «Soy demasiado viejo: he de llorar por todos. / He construido viviendas que son como vagones, / esqueletos de hierro que un día arrastrarán / a la gente a un final que ya imaginan, / porque todos han visto la verdad / un destello en un charco de agua sucia». En 2008 obtuvo el Premio Nacional de Poesía por 'Casa de misericordia'. Ahora es el segundo poeta que, escribiendo en catalán, gana el Reina Sofía. Antes lo hizo Pere Gimferrer. Margarit se considera un escritor bilingüe, aunque no olvida «la amputación del habla» que sufrió durante el franquismo: «Moriré con ese miedo y esa fragilidad en torno a la percepción de mi lengua, que quiere decir, también, de mi vida».
Homenajeado casi cada año, preocupado tan solo de «dejar constancia de lo que se ha sentido en un momento dado», el autor de 'No estaba lejos, no era difícil' recuerda que «un mal poema no es neutral, sino que ensucia el mundo, como una bolsa de basura dejada en la calle», y evita conclusiones y juicios finales: «Ninguno de nosotros contamos mucho, incluso los que parecen contar mucho, pero nos puede salvar lo mismo que, curiosamente, también puede salvar el poema: su honesta intensidad». Su poesía, que ha ido volviéndose más concreta, más rugosa también, desoye a las manidas musas para bajar al barro y fijarse en los semáforos y los bastones, en los hospitales y las escuelas. En las emociones, siempre, aunque bajándolas de su tarima poética y abstracta para convertirlas en una forma de compañía, en un espejo donde los lectores identifiquen sus terrores para arrinconarlos, para recordar, si es preciso, que «la vida se termina como empiezan las obras: / perforar y romper para construir».

Los ojos del retrovisor

Los dos nos hemos ido acostumbrando,
Joana, a que esta lentitud,
cuando, al bajar del coche, apoyas las muletas,
despierte a los cláxones y su insulto abstracto.
Me hace feliz tu compañía,
la sonrisa de un cuerpo tan lejano
de lo que siempre se llamó belleza,
la penosa belleza, tan distante.
La he cambiado por la seducción
de la ternura iluminando el hueco
que la razón dejó en tu rostro.
Y, si me miro en el retrovisor,
veo unos ojos que no reconozco,
pues brilla en ellos el amor dejado
por las miradas, y la luz, la sombra
de todo cuanto he visto,
y la paz que me da tu lentitud,
que está dentro de mí.
Tan grande es su riqueza
que no parecen míos los ojos del espejo.

La libertad

Es la razón de nuestra vida,
dijimos, estudiantes soñadores.
La razón de los viejos, matizamos ahora,
su única y escéptica esperanza.
La libertad es un extraño viaje.
Son las plazas de toros con las sillas
sobre la arena en las primeras elecciones.
Es el peligro que, de madrugada,
nos acecha en el metro,
son los periódicos al fin de la jornada.
La libertad es hacer el amor en los parques.
Es el alba de un día de huelga general.
Es morir libre. Son las guerras médicas.
Las palabras República y Civil.
Un rey saliendo en tren hacia el exilio.
La libertad es una librería.
Ir indocumentado.
Las canciones prohibidas.
Una forma de amor, la libertad.

Saturno

Destrozaste mis libros de poemas.
Los lanzaste después por la ventana.
Las páginas, extrañas mariposas,
planeaban encima de la gente.
No sé si ahora nos entenderíamos,
viejos, exhaustos y decepcionados.
Seguramente no. Mejor dejarlo así.
Querías devorarme. Yo, matarte.
Yo, el hijo que tuviste en plena guerra.

No estaba lejos, no era difícil

Ha llegado este tiempo
cuando ya no hace daño la vida que se pierde,
cuando ya la lujuria es tan sólo
una lámpara inútil, y la envidia se olvida.
Es un tiempo de pérdidas prudentes, necesarias,
y no es un tiempo de llegar
sino de irse. El amor, ahora,
por fin coincide con la inteligencia.
No estaba lejos,
no era difícil. Es un tiempo
que no me deja más que el horizonte
como medida de la soledad.
Un tiempo de tristeza protectora.

Poesía

Tampoco, como Sísifo, yo conozco mi roca.
La subo a lo más alto. Pero cae hasta abajo.
Vuelvo a buscarla, es pesada y áspera.
Aun así la caliento entre mis brazos
mientras vuelvo a subirla a lo más alto.
Es una extraña infelicidad.
Pienso que, todavía más cruel,
es no haber encontrado roca alguna
para subirla así, inútilmente.
Subirla por amor. A lo más alto.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 11 de mayo de 2019.

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