jueves, 5 de septiembre de 2019

El Cid cabalga de nuevo


Estatua del Cid en Burgos, erigida en 1955 por orden de Franco. / Félix Ordóñez
Estatua del Cid en Burgos, erigida en 1955 por orden de Franco. / FÉLIX ORDÓÑEZ

La figura del Campeador está entreverada de leyendas. Felipe II quiso canonizarlo y el franquismo tergiversó su historia

ANTONIO PANIAGUA
Fue un guerrero ávido de riquezas, un inteligente estratega y un maestro de la guerra relámpago cuya espada sirvió a reyes moros y cristianos. Noble de segunda fila, Rodrigo Díaz de Vivar fue mimado por la corte castellana y premiado con un matrimonio ventajoso que le regaló señoríos y reputación. Convertido por la propaganda franquista en símbolo del batallar cristiano contra el infiel, la figura del Cid dista mucho del perfecto caballero que pintaron los juglares. En sus poemas y canciones no se cuenta que llegó a arrasar tierras cristianas en La Rioja ni que fue jefe supremo de ejércitos de los reyes musulmanes de la taifa de Zaragoza. Murió en la cama, con el resquemor de que sus señores no le hubieran nombrado conde.
Mito y realidad se entreveran en la biografía del Campeador, del latín 'Campi doctoris', esto es, experto en el campo de batalla. Las andanzas del Cid, personaje que ha fascinado a escritores y cineastas, cobrarán otra vez actualidad con la publicación el 18 septiembre de 'Sidi', la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte.
«El Cid se ganaba el pan con su oficio, el de la guerra»JOSÉ LUIS CORRAL | MEDIEVALISTA
Algunos historiadores han querido ver en el Cid un mercenario, pero ello supondría interpretar el pasado con visiones del presente, sin tener en cuenta que han transcurrido casi mil años. «Lo que hacía era ganarse el pan, como se decía en el romancero, desempeñar su oficio, que era el de la guerra. Entre 1081 y 1086 el Cid alquiló sus armas a Al-Muqtádir y fue una especie de capitán general de las tropas musulmanas de Zaragoza. Combatió con su mesnada contra los castellanos en La Rioja, contra el rey de Aragón y contra el conde de Barcelona», dice José Luis Corral, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza y autor de 'El Cid', una biografía novelada del Campeador.

Estatua del Campeador en Poyo del Cid en el municipio de Calamocha (Teruel). Cubierta de 'Sidi'. / ICAL
No está clara la fecha de nacimiento del Cid. Tampoco hay constancia documental de su cuna, si bien lo más probable es que viera la luz en Vivar, en el valle del río Ubierna, a diez kilómetros al norte de Burgos. Alberto Montaner Frutos, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza, cree que debió de nacer entre 1045 y 1049. Hijo de Diego Lainez, un noble de frontera, pronto se ejercitó en las artes militares, al tiempo que era instruido en letras y leyes. Algo inusual en el siglo XI, época en que pocos nobles sabían leer y escribir.
No tenía ni siquiera Rodrigo veinte años cuando Sancho II de Castilla le nombró alférez real, el máximo cargo militar al que podía aspirar. Cuando acontece la muerte imprevista de Sancho en el cerco de Zamora de 1072, su hermano Alfonso VI le sucedió en el trono, de modo que el Cid tiene que cambiar de vasallaje. Como era costumbre entonces entre los reyes, Alfonso le procuró un más que honroso matrimonio con doña Jimena Díaz, mujer de alcurnia regia, sobrina del monarca y bisnieta del rey Alfonso V de León.

Retroceso del islam

Gracias a su matrimonio con Jimena, Rodrigo Díaz se convirtió en titular de señoríos en las tierras de Gormaz, al sur de Soria. Por entonces intervenía en algún pleito como juez y recaudaba las parias en los reinos islámicos que obedecían a los reyes de León y de Castilla. En el siglo XI, periodo en que la presencia islámica está en retroceso, los reyes moros preferían pagar tributos a los príncipes cristianos a cambio de vivir tranquilos y con protección.
Desde los Reyes Católicos, la figura del Cid ha sido magnificada. Felipe II propuso incluso que se le canonizara. Durante la Guerra de la Independencia, los restos mortales del Cid fueron saqueados por los franceses. Luego fueron recuperados y depositados junto con los de doña Jimena en la catedral de Burgos en 1911, pero no es muy seguro que el cadáver que reposa en el templo sea el del guerrero.
Su figura sufrió luego más tergiversaciones con Franco, quien encargó que le hicieran un retrato vestido a semejanza del Campeador, como un caballero cristiano, con capa, espada y armadura. El dictador, que ordenó levantar una estatua en su honor en Burgos en 1955, le vio como la encarnación de los ideales patrios y precursor del «espíritu de España». «Es un engaño», arguye Corral. «En la película de Anthony Mann, cuando el Cid abre la puerta de la paridera después de pasar la noche con doña Jimena, se encuentra con sus vasallos y grita '¡Por Castilla, por Castilla!', cita que en el doblaje fue sustituida con las palabras '¡Por España, por España!'. El franquismo deformó por completo la historia del Cid», apunta el medievalista.
«Nunca se levantó contra quien fue su señor natural»JUAN ESLAVA GALÁN | ESCRITOR
El 'Cantar del Mio Cid' es un poema épico y no una crónica con vocación de retratar la realidad. Es incierto, como dice El Cantar, que El Campeador obligara al rey Alfonso VI a jurar en la iglesia de Santa Gadea de Burgos que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano Sancho, una audacia que le acarrearía el destierro. En lo referente al casamiento de las hijas de Rodrigo con los condes de Carrión, los versos se desvinculan de los hechos fehacientes. En opinión de Montaner, «todo lo relativo a los matrimonios entre las hijas del Cid y los infantes de Carrión (que seguramente nunca existieron) es claramente ficticio». De hecho, las hijas de Rodrigo no se llamaban Sol y Elvira, protagonistas del ultraje en el Cantar, sino Cristina y María.
También entra dentro del terreno del mito que matase en un duelo al padre de Jimena para conseguir su mano. Igual de mendaz es la creencia de que pusiera nombre a sus espadas (Colada y Tizona, según la leyenda) o que su caballo atendiera por Babieca. Y tampoco se corresponde con la verdad la estampa de un Cid victorioso derrotando a sus enemigos después de muerto.
El primero de sus destierros es producto de la ira que embargó a Alfonso VI cuando Rodrigo Díaz acudió con su mesnada para enfrentarse a los musulmanes que habían atacado Gormaz (Soria). Sin encomendarse a nadie, Rodrigo reunió a sus hombres y penetró en el reino toledano para apresar a los culpables. Esta actuación militar pudo haber malogrado los planes de Alfonso para apoderarse de este territorio sin necesidad de violencia. El monarca ordenó el destierro del caballero.
En el exilio, el Campeador no tenía más remedio para asegurarse el sustento que establecerse en tierra de moros, sobre todos después de que los condes de Barcelona rechazaran su protección. Así que marchó a Zaragoza para servir a Al-Muqtádir, rey generoso y escritor versado en astronomía, filosofía y matemáticas.

Un experimentado guerrero, siempre a la cabeza de sus tropas
A diferencia de otros señores de la guerra, que solían permanecer en retaguardia, él se colocaba a la vanguardia de sus huestes. En una época en que no existían los planos, el Campeador contaba con la ventaja de tener una gran visión para comprender el espacio. Sus dos castillos, el de Alcocer (Zaragoza) y el de Poyo del Cid (Teruel), se asientan en cerros estratégicamente situados. El Cid manejaba muy bien las armas y era un experimentado jinete. Se crió en un ambiente hostil, bajo la continua amenaza de una invasión navarra o sarracena. Con apenas 15 años ya participaba en batallas. La experiencia adquirida en la defensa de la frontera de Castilla con Navarra la aplicó luego en su expansión hacia Valencia. No se sabe cómo era físicamente, entre otras cosas porque su cadáver y el de su esposa, que yacían en el monasterio de San Pedro de Cardeña, fueron profanados durante la Guerra de la Independencia por los franceses, que los arrojaron a una acequia. Su sobrenombre viene de 'sidi', que en árabe significa 'señor'.

Épica caballeresca

«El Cid es un hombre de su época y como tal hay que juzgarlo. Su oficio era el de las armas, lo que justifica que estuviera a sueldo de reyes musulmanes. Nunca se levantó contra su señor natural, algo muy propio de la épica caballeresca», sostiene el escritor Juan Eslava Galán, autor de 'Historia de España contada para escépticos'.
En el verano de 1086 los almorávides cruzaron el Estrecho para ayudar a los reinos andalusíes frente a los avances cristianos. Eran huestes temibles, aguerridas, que, acostumbradas a las inclemencias del desierto, soportaban todo. Protegidos con sus recios escudos de piel de hipopótamo, los africanos luchaban en formación compacta y con disciplina. Se valían del redoble atronador de tambores, jamás oído hasta entonces, para atemorizar a las huestes del rey cristiano.
Confiado erróneamente en sus fuerzas, Alfonso fue derrotado en la batalla de Sagrajas y salvó la vida huyendo. Fue entones cuando el Campeador recuperó el favor del rey y regresó a su patria. El rey se comportó con magnificencia y le recompensó con siete castillos y un diploma que le permitía apropiarse, en nombre de la corona, de todos los castillos y tierras que pudiera arrebatar a los musulmanes.

La vida del Cid

1045
Fecha probable del nacimiento de Rodrigo Díaz de Vivar.
1067
El Cid gana el título de 'Campeador' tras una victoria en combate.
1072
El rey Sancho II, a cuyo servicio estaba Rodrigo, hereda el reino de León y Galicia. Ese mismo año muere en el asedio de Zamora.
1075
El Cid contrae matrimonio con doña Jimena Díaz.
1081
Alfonso VI destierra al Cid, quien se pone al servicio del rey moro de Zaragoza.
1087
El Cid acude a Toledo en ayuda del rey Alfonso, quien un año antes había sido derrotado en Badajoz.
1088
Rodrigo es acusado de traición y desterrado de nuevo. Comienza a saquear territorios moros.
1094
Conquista Valencia.
1097
Muere en batalla el único hijo varón del Cid, Diego.
1099
Muere el Campeador en Valencia por causas naturales. Doña Jimena solo pudo retener el territorio hasta 1102.

Pero todo se trunca otra vez con la inasistencia del Campeador a la hora de defender la fortaleza de Aledo, en Murcia, cosa que enfureció al monarca, quien le declaró traidor, la deshonra más grave para un caballero. Rodrigo fue desposeído de todas sus heredades y condenado a un segundo y definitivo destierro. El Cid se encontraba con el agua al cuello, pues, a diferencia de la primera expulsión, en que se respetaron sus propiedades, esta vez la deshonra acarreaba la privación de sus bienes. Fue entonces cuando se mostró decidido a no servir a ningún señor y actuar por su cuenta y riesgo.
El plan del Cid no era otro que construir un señorío independiente en el Levante a costa de las taifas musulmanas. Gracias a su incuestionable talento militar, el caballero castellano consiguió que territorios islámicos le pagaran tributo. La culminación de aquella concatenación de victorias se produjo con la conquista de Valencia en 1094. Con las murallas maltrechas y sin aprovisionamiento, la plaza aguantó un asedio de casi un año, hasta que los almorávides entregaron la ciudad.
El Cid murió en 1099 en Valencia por causas naturales y con la amargura de la muerte de su único hijo varón, Diego, dos años antes en la batalla de Consuegra. El Campeador desapareció con poco más de cincuenta años -edad normal para la época-, maltrecho por sus heridas de guerra, entre ellas una lanzada en el cuello que amigos y enemigos creyeron sería fatal, pero a la que sobreviviría.
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Publicado en Diario SUR y Diario Las Provincias.
Copiado/Pegado  de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 5 de septiembre de 2019.
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