Biberones centenarios
Víctor Amela rescata la memoria de la Quinta del Biberón, los críos masacrados en las batallas del Segre y del Ebro / Los siete únicos supervivientes de los 27.000 movilizados a la fuerza al final de la guerra cumplen cien años
Solo viven siete de los 27.000 adolescentes reclutados a la fuerza en 1938 como combatientes republicanos en nuestra cruenta e incivil contienda. Fueron la Quinta del Biberón, unos críos nacidos en 1920 y a quienes la guerra hurtó sus mejores años, cuando no la vida. El periodista y escritor Víctor Amela (Barcelona, 1960) rescata su memoria en 'Nos robaron la juventud' (Plaza & Janés), un libro en el que ha trabajado durante 15 años y en el que rehace el puzle vital y emocional de 25 de aquellos 'biberones', siete de los cuales serán centenarios este año.
«El título resume el sentir de casi todos aquellos chicos enviados a una carnicería. Sobrevivieron apenas la mitad, condenados luego a cinco año de mili franquista o reclusión en su cárceles, incluso en campos franceses o nazis. Los mejor parados volvieron a casa con 25 años y la juventud arrasada», dice Amela. Los masacraron en las batallas del Segre y del Ebro, un infierno con más de 200.000 combatientes, con 35.000 muertos y 100.000 heridos. «Soportaron 115 días de bombas italianas y cañoneo de las tropas franquistas: son 305 muertos diarios, una bestialidad».
Amela tenía 17 años cuando su tío Josep le mostró la cicatriz que le dejó en el pecho la bala que le hirió en el Ebro el mismo día que cumplía 18 años y vio morir a su mejor amigo. Supo así de la Leva del Biberón que había ordenado Manuel Azaña. Quiso averiguar más, pero su tío Pepito alzó un muro de silencio que solo pudo derribar tras su muerte con las cartas y fotos que halló en 2005. Se puso manos a la obra y localizó a unos supervivientes «que lejos de sentir odio o resentimiento, reclaman respeto, algo de reconocimiento y comprensión».
Cuando cumplieron 80 años alzaron el Monumento a la Paz, pagado por ellos, en la cota 705 de la Sierra de Pàndols, en la Terra Alta. Allí suben cada 25 de julio para conmemorar el aciago día de 1938 en el que se desató el infierno. «Se juntaron supervivientes de ambos bandos, –algunos habían cambiado de trinchera–, en un verdadero ejercicio de reconciliación», dice Amela. Les acompañó al paraje desde donde se divisa el escenario de la batalla más cruenta de la Guerra Civil, arrasado por miles de proyectiles. «Cuando lo inauguraron en 1989 acudieron un millar: el verano pasado eran cinco», explica Amela, que no ha podido entregar el libro al octavo superviviente, Jaume Vallés, fallecido hace diez días.
Morir por nada
«Al final, todos murieron para nada. Quería entender por qué no quisieron explicar la batalla del Ebro y levantar el velo del olvido», dice Amela, que revisó cartas, documentos y diarios. La médula del libro son las entrevistas realizas desde 2005 a los supervivientes de la leva forzosa. Los recuerdos de unos chavales, algunos de 14 años, que maduraron de golpe entre granadas, fusiles, bombas, metralla y muerte. Emergieron historias de traiciones y generosidad, de luz y esperanza en medio del horror. Pere Godall cuenta como «rendido en la trinchera, toqué mi piano imaginario». «Enterré a doscientos compañeros en la Venta de les Camposines», recuerda Gabriel León. «Vi como la bondad y la maldad se daban la mano» asegura Vicenç Ibàñez.
«Me consta que los del bando franquista admiraron la resistencia de aquellos chavales con alpargatas que salían de debajo de las piedras», dice Amela. La mitad murió en los frentes de Merengue y Baladredo, en Balaguer, en la provincia de Lérida, y la otra mitad en la carnicería del Ebro, en Tarragona, «los dos infiernos para los biberones».
«¿Diecisiete años? Pero si todavía deben tomar el biberón», habría exclamado Federica Montseny, sindicalista, anarquista, escritora y ministra durante la II República, dando así nombre a la leva de aquellos chiquillos.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 28 de febrero de 2020.
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