Poesía al SUR
Emily Dickinson: poemas para volarse los sesos
Poesía al SUR
Acomplejada e insegura, pasó más de media vida encerrada en casa y vestida de blanco. Ahora, considerada una de las mejores escritoras de la historia, es revisitada como heroína millennial, un icono que no publicó ni un solo libro
Nunca publicó libros en vida, aunque había escrito cientos de poemas. Emily Dickinson, ingeniosa y compleja, introvertida hasta la patología, no imaginó que acabaría convertida en una de las autoras más respetadas del mundo. Pasó sus últimos años encerrada por voluntad propia en la casa familiar de Amherst, un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, al noreste de Estados Unidos. Ni siquiera salía de su habitación: «Soy huésped de mí misma». Prolongó aquel aislamiento durante más de dos décadas. No siempre fue así. Nacida en 1830 como la hija mediana de un matrimonio acomodado, pronto mostró interés por la lengua y la historia, pero sobre todo por la naturaleza. Su obra está repleta de referencias a las constelaciones y las estrellas, a las flores y los árboles. Abandonó el cobijo del hogar cuando aún era adolescente para ingresar en un exclusivo seminario femenino que pretendía convertir a sus alumnas en misioneras religiosas. La joven Emily, que animaba las tediosas tardes de sus compañeras con relatos extraños y divertidos, dio allí los primeros síntomas de rebeldía y fue declarada «no convertida».
La extrema protección de su vida privada, oculta bajo mil candados, ha desatado teorías académicas y populares que intentan descifrar sin éxito a quién se dirigen los poemas de amor de Dickinson. En esa montaña de elucubraciones caben un pastor protestante casado, un joven a quien su padre prohibió ver e incluso su cuñada, con quien mantuvo una intensa relación epistolar. Porque la poeta estadounidense siempre se sintió más cómoda escribiendo que en el contacto directo. Sus vecinos la consideraban excéntrica, una mujer huraña que evitaba los saludos y recibía visitas a las que atendía manteniendo como distancia la escalera de su casa, que apenas bajaba. En aquella soledad construyó cerca de dos mil poemas de los que menos de diez vieron la luz, y siempre sin que los firmara. Acomplejada e insegura, Emily envió algunos de sus escritos a Thomas Higginson, su mentor literario, incapaz de valorar lo que llegó a sus manos. «Tienen mis poemas vida?», preguntó ella. Él respondió con numerosas propuestas de cambios que abrumaron a Dickinson, dueña de un estilo personalísimo basado en la proliferación de guiones y mayúsculas en versos breves poblados de metáforas y menciones a la inmortalidad.
Nunca se casó ni tuvo hijos. Antes de su encierro solía pasear con su perro, al que adoraba. También salía para hacer compras y acudir a la Iglesia y llegó a viajar en varias ocasiones a Boston. Pero algo se quebró cuando cumplió treinta años. «Mi vida es demasiado sencilla y austera como para molestar a nadie», escribió para justificar su hermetismo. Nadie sabe bien qué le ocurrió, qué resorte interno provocó que pasara media vida enclaustrada y vestida de blanco, color que comenzó a usar cuando decidió darle un portazo al mundo, pero lo cierto es que levantó un muro que ya nunca saltó. Sus biógrafos hablan de ansiedad y depresión, trastornos raramente diagnosticados en su época, pero también de pasiones sin corresponder que terminaron de hundir su autoestima. Un hecho comprobado es que padeció el síndrome de Bright, una enfermedad renal que produce dolor de espalda, vómitos y fiebre, problemas que podrían haber contribuido a su retiro definitivo.
Una obra arrolladora
Tras su muerte, en 1886, su hermana pequeña descubrió cuarenta volúmenes de poemas encuadernados a mano, una obra vasta y arrolladora que ha convertido a Dickinson en una leyenda pese a que siempre permaneció ajena a los círculos literarios, despojada de padrinos. Pocos escritores, más allá de Shakespeare, influyeron en la autora estadounidense, original en cada estrofa. El látigo de su exigencia explica que ocultara sus textos: «Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía». Considerada una de las autoras más brillantes y enigmáticas de la historia, su trabajo ha sido visitado y alabado por todas las generaciones posteriores, hasta ser reivindicada como un mito a la altura de Walt Whitman o Edgar Allan Poe. Sus versos, breves e imperfectos, han terminado estampados en camisetas y reproducidos en redes sociales. Su exclusión social ha sido utilizada como ejemplo de rebeldía; ahora que la fama parece el gran objetivo, Dickinson renunció a los aplausos, una isla de humildad en el mar de las vanidades literarias.
La montaña de cartas que envió a su círculo más cercano, a veces acompañadas de poemas, y los miles de estudios practicados sobre su obra han ayudado a desentrañar el carácter y los versos de la talentosa Emily, aunque las incógnitas continúan sobrevolando su biografía. En los últimos años se han estrenado la película 'Historia de una pasión', un retrato sobre la personalidad de la poeta, y 'Dickinson', una serie que desempolva su juventud y madurez en Amherst desde una perspectiva actual. Aquella autora retraída y atormentada, capaz de pasar horas contemplando el paisaje, regresa a nuestros días, casi un siglo y medio después de su muerte, presentada como una heroína millennial. Bienvenida sea.
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