domingo, 2 de febrero de 2020

Raúl Zurita: ni pena ni miedo


Raúl Zurita: ni pena ni miedo

El autor chileno, cuyos versos han sido reproducidos en el cielo de Nueva York y el desierto de Atacama, construye una de las obras más rompedoras del último siglo, marcada por las torturas a las que fue sometido y la muerte de su padre


Alberto Gómez

ALBERTO GÓMEZ
En el desierto de Atacama, el más árido del planeta, hay un verso excavado de tres kilómetros: «Ni pena, ni miedo». Su autor es Raúl Zurita, que aprendió a convivir con la derrota en 1973, cuando Augusto Pinochet dio un golpe de Estado que sometió a Chile a diecisiete años de dictadura. El poeta, miembro del Partido Comunista, fue detenido por una patrulla militar que lo condujo hasta un buque utilizado como prisión. Antes había sido golpeado y torturado. Tiempo después confesaría, como una paradoja cruel, que aquel régimen de terror salvó su vida; tenía decidido suicidarse, pero haber asistido a la ejecución de tantos inocentes, contemplar la imagen de su país humillado, convirtió la idea de matarse «en algo espantosamente ridículo, frívolo». Sobrevivió a sí mismo para construir una obra singular y rompedora, capaz de abrazar el dolor y la impotencia pero también la compasión y la belleza.
La situación política provocó que Zurita asociara, ya para siempre, su producción artística y literaria a sus convicciones ideológicas y sociales, a su sentido de la justicia. Estiró ese compromiso hasta el dolor propio. Consolidado como uno de los autores más radicales de su generación, se lanzó amoniaco a los ojos y se quemó parte de la cara, siguiendo el consejo bíblico de poner la otra mejilla. Con aquellas acciones trataba de denunciar la represión de la que había sido testigo y víctima, el horror para el que no encontró palabras. Los primeros meses de la dictadura coincidieron con una crisis personal motivada por su separación de Miriam Martínez, con quien tuvo tres hijos. Ya había comenzado la escritura de 'Purgatorio', su primer libro: «Destrocé mi cara tremenda / frente al espejo / te amo —me dije— te amo. / Te amo más que a nada en el mundo».
Por entonces robaba libros para venderlos. La miseria no era una novedad para él. La muerte temprana de su padre, cuando el poeta sólo tenía dos años, obligó a su madre, inmigrante italiana, a trabajar como secretaria para mantener a la familia. Zurita fue criado por su abuela, que mitigaba la nostalgia transalpina leyendo a sus nietos pasajes de 'La divina comedia' de Dante. La suya, reconoce ahora, fue «una pobreza ilustrada». En Anteparaíso, el segundo libro de Zurita, su pareja Diamela Eltit hace referencia al episodio del amoniaco sobre los ojos: «Resultó con quemaduras en los párpados, parte del rostro y sólo lesiones menores en las córneas. Nada más me dijo entonces, llorando, que el comienzo del paraíso ya no iría. Yo también lloré junto a él, pero qué importa ahora».
Para acercar la literatura a su concepto de «arte total», en 1982 reprodujo en el cielo de Nueva York un poema de quince versos trazados por el humo blanco de cinco aviones. Por la longitud de las letras, de entre siete y nueve kilómetros, frases como «mi dios es herida / mi dios es guetto / mi dios es dolor» pudieron ser leídas por millones de personas. Una década después, también como parte del proyecto titulado 'La vida nueva', perforó la tierra de Atacama. Ya le habían diagnosticado Parkinson, enfermedad que no ha mellado su voluntad de expresión. Poco después de recibir el Premio Nacional de Literatura de Chile, con el cambio de siglo, se separó de Amparo Mardones, su tercera pareja. Aunque no tardó en encontrar una nueva compañera, en este caso a Paulina Wendt, dieciséis años menor, la tentación del suicidio volvió a rondarle en 2002. Comenzó entonces la escritura de su libro más monumental, 'Zurita', más de setecientas páginas de potente carácter autobiográfico.

Premios y traducciones

Ha trabajado como profesor visitante en universidades como Harvard y su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas. Pese a su aparente condición de escritor alternativo, más cómodo en los márgenes, también se ha hecho hueco entre el gran público, gracias en parte a reconocimientos como el Premio de Poesía Iberoamericano Pablo Neruda, entregado por la entonces presidenta chilena Michelle Bachelet. En sus libros se cruzan la agitada historia de su país de origen en las últimas décadas con su propia biografía íntima, lastrada por heridas como la ausencia paterna: «No alcanzo a verte. / ¿Es verdad que te morirás / este verano papá?». También el desamor y la enfermedad trufan una obra que comprende títulos imprescindibles como 'Los países muertos' y 'Las ciudades de agua'.
John Ashbery calificó su poesía como «a ratos fría, abrasadora, ácidamente cruel y finalmente liberadora». En la antología 'Tu vida rompiéndose', un volumen de casi seiscientas páginas editado por Lumen, la carrera literaria de Zurita se confirma como una de las más poderosas y peculiares del último siglo. El título elegido para la selección no resulta arbitrario: el adjetivo «roto» y otras palabras derivadas aparecen en todos sus libros, sin excepción, como si el autor chileno, nacido en enero de 1950, se hubiese dedicado a remendar antiguos descosidos históricos, sociales y personales con el hilo único de su visión del mundo. Ahora, cumplidos los setenta años, Zurita sigue excavando en busca de nuevas esperanzas sin pena ni miedo.

RAÚL ZURITA

QUERIDOS PODEROSOS, QUERIDOS HUMILDES

Cuando todo se acabe quedarán tal vez
estas algas
sobrevivirán a las marejadas, a los siglos
y a los sueños
Como perdurarán a los poderosos, a los
tercos de corazón
y a los hombres que nos humillan
estos poemas de amor a todas las cosas

LAS PLAYAS DE CHILE VIII

Muchos podrían haberlo llamado Utopía
porque sus habitantes viven solamente
de lo que comparten, de los trabajos
en las faenas de la pesca y del trueque
ellos habitan en cabañas de tablas a las
orillas del mar   más que con hombres
se relacionan con sus ánimas y santos
que guardan para calmar la furia de las
olas. Nadie habla, pero en esos días en
que la tormenta rompe, el silencio de
sus caras se hace más intenso que el
ruido del mar y no necesitan rezar en voz
alta porque es el universo entero su altar

CIELO ABAJO

Mañana me marcho papá. Díselo tú a mamá. Voy
a limpiarle el óxido a la bicicleta y tomaré por el
viejo camino que dejó el río al secarse. No más
libros papá. Partiré muy temprano para que mamá
no lo advierta. Después se lo cuentas tú papá. No
me despediré de nadie. Me habría gustado dejarle
algunas flores a Veli, pero ya hace mucho que
aquí las únicas flores que se dan son las piedras.
Hondo es el pozo del tiempo. ¿Ves allá al fondo
esas montañas? Sus cumbres están tapadas y
quizás llueva. ¿Te imaginas el mar cubriendo
otra vez este pedrerío papá? No me hablas papá.

GUÁRDAME EN TI

Amor mío: guárdame entonces en ti
en los torrentes más secretos
que tus ríos levantan
y cuando ya de nosotros
sólo que de algo como una orilla
tenme también en ti
guárdame en ti como la interrogación
de las aguas que se marchan
Y luego: cuando las grandes aves se
derrumben y las nubes nos indiquen
que la vida se nos fue entre los dedos
guárdame todavía en ti
en la brizna de aire que aún ocupe tu voz
dura y remota
como los cauces glaciares en que la primavera desciende

SI SÓLO SUPIERAS CÓMO LLORO

Si sólo supieras entonces cómo lloro y no puedo
despertar, qué graciosa me verías si
estuvieras como yo frente a los ríos de
mi país llorando por ti. Me contaron y
no es cierto, únicamente yo te he visto,
vi tu cara color del azabache y del cielo
pero no. Los muchachos sacaron
banderas blancas en el campamento, pero
igual nos golpearon. ¿Estás tú entre los
golpeados, los llorosos, los muertos?
¿Estás tú también allí mi Dios durmiendo
cabeza abajo?
No hay perdón para esta nueva tierra, me
dicen y nada de lo que hagamos cambiará
la suerte que tendremos, pero yo lloro y no
despierto y mi Dios se aleja como un barco.

POEMA FINAL

Entonces, aplastando la mejilla quemada
contra los ásperos granos de este suelo pedregoso
—como un buen sudamericano—
alzaré por un minuto más mi cara hacia el cielo
llorando
porque yo que creí en la felicidad
habré vuelto a ver de nuevo las irrefutables estrellas.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 2 de febrero de 2020.
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