Raúl Zurita: ni pena ni miedo
El autor chileno, cuyos versos han sido reproducidos en el cielo de Nueva York y el desierto de Atacama, construye una de las obras más rompedoras del último siglo, marcada por las torturas a las que fue sometido y la muerte de su padre
En el desierto de Atacama, el más árido del planeta, hay un verso excavado de tres kilómetros: «Ni pena, ni miedo». Su autor es Raúl Zurita, que aprendió a convivir con la derrota en 1973, cuando Augusto Pinochet dio un golpe de Estado que sometió a Chile a diecisiete años de dictadura. El poeta, miembro del Partido Comunista, fue detenido por una patrulla militar que lo condujo hasta un buque utilizado como prisión. Antes había sido golpeado y torturado. Tiempo después confesaría, como una paradoja cruel, que aquel régimen de terror salvó su vida; tenía decidido suicidarse, pero haber asistido a la ejecución de tantos inocentes, contemplar la imagen de su país humillado, convirtió la idea de matarse «en algo espantosamente ridículo, frívolo». Sobrevivió a sí mismo para construir una obra singular y rompedora, capaz de abrazar el dolor y la impotencia pero también la compasión y la belleza.
La situación política provocó que Zurita asociara, ya para siempre, su producción artística y literaria a sus convicciones ideológicas y sociales, a su sentido de la justicia. Estiró ese compromiso hasta el dolor propio. Consolidado como uno de los autores más radicales de su generación, se lanzó amoniaco a los ojos y se quemó parte de la cara, siguiendo el consejo bíblico de poner la otra mejilla. Con aquellas acciones trataba de denunciar la represión de la que había sido testigo y víctima, el horror para el que no encontró palabras. Los primeros meses de la dictadura coincidieron con una crisis personal motivada por su separación de Miriam Martínez, con quien tuvo tres hijos. Ya había comenzado la escritura de 'Purgatorio', su primer libro: «Destrocé mi cara tremenda / frente al espejo / te amo —me dije— te amo. / Te amo más que a nada en el mundo».
Por entonces robaba libros para venderlos. La miseria no era una novedad para él. La muerte temprana de su padre, cuando el poeta sólo tenía dos años, obligó a su madre, inmigrante italiana, a trabajar como secretaria para mantener a la familia. Zurita fue criado por su abuela, que mitigaba la nostalgia transalpina leyendo a sus nietos pasajes de 'La divina comedia' de Dante. La suya, reconoce ahora, fue «una pobreza ilustrada». En Anteparaíso, el segundo libro de Zurita, su pareja Diamela Eltit hace referencia al episodio del amoniaco sobre los ojos: «Resultó con quemaduras en los párpados, parte del rostro y sólo lesiones menores en las córneas. Nada más me dijo entonces, llorando, que el comienzo del paraíso ya no iría. Yo también lloré junto a él, pero qué importa ahora».
Para acercar la literatura a su concepto de «arte total», en 1982 reprodujo en el cielo de Nueva York un poema de quince versos trazados por el humo blanco de cinco aviones. Por la longitud de las letras, de entre siete y nueve kilómetros, frases como «mi dios es herida / mi dios es guetto / mi dios es dolor» pudieron ser leídas por millones de personas. Una década después, también como parte del proyecto titulado 'La vida nueva', perforó la tierra de Atacama. Ya le habían diagnosticado Parkinson, enfermedad que no ha mellado su voluntad de expresión. Poco después de recibir el Premio Nacional de Literatura de Chile, con el cambio de siglo, se separó de Amparo Mardones, su tercera pareja. Aunque no tardó en encontrar una nueva compañera, en este caso a Paulina Wendt, dieciséis años menor, la tentación del suicidio volvió a rondarle en 2002. Comenzó entonces la escritura de su libro más monumental, 'Zurita', más de setecientas páginas de potente carácter autobiográfico.
Premios y traducciones
Ha trabajado como profesor visitante en universidades como Harvard y su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas. Pese a su aparente condición de escritor alternativo, más cómodo en los márgenes, también se ha hecho hueco entre el gran público, gracias en parte a reconocimientos como el Premio de Poesía Iberoamericano Pablo Neruda, entregado por la entonces presidenta chilena Michelle Bachelet. En sus libros se cruzan la agitada historia de su país de origen en las últimas décadas con su propia biografía íntima, lastrada por heridas como la ausencia paterna: «No alcanzo a verte. / ¿Es verdad que te morirás / este verano papá?». También el desamor y la enfermedad trufan una obra que comprende títulos imprescindibles como 'Los países muertos' y 'Las ciudades de agua'.
John Ashbery calificó su poesía como «a ratos fría, abrasadora, ácidamente cruel y finalmente liberadora». En la antología 'Tu vida rompiéndose', un volumen de casi seiscientas páginas editado por Lumen, la carrera literaria de Zurita se confirma como una de las más poderosas y peculiares del último siglo. El título elegido para la selección no resulta arbitrario: el adjetivo «roto» y otras palabras derivadas aparecen en todos sus libros, sin excepción, como si el autor chileno, nacido en enero de 1950, se hubiese dedicado a remendar antiguos descosidos históricos, sociales y personales con el hilo único de su visión del mundo. Ahora, cumplidos los setenta años, Zurita sigue excavando en busca de nuevas esperanzas sin pena ni miedo.
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