En
esta noche en que tu humanidad espera la aurora en un frío tanatorio para que
el fuego purificador te transforme en cenicienta mariposa de bellas alas que te
lleve por los campos que tanto amaste, mi mente se inunda de ti. ¡Mi hermano
mayor! ¡Mi hermano pequeño! El más frágil, el más cándido, el menos dotado para
depredar en este mundo de chacales.
Por
tus limitaciones psicológicas, siempre necesitaste del manto protector de tu
familia: Primero tu madre, que tanto luchó por ti y que te inculcó la inquietud
por ser útil y trabajador, la humildad y el respeto.
Con
ella viviste hasta que falleció hace treinta y cinco años. Después cogió el
testigo tu hermana: Dulce Nombre, que fue contigo más dulce que su nombre. ¡Qué
buena era! ¿Verdad? Y, ¡qué buena cocinera! También se fue. Y me tocó a mí
heredar su tesoro; que eras tú. Conmigo has pasado los últimos años de tu vida.
Los
más duros, pues a los achaques de la vejez, hay que agregarle las limitaciones
intelectuales que padecías. Pero tú pasabas casi desapercibido. Siempre
conformista y cariñoso. Tus torpezas me dieron más de un quebradero de cabeza,
pero no te lo podía tener en cuenta porque no eras consciente de ello. Alguna
vez me sacaste de mis casillas y, enfurecido te grité. En una de ellas me
contestaste gritándome también: -“¡A mí no me grites, que soy mayor que tú!”-.
Esa frase me llegó al alma.
Te prometo que ya no te grito más
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Descansa en la calma;
Vive tu gran sueño;
Mi hermano mayor;
Mi hermano menor;
Mi hermano pequeño;
¡Mi hermano del alma!
Victoriano Orts Cobos.
Málaga 6 de febrero de 2010.
(Re)visado
el día 24 de marzo de 2016.
2 comentarios:
Lo imagino ahora libre de ese cuerpo y mente que lo limitaron, abrazando y agradeciendo a su hermano menor por todo el amor y cuidado dispensado...hasta un grito a veces está disfrazado de preocupación y cuidados...
Suerte haber tenido un ser semejante a tu lado...y un lujo para él haber vivido a tu lado.
A veces me asqueo cuando me doy cuenta de lo poco que valora esta sociedad la candidez y la bondad. El precio tan bajo que se le pone a la sencillez y a la humildad, a la modestia.
Pero en seguida me doy cuenta de que los recuerdos hacen justicia al legado que cada persona deja detrás de sí. Hay gente que deja un sabor amargo en nuestro corazón cuando los recordamos y otros que nos deleitan con el dulce néctar de las vivencias que hemos compartido cuando vuelven a nuestra mente.
Yo he compartido ese regalo que ha sido mi tío Gaspar, tanto de pequeño, como de adolescente, como ya de adulto. Siempre ha estado allí, quizá en un segundo plano, pero siempre presente.
Y su memoria no trae a mi ni una pizca de mal sabor. Todo es dulce. Todo es puro. Todo es amable.
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