martes, 13 de junio de 2017

       DE UN ESTADO AUTORITARIO
Por LORENZO SILVA. Diario SUR, 13,06, 17

     Cuando ya parecía que no podían superarse, lo han hecho. Los impulsores del proceso independentista de Cataluña han llevado al extremo su puesta en escena organizando un acto en el que se ha concluido, nada menos, que España es un estado autoritario que oprime a los catalanes. El encargado en lanzar al aire semejante proclama, que quizás a otros embarazaba pronunciar, ha sido un célebre futbolista que en otro tiempo no tuvo mayor inconveniente en vestir la camiseta de la selección nacional del país autoritario en cuestión, beneficiándose del inmenso y desproporcionado halago que reciben los que se enfundan tal vestimenta, por parte de un buen puñado de españoles y de las autoridades   que los gobiernan. Que el portavoz intelectual del alarde sea un futbolista famoso, a falta de otra cosa, suscita alguna reflexión particular, que queda al arbitrio y la consideración  de cada lector. Habrá quienes les reconozcan a alguien así cualificado una superior autoridad moral. Habrá quién no.
     Pero vamos al meollo: Mencionar en Cataluña, en España, el espantajo de autoritarismo, requiere, si uno posee unas mínimas nociones de historia, extremar la cautela. Los catalanes de cierta edad, como el resto de los españoles, conocen de primera mano lo que significa estar sometido al designio de un autócrata. Significa no poder expresar con libertad las propias opiniones, y quedar excluido de las decisiones públicas. Significa, también que a uno se le impone una visión unívoca del mundo y del país, a la que no cabe más que la adhesión, so pena de ser tildado de traidor a la patria. Significa, en fin, quedar excluido del proceso de asignación de recursos y de provisión de las necesidades públicas, que el poder autoritario gestiona y decreta con arreglo a su agenda particular.
     Es harto dudoso que en la Cataluña de 2017 sean los catalanes a los que el señor Pep Guardiola representa los que se vean sometidos a semejantes restricciones. Es impensable, siquiera, que pretenda estarlo él, agasajado con largueza y hasta el embobamiento por las autoridades competentes y elevado en cada comparecencia a los altares mediáticos sufragados con los impuestos de todos los catalanes. Su autoproclamación como víctima debería sonrojarle, si fuera capaz de volver la vista a alguna de las miles de millones de verdaderas víctimas que en el mundo son. Confundir el imperio de la ley democrática, incomoda a veces, perfectible siempre, con el capricho de un poder dictatorial, es de una banalidad insultante. Si tuviera algún sentido proponerle el ejercicio a quien ya ha abrazado un dogma, cabría invitar al certificador de autoritarismos a que pensara en esos otros cientos de miles de catalanes a los que no representa. Y en sus derechos, que también los tienen.

Copiado por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 13 de junio de 2017.


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