domingo, 7 de octubre de 2018

Pequeño muro de la vergüenza








Antonio Soler

ANTONIO SOLER
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Ángel Idígoras ha dejado en blanco la pared que apenas dos semanas atrás había dignificado con su pintura. El muro de los besos pasa a ser el muro de la vergüenza. Alguien envuelto en la bandera del feminismo vino a afear la idea de Idígoras y los versos de Vicente Aleixandre. Lo políticamente correcto se vestía de lo que es: un pensamiento retrógrado y ejecutor de una censura que hunde sus raíces en los movimientos más reaccionarios que en estos tiempos galopan por el mundo dejando a Atila y a su caballo a la altura de un muchacho travieso. Atila era un bárbaro. Los que practican este tipo de censura son unos sibilinos representantes de la Nueva Inquisición. Actúan por el bien de la humanidad y la limpieza del espíritu. Por una justicia divina travestida de progresía y conquista social.
Acusar a Idígoras de machista, aunque sea en categoría de colaborador -como aquellos franceses que fueron fusilados tras la liberación de los nazis o las francesas rapadas y apaleadas por haberse relacionado con los ocupantes-, es una bajeza y una mezquindad. Hacer lo mismo con Aleixandre además es el resultado de una ignorancia insultante. No se sabe hasta dónde va a llegar esa depuración que además, como se ha visto en el caso del viejo premio Nobel, tiene un carácter retroactivo y revisionista. La pureza de sangre de este magnífico dibujante que es Idígoras debe ser demostrada. Si es propenso a leer dudosos versos que se apartan del código debe ser tachado al menos de sospechoso y colocado en la lista negra de quienes ofenden a la mujer y de un modo subrepticio justifican el machismo más funesto.
La ceremonia de la confusión. Los buenos cristianos que usaban la hoguera para predicar la hermandad entre los hombres. De qué nos vale hacer declaraciones en contra del machismo, dibujar, escribir, gritar nuestra repulsa contra esos individuos que del modo que sea vulneran los derechos de la mujer si por cualquier esquina aparece esta especie de policía religiosa y fanática, analfabeta, para ponerte la estrella amarilla en el pecho. Angel Idígoras, como cualquier ciudadano civilizado, no importa qué genéro tenga, está a favor de la igualdad entre los sexos, de que la mujer conquiste unos derechos que esta civilización surgida de las cavernas le ha negado históricamente. Ha dejado constancia de ello en muchas de sus geniales viñetas. Pero aunque no lo hubiera hecho expresamente, que lo ha hecho, bastaría con observar su línea argumental, la comprensión del género humano que se desprende de sus entrañables monigotes, para saber que quien traza esas líneas no puede ser un retrógrado ni un intransigente. Solo hay que leer medio poema de Vicente Aleixandre para captar la misma impresión. Pero, claro, para eso hay que observar, leer. Realizar ese esfuerzo titánico. Mejor dejarse llevar por el arrebato, por el toque de corneta y el exabrupto. Es una pena, pero la ciudad del paraíso sigue teniendo esquinas que huelen al azufre de los más oscuros
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LOS BESOS DADOS
por Vicente Aleixandre

La memoria de un hombre está en sus besos,
pero nunca es verdad memoria extinta.
Contar la vida por los besos dados
no es alegre. Pero más triste es darlos sin memoria.
Por lo que un hombre hizo cuenta el tiempo.
Hacer es vivir más, o haber vivido,
o ir a vivir. Quien muere vive, y dura.
Así callado, aún mis labios en los tuyos,
te respiro. O sueño en vida o hay vida.
La sospechada vida está en el beso
que vive a solas. Sin nosotros, luce.
Somos su sombra. Porque él es cuerpo cuando
ya no estamos.
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Ciudad del Paraíso, Vicente Aleixandre
A mi ciudad de Málaga

Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria, antes de hundirte para siempre en las olas amantes.

Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.

Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.

Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí, donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores, en brillos.

Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la luna eterna que instantánea transcurre.

Un soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un Dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente fúlgidos como un soplo divino.

Jardines, flores. Mar alentando como un brazo que anhela
a la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!

Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Píe desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.


... Fuente https://www.poemas.de/ciudad-del-paraiso/

Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
En mi Ciudad del Paraíso, a 7 de octubre de 2018.

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