viernes, 22 de febrero de 2019

Este sol de la infancia»: Antonio Machado, 80 años después




«Este sol de la infancia»: Antonio Machado, 80 años después

Murió en el exilio, hace hoy ocho décadas. Dejó como legado una obra comprometida, una invitación al diálogo y su visión humanista de la vida en medio de un país en guerra




Alberto Gómez

ALBERTO GÓMEZ
Después de que Antonio Machado muriese, hace hoy ochenta años, su hermano José encontró un papel arrugado en su abrigo con un último verso: «Estos días azules y este sol de la infancia». También había anotado, en inglés, el comienzo del monólogo de 'Hamlet': «To be or not to be». Apenas sobrevivió 26 días en Colliure. Era 1939. Había llegado empapado por la lluvia, envejecido y enfermo, desolado por la inminente victoria franquista. Le acompañaba parte de su familia. Mantenía intacto su compromiso con una España abierta y libre, dialogante y compasiva, pero la Guerra Civil había hecho añicos el sueño de pertenecer a un país culto y en paz. Por eso sus herederos, años después, desde el exilio en Chile, se negaron a repatriar los restos del poeta pese a las peticiones de la dictadura. Aquella tumba en un pequeño pueblo de pescadores al sur de Francia simbolizaba, sigue haciéndolo, la huida impuesta de cientos de miles de personas. Para muchos, millones si añadimos a las siguientes generaciones, Machado es, por encima de su obra, una respuesta a los dilemas, un referente ético.
Resumió su infancia como «recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero». Poco duró aquella primera etapa andaluza. Su familia se trasladó a Madrid cuando Antonio tenía ocho años. Allí estudió en la Institución Libre de Enseñanza junto a su hermano Manuel, un año mayor. Deslumbrados por la vida bohemia de la capital, participaban en tertulias literarias y acudían a cafés y tablaos. Entablaron relación con intelectuales y artistas y comenzaron a escribir, primero en algunas revistas de la época, como Helios o Blanco y Negro, y luego como autores teatrales. Firmaron a cuatro manos obras dramáticas como 'La Lola se va a los puertos', antes de que las diferencias ideológicas abrieran un abismo insalvable entre ambos.
Antonio probó suerte como actor, oficio que descartaría enseguida. En 1899 viajó por primera vez a París, donde conoció a Oscar Wilde y descubrió la obra de Verlaine, cuyo influjo simbolista zarandeó sus cimientos como poeta emergente. Años más tarde regresó a la capital francesa y contactó con Rubén Darío, otra referencia colosal en sus primeros escritos. En 1902 publicó 'Soledades', que ampliaría un lustro después como 'Soledades, galerías y otros poemas' y ya revelaba la obsesión de su autor por el paso del tiempo. Nunca abandonó el tono melancólico de aquella primera obra: «Hacia un ocaso radiante / caminaba el sol de estío».
En Soria, donde obtuvo plaza como profesor de francés, experimentó algo parecido a la felicidad. Conoció a Leonor Izquierdo en 1907. Acabarían casándose dos años después, tiempo que Machado aprovechó para avanzar en su obra: estaba escribiendo los poemas de 'Campos de Castilla'. Despojado, al menos en parte, de su timidez, de su carácter «misterioso y silencioso», como lo definió Darío, dio carta de libertad a sus propias emociones, al impacto que le habían causado los paisajes castellanos y los encuentros con Leonor, a quien sacaba casi 20 años. El libro no fue publicado hasta 1912, una vez incluido el extenso romance 'La tierra de Alvargonzález', inspirado en un crimen perpetrado en un pequeño pueblo soriano.

Muerte de Leonor

Leonor había enfermado de tuberculosis meses antes. Su muerte, también en 1912, sumió a Machado en una tristeza honda: «Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar». Ni las buenas críticas de 'Campos de Castilla', alabado por Unamuno, Azorín y Ortega, entre otros, calmaron su desesperación. Incapaz de seguir en Soria, solicitó su traslado a Madrid, pero terminó en Baeza, único destino vacante. Allí permaneció varios años, antes de instalarse en Segovia, donde festejó la proclamación de la Segunda República en 1931, siendo requerido para izar la bandera tricolor del Ayuntamiento. Pilar de Valderrama, una poeta perteneciente a la alta burguesía madrileña, casada y madre de tres hijos, se había cruzado en su camino poco antes. Rejuvenecido casi dos décadas después de la muerte de Leonor, Antonio volvió a ilusionarse. Fue una relación extraña, casta según ella, que inspiró el personaje poético de Guiomar, sobrenombre que Machado dio a Pilar en cartas y poemas.
El estallido de la Guerra Civil puso en peligro a artistas e intelectuales. Antonio, a diferencia de su hermano Manuel, cercano al bando nacional, estaba en el punto de mira. León Felipe y Rafael Alberti lo convencieron, tras varias visitas, para que se trasladara al municipio valenciano de Rocafort. Publicó 'La guerra', con textos estremecedores como la elegía dedicada a Federico García Lorca. Viajó a Barcelona y de allí, ante la inminente ocupación de la ciudad, huyó con parte de su familia a Francia, pero la frontera, colapsada, se había convertido en una ratonera. Hicieron a pie, sin maletas, el resto del camino hasta la aduana francesa. Antonio murió un mes después, el 22 de febrero de 1939. Dejó como herencia sus poemas, una invitación al diálogo y su visión humanista: «Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre».

ANTONIO MACHADO

EL CRIMEN FUE EN GRANADA: A FEDERICO GARCÍA LORCA

Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada...

RETRATO (FRAGMENTO)

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
(...)
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

VOY CAMINANDO SOLO...

Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.

CANCIONES A GUIOMAR

Hoy te escribo en mi celda de viajero,
a la hora de una cita imaginaria.
Rompe el iris al aire el aguacero,
y al monte su tristeza planetaria.
Sol y campanas en la vieja torre.
¡Oh tarde viva y quieta que opuso
al panta rhei su nada corre,
tarde niña que amaba a su poeta!
¡Y día adolescente
—ojos claros y músculos morenos—,
cuando pensaste a Amor, junto a la fuente,
besar tus labios y apresar tus senos!
Todo a esta luz de abril se transparenta;
todo en el hoy de ayer, el Todavía
que en sus maduras horas
el tiempo canta y cuenta,
se funde en una sola melodía,
que es un coro de tardes y de auroras.
A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet  por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 22 de febrero de 2019.

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