A Málaga
Salvador Rueda, Benaque-Macharaviaya 1857
Málaga 1933
Dicen que me olvidaste; yo no te olvido;
dicen que no me quieres; yo sí te quiero;
¿cómo no he de adorarte si en ti he nacido.
Y adorar a las madres es lo primero?
Aunque hicieras mi carne fúnebres trizas,
aunque me destrozaras con ira fiera
aunque hicieses mis huesos polvo y cenizas,
mil vidas que tuviese, mil te las diera.
Hace ya mucho tiempo..., ¡qué tierna historia!
siendo los dos muy niños, los dos muchachos,
mi hermana y yo vinimos a ver tu gloria
dentro de los dos nidos de dos capachos.
Y en medio de la carga de pequeñuelos,
conduciendo la bestia que nos traía,
bajo el azul brillante que dan tus cielos,
bondadoso, mi padre se sonreía.
Vinimos desde el lado del alba ardiente,
que en nubes se envolvía de añil y gualda,
cual si a ti nos trajera la luz de oriente,
y el sol nos arrojase sobre tu falda.
Tu zumbar babilónico dio en mis sentidos,
tu tráfago profundo sentí vibrando,
y aquel torrente de almas y de sonidos
lo llevo en mi cerebro siempre rodando.
En ti desembocaban tus carreteras,
los frutos de tus pueblos y tus campiñas,
las verdes cañas dulces de tus riberas,
y los nobles racimos que dan tus viñas.
Al lado de tu puerto de linea oblonga
iban los rubios trigos que da Periana,
y los ricos productos de Sayalonga,
de Cómpeta de Vélez y Frigiliana.
En ti entraban zumbando, cual ola viva,
igual que una serpiente que te envolviera,
peces que Fuengirola del mar cautiva,
y los frutos que crían Ronda y Yunquera.
Y un volar esplendente de raudas aves
venían del dorado confín abierto,
con sus velas, cual alas de inmensas aves,
bajo el sol desplegadas hacia tu puerto.
Tus raudales de vida me fascinaban,
y, allá en tu recia torre de voz intensa,
tus bronces religiosos graves zumbaban,
igual que si tocasen a misa inmensa.
Sentí estallar mi pecho, Madre divina,
cual otro campanario lleno de sones,
al abrirse a mis ojos la gran cortina
del mundo, con sus grandes palpitaciones.
Se dilató mi infancia como un torrente,
algo rasgó en mi vida tu voz inquieta,
y, al golpe que tu mano pegó en mi frente,
de tu suelo sublime me alcé poeta.
En aquel gran momento Dios me llenaba,
y, al recibir mi pecho su ser divino,
sentí que entre mis manos depositaba
la lira prodigiosa de excelso trino.
Un temblor prodigioso nubló mi frente,
y reanimó mis huesos con su armonía,
al comulgar mis labios Dios de repente
con la luz sacrosanta de la poesía.
Y ya que fui poeta, noté tus sones.
Málaga a la que adoro con mis entrañas,
y escuché el coro inmenso de tus pregones
llenos de algarabías dulces y extrañas.
Cantas como ninguna ciudad del mundo;
en ópera se truecan tus timbres regios;
y eres un concertante fresco y jocundo
de fermatas y acordes, trinos y arpegios.
Vi llevar de tus pencas la fruta grata
en canastas de mimbres escurridizos
y cantó el pregonero con voz de plata:
"¡Van los chumbos reondos, y qué pajizos!"
Un pescador , que a su peso se igualaría,
colgados de sus codos sus dos tazones,
cantó, soltando al mundo su melodía:
¡llevo frescos y blancos los boquerones!
Al recorrer tus calles como jardines,
un charrán de la gracia bizarra prueba,
trinó, alzando una penca con mil jazmines:
¡A las buenas biznagas,quién se las lleva!
Y lejos, como un eco que blando gira
y arruya de tus siestas las largas horas,
se oyó una voz, cantando como una lira:
¡A las moras maúras, moritas moras!
¡Oh Málaga brillante, madre que adoro!,
¿a quién vate no hicieras tú de improviso,
si un orfeón pareces que canta un coro
con gargantas de pájaros del paraíso?
La luz traza en tus calles no sé qué cosas
al correr por tus muros y tus balcones,
que a su paso se encienden las amplias rosas,
y arden como bengalas los clavelones.
El sol dora tus plátanos de brazos huecos,
y borda tus macetas de maravillas;
de tus vivos mantones coje los flecos,
y se cuelga a tus sartas de campanillas.
Se coge de los lazos de tus guitarras,
y levanta en sus pechos rumor de sones,
mientras mueve una mano bajo tus parras
los enjambres que duermen en los bordones.
La luz te envuelve en tramas de oros y reflejos
al hacerte una llama con sus tusíes,
incendia palpitando tus azulejos,
y tiembla en los carrizos de tus bambúes.
Y te fabrica un manto de hebras no vistas
con ráfagas y risas tan luminosas,
como si el sol, rodando por tus aristas,
se rompiera en cien ríos de mariposas.
En tu seno glorioso guardan mi cuna;
son las cuatro maderas que me mecieron;
en sus bordes cantaron, por mi fortuna,
tus pájaros divinos que me instruyeron.
Bajo tus piedras duras, que al sol se doran,
ciudad que en ti primero fijé la planta,
de mi madre divina sus huesos lloran;
¡cómo no he de quererte, Málaga santa!
Bajo tu noble suelo, que enchí de besos,
ciudad que en ti mi historia llevas escrita,
de mi madre divina duermen su huesos;
¡Cómo no he de adorarte, tierra bendita!
Dicen que me olvidaste; yo no te olvido;
dicen que no me quieres; yo sí te quiero;
en tu sol me he bañado y en ti he vivido,
y adorar nuestras madres es lo primero.
Aunque hicieras mi carne fúnebre trizas,
aunque me destrozaras con ira fiera,
aunque hicieses mis huesos polvo y cenizas,
mil vidas que tuviese, mil te las diera.
Y yo, que fui tus glorias siempre cantando,
e hice admirar al mundo lo hermosa que eres,
te interrogo , con ojos que están llorando:
¿Es verdad, Madre mía, que no me quieres?
Salvador Rueda.