martes, 15 de octubre de 2019

La isla de las mujeres: así vive una de las últimas sociedades matriarcales que quedan en el mundo

Kihnu, en Estonia, es un pequeño territorio donde el poder es femenino. Ellas han preservado desde hace siglos una forma de vida que está desapareciendo


La isla de las mujeres: así vive una de las últimas sociedades matriarcales que quedan en el mundo

JAVIER GUILLENEA
En Kihnu las mujeres bailan juntas. No se quedan plantadas hasta que los hombres las inviten ni tampoco lo esperan, les da igual. Mientras los varones hablan entre sí, ellas eligen pareja, se cogen de la cintura y comienzan a girar con sus faldas de colores al ritmo de la música que interpretan otras mujeres. Lo hacen porque siempre lo han hecho así, desde los tiempos lejanos en los que los hombres de la isla partían a pescar y tardaban meses en volver. Durante su ausencia, las que se quedaban en casa velaban por la familia, trabajaban el campo, cuidaban del ganado y se encargaban de guardar y transmitir su patrimonio cultural. Hace siglos tomaron el control y ya no lo han soltado.
La isla estonia de Kihnu es la más grande del Golfo de Riga, en el Mar Báltico. En sus escasos siete kilómetros de largo y 3,3 de ancho residen unas 380 personas repartidas en cuatro pueblos: Lemsi, Linaküla, Rootsiküla y Saareküla. Alrededor de 120 vecinos están jubilados y 75 de ellos tienen más de setenta años. La escuela cuenta con menos de cuarenta alumnos y solo hay treinta niños en edad preescolar. Es un pequeño trozo de tierra con una población menguante que lucha por no disolverse en la historia.
Solo un puñado de hombres reside de forma permanente en Kihnu. Las mujeres son el centro de la vida organizativa, social y cultural de la isla, las protagonistas de una de las últimas sociedades matriarcales que quedan en el mundo. En ausencia de los varones han llevado a cabo todos los trabajos necesarios para sobrevivir, desde arreglar motores de tractores hasta oficiar servicios en la iglesia cuando el sacerdote ortodoxo no estaba disponible.
La relativa lejanía y el escaso tamaño de la isla preservaron su identidad durante la época de la URSS. Aunque el régimen soviético prohibió las prácticas culturales regionales como hablar el idioma local, el kihnu kiel, las mujeres se las arreglaron para seguir transmitiendo su patrimonio. Desde hace años, la escuela de Kihnu imparte casi todas las asignaturas en el dialecto isleño y los alumnos reciben clases de música tradicional.
El pequeño territorio ha perdurado como un mundo aparte en el que las mujeres se trasladan de un lado a otro en ruidosas motos y mantienen terrenos de cultivo comunales. Con ellas no tiene sentido gastar bromas sobre quién lleva los pantalones porque es una prenda que nunca utilizan. Desde niñas visten casi exclusivamente 'körts', unas faldas a rayas de lana tejida cuyos colores van cambiando con la edad y la ocasión. Las que usan las jóvenes tienden a ser de un rojo más brillante, durante los períodos de duelo son negras y con el tiempo se introducen progresivamente líneas de azul antes de regresar al rojo.
El aislamiento, el fuerte sentido de comunidad, el apego a los antepasados y la vigilancia de las mujeres han permitido a los habitantes de la isla mantener sus costumbres a salvo de todas las amenazas. Durante décadas las innovaciones e influencias que los hombres traían de sus largos viajes habían sido adoptadas e integradas sin problemas por la población femenina en la cultura insular original, pero ahora han aparecido nuevos enemigos.
Uno de ellos tiene que ver con la pérdida de peso de la pesca, que hace que los varones permanezcan más tiempo en casa. Algunos incluso se han quedado permanentemente en sus hogares, lo que amenaza con alterar la tranquilidad de las mujeres y cambiar por completo su estilo de vida. Este es un inconveniente pero no el más grave, porque la mayor sombra que se cierne sobre Kihnu es el descenso de su población.

Cambio de vida

Desde la década de 1990 la isla no ha dejado de perder habitantes. Muchos de los jóvenes que se trasladan al continente para estudiar en la universidad optan por no regresar y los que se quedan se ven obligados a emigrar en busca de mejores oportunidades de trabajo. En casa permanecen los mayores y quienes no se resignan a dejar que desaparezca un modo de vida que, pese a todos los esfuerzos, ya ha comenzado a cambiar.
Los ingresos de la pesca han sido sustituidos por el dinero que dejan los miles de turistas que desembarcan todos los años en Kihnu en busca de tradiciones ancestrales y de mujeres con faldas de colores para sacarles fotografías. En el colegio los niños han comenzado a dejar de hablar el dialecto local y conversan en estonio mientras sus padres hacen planes para irse. En verano volverán al pueblo para pasar las vacaciones y recordar los viejos tiempos, que cada vez serán más viejos.
En Kihnu nació y pasó su infancia la cineasta y fotógrafa Meelika Lehola, que en 2017 estrenó 'Nuestro hogar', un documental que, a través de la voz de tres mujeres, muestra a una comunidad que se desvanece lentamente y la determinación de sus protagonistas de quedarse «hasta el final». En 2003 la Unesco declaró las tradiciones de la isla como una obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad, razón de más para que sus vecinas cuiden de sus costumbres y las muestren con orgullo a los visitantes.
Las mujeres siguen bailando y cantan en los festivales que organizan en verano. Su música es antigua, de muchos siglos atrás. Siguen siendo las guardianas, pero cada vez son menos. Meelika Lehola decidió hacer el documental cuando se percató de que en el ferry en el que volvía al pueblo viajaban cada vez menos personas. Sintió que Kihnu se volvía «más tranquila año tras año». Que se estaba disolviendo.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet  por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 15 de octubre de 2019. 


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