Poesía al SUR
Blanca Varela: la poesía como gesto privado
Pocos autores han permanecido tan ajenos al carrusel de vanidades como la escritora peruana, que alternó breves libros brillantes con largos silencios. Su escasa producción no impidió que se convirtiera en un mito
Para Blanca Varela la publicación de sus poemas nunca resultó una prioridad. Lo necesario para ella, lo irremediable, era la escritura. Sanadora en ocasiones, desgarradora otras veces. Las consecuencias, casi siempre felices, simbolizadas bien en la cascada de premios que recibió durante sus últimos años de vida, solían encontrarla distraída, inmersa en algún verso o en uno de sus largos silencios, entre la perplejidad y la timidez. Pocos autores han permanecido tan ajenos al carrusel de vanidades y ambiciones triviales, a la codicia de premios y reseñas en los diarios. Si decidió editar sus libros, cuentan los allegados, fue por insistencia ajena. Por el empeño de amigos como Octavio Paz, que prologó su primer libro, a cuyo título había contribuido de forma decisiva en una hermosa anécdota relatada por Vargas Llosa. La escritora peruana quería que se llamara 'Puerto Supe'. A Paz no le gustaba.
—Pero ese puerto existe, Octavio.
—Ahí tienes el título, Blanca: 'Ese puerto existe'.
Perteneciente a la generación del cincuenta, escribió sus primeros poemas en París motivada por la nostalgia de su Lima natal: «Allí destruyo con brillantes piedras / la casa de mis padres, / allí destruyo la jaula de las aves pequeñas, / destapo las botellas y un humo negro escapa / y tiñe tiernamente el aire y sus jardines». En la capital francesa entabló amistad con Sartre, Michaux y Simone de Beauvoir, entre otros otros intelectuales. Después se trasladó a Florencia y Washington, donde se ganó la vida haciendo traducciones y trabajos periodísticos antes de regresar a Perú ya hasta su muerte, hace ahora una década. Todos sus poemas reunidos apenas superan las doscientas páginas. Pasaban años entre uno de sus libros y el siguiente. Aunque nunca renunció a la visceralidad, Varela rechazaba la abundancia y prefería el surrealismo despojado.
Su escasa producción no impidió que se convirtiera en un mito. Fue la primera mujer que ganó el Premio Federico García Lorca, que no recogió por su delicado estado de salud. Ya había cumplido los ochenta años. Detestaba hablar en público. Concedió pocas entrevistas, y cuando lo hacía trataba de llevar los diálogos a senderos alejados de su propia obra. Rara vez utilizó las mayúsculas en un portazo a la grandilocuencia, aunque tampoco se dejó arrastrar por la oscuridad de otros existencialistas. Su poesía, a la que conviene acercarse libre de prejuicios, está marcada por un enorme rigor y cierta complejidad formal: primero optó por la verticalidad, luego escribió poemas en prosa y después regresó a la distribución clásica de los versos. Tiene poemas que ocupan varias páginas y otros fugaces pero directos como un disparo, un contraste que manifiesta su propio laberinto: «Un poema / como una gran batalla / me arroja en esta arena / sin más enemigo que yo».
Perteneciente a una familia de aficionados al arte y la literatura, se casó con el pintor Fernando de Szyszlo. Desarrolló enseguida una preocupación por las desigualdades, inquietud que volcó en sus libros, aunque nunca de forma explícita ni moralista: «Vino el pájaro / y devoró al gusano / vino el hombre / y devoró al pájaro / vino el gusano y devoró al hombre». Escribía «porque hay gente que no puede dejar de hacer algunas cosas». Torcía el gesto cuando le pedían recitar y también cuando la llamaban poetista y no poeta.
Accidente
La muerte de su hijo Lorenzo en un accidente de avión en 1996 la sumió en la desolación. Szyszlo, de quien se separó, lo relató así: «La muerte de nuestro hijo fue terrible para Blanca. La impulsó a hacer su mejor poesía y, sin embargo, la mató al mismo tiempo. Ella sobrevivió penosamente». En 'Si me escucharas', Varela lanza un alarido: «Si me escucharas / tú muerto y yo muerta de ti / si me escucharas / hálito de la rueda / cencerro de la tempestad / burbujeo del cieno / vivo insepulta de ti / con tu oído postrero / si me escucharas». Tras enterrar a Lorenzo sólo volvió a publicar dos libros más, 'Concierto animal' y 'El falso teclado'. El tono elegíaco queda tamizado por el carácter de la autora, que huye de cantos embriagados, poseedora de la capacidad de callar a tiempo. Poco después sufrió una obstrucción de carótida. Cada vez se le hacía más complicado expresarse. Fueron años oscuros, amurallados por una intimidad gélida. No acudió a recoger los premios que le concedían. Tampoco se mostraba triste por ello. Su exmarido explicaba que Blanca entendía la poesía «como un gesto privado, como un hábito casi secreto entre el lector y el poema».
En algunos de sus poemas queda clara «la relación tan conflictiva» que mantenía con la idea de dios. «Si tengo una religión, es la poesía», reconocería tiempo después. Murió en 2009, cuando tenía 82 años. Dejó una poderosa obra capaz de trascender fronteras y una única certeza: «Que todo está prestado pero es bonito vivir como si no fuera así». Sólo los nietos endulzaron los últimos tiempos. Por entonces ya había dejado de escribir, forzada por la mala salud. Era tal vez un ajuste de cuentas. Nadie sale ileso de su poesía: ni ella misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario