Poesía al SUR
Violeta y Nicanor Parra, hermanos de sangre y letra
Hijos de un maestro y una modista, ella escribió uno de los cantos a la vida más conmovedores de la música popular en español meses antes de suicidarse; él vivió hasta los 103 años y se convirtió en el mayor exponente de la antipoesía
El reloj marcaba las seis menos diez de la tarde cuando Violeta Parra empuñó un revólver, apuntó a su propia cabeza y apretó el gatillo. Era el primer domingo de febrero de 1967. Un año antes, como un epitafio conmovedor, había publicado 'Las últimas composiciones', el disco que contiene una de las canciones más hermosas escritas en español: 'Gracias a la vida'. La cantautora chilena, genial y poliédrica, capaz de parir el himno humanista más importante de la música popular hispanoamericana mientras se deshacía por dentro en una depresión que acabaría arrollándola, había dejado una nota dirigida a su hermano Nicanor. De aquella carta, rodeada de leyendas durante años, escrita desde rencores indescifrables, destaca una frase: «Yo no me suicido por amor».
El final de Violeta, como el resto de su vida, no dependió de un hombre. Aunque la dictadura de Pinochet tratara de apropiarse de su figura sepultando su compromiso político con la izquierda y asociando su muerte a fracasos amorosos. Aunque a veces tropezara en relaciones tóxicas como la que mantuvo con el antropólogo Gilbert Favre, a quien dedicó 'Qué he sacado con quererte': «Pero tú, palomo ingrato, / ya no arrullas en mi nido». Aunque a menudo reconociese como mentor a Nicanor, su hermano mayor, improvisada figura paterna tras la muerte temprana del padre biológico. Aunque fuese madre hasta en cuatro ocasiones con dos parejas diferentes. Nadie cortó unas alas que la llevaron a exponer sus óleos y esculturas en el Louvre, a liderar la nueva canción chilena con la voz más poderosa de su generación: «Yo no tomo la guitarra / por conseguir un aplauso. / Yo canto a la diferencia / que hay de lo cierto a lo falso: / de lo contrario no canto».
Sabía que algunas élites nunca perdonaron su aspecto y modales campesinos, pero ni siquiera en plena cima maquilló su procedencia. Reivindicó el universo rural, el folclore de su país y a las mujeres que luchaban contra la miseria para sacar a sus familias adelante, relegadas hasta entonces al lado escondido de la historia. Escribió canciones combativas como 'Qué dirá el Santo Padre', un dardo lanzado contra el franquismo: «Miren cómo nos hablan de libertad / cuando de ella nos privan en realidad». En París conoció la muerte de su hija pequeña, una distancia convertida en culpa («Mis noches son un desvelo. / Es contar y no creerlo. / Parece que la estoy viendo») y regresó a Chile para instalar una gran carpa con la intención de crear un centro de cultura popular. Fue el principio del fin.
Después del suicidio de su hermana, Nicanor escribió un poema titulado 'Defensa de Violeta Parra', una declaración de amor fraternal que dejaba las cosas claras a quienes confundieron independencia con mal carácter («Se te acusa de esto y de lo otro. / Yo te conozco y digo quién eres, / ¡oh, corderillo disfrazado de lobo!») y reivindicaba su vocación inquebrantable, el portazo de Violeta a la frivolidad: «Porque tú no te vistes de payaso / Porque tú no te compras ni te vendes / Porque hablas la lengua de la tierra». Si su hermana se ocupó de desempolvar la música tradicional, Nicanor centró su carrera en cumplir lo que consideraba un mandato ineludible: «Tengo orden de liquidar la poesía». El autor chileno se convirtió en el mayor exponente de la antipoesía, una corriente basada en el escepticismo y la desmitificación. El mayor de los Parra advertía de que «la poesía morirá si no se la ofende», convencido de que debe ser rescatada de la solemnidad y de la falta de contacto con los lectores.
Formación científica
Violeta y Nicanor fueron dos de los ocho hermanos de una pareja formada por un maestro y una modista. Crecieron entre artistas de circo y cantores ambulantes, pero Nicanor estudió Matemáticas y Física, una formación científica que contribuyó de forma decisiva a que acabase declarando la guerra a la metáfora, a las imágenes, en beneficio de los «hechos concretos». Adscrito al grupo de los poetas de la claridad, que proponían «una poesía del amanecer» frente al crepúsculo y la noche, Parra coqueteó con el surrealismo y cultivó un lenguaje coloquial para construir poemas críticos e irónicos: «El poeta no cumple su palabra / Si no cambia los nombres de las cosas».
Su mejor libro, 'Poemas y antipoemas', publicado en 1954, retiró el barniz institucional de la tradición poética para abrirse a la parodia y la paradoja sin renunciar a la emoción. Como su hermana, Nicanor utilizó su obra como herramienta para denunciar la desigualdad: «Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona». Su ingenio irreverente y la revolución literaria que supuso su antipoesía le valieron premios como el Cervantes y el Reina Sofía, reconocimientos a los que pudo acceder también por su longevidad: vivió hasta los 103 años antes de morir en enero de 2018. Por entonces ya había dejado escrito su 'Epitafio', donde se definió como una mezcla «de vinagre y aceite de comer / Un embutido de ángel y bestia». En su ataúd se reprodujo uno de sus «artefactos» más populares: la imagen de una cruz acompañada de la frase «Voy y vuelvo».
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