domingo, 12 de enero de 2020

REBROTA EL ODIO

Los ciudadanos debemos resistirnos a que nos envenenen. Aceptemos las reglas democráticas, el resultado electoral y la responsabilidad de cada diputado con su programa

IGNACIO SUÁREZ-ZULOAGA GÁLDIZ
El progresivo crecimiento de la intolerancia que ha venido teniendo lugar desde el inicio de la 'Gran Recesión' de 2008 -y que se ha escenificado durante el dramático proceso de investidura presidencial de Pedro Sánchez- ha cimentado el actual estado de agresividad generalizada. Para aquellos que hemos estudiado la historia de Segunda República, y hemos leído los estremecedores intercambios de insultos, desplantes y amenazas que se intercambiaron en el Parlamento durante aquellos años, lo visto en las Cortes hace unos días resulta tan familiar como angustioso. Porque esta clase de espirales de odio tienden a enquistarse, no siendo sencillas de reconducir. Y si a esto se añade un contexto internacional explosivo -con numerosos líderes populistas al frente de los países más poderosos del mundo, una guerra no declarada entre EE UU e Irán y la Unión Europea debilitada por el Brexit- resulta innegable que el panorama del año 2020 es muy preocupante.
Aunque lo más chocante de esta espiral de odio es su ausencia de lógica. ¿A qué se debe realmente? Si se compara con el pasado -que es con lo único que nos podemos comparar- actualmente hay una ausencia de problemas de fondo 'insoportables' a nivel internacional y nacional. Cualquiera puede consultar en internet la evolución de los indicadores de bienestar en todo el mundo; y muy especialmente en España. Jamás hemos estado tan bien. Lo más probable es que 'bajemos', no que sigamos subiendo. Claro que hay retos que superar, siempre los habrá. Pero lo innegable es que el bienestar avanza y retrocede. Y que los avances se producen mediante contextos de paz y estabilidad; no con inseguridad y zozobra.
Lo que más me choca es que no agradecemos lo suficiente el tener paz. Nos olvidamos de que llevamos 74 años sin una guerra generalizada en Europa; el periodo más prolongado desde hace siglos. Y que en España son ya 80 años sin una guerra en nuestro territorio. ¿Demasiado tiempo para algunos? ¿'Toca ya' otro conflicto? ¿No les hemos 'ajustado las cuentas' suficientemente? ¿Todavía nos queda por demostrar que 'nosotros' somos superiores a 'ellos'? Porque de los órdagos verbales se pasa a los físicos... No olvidemos como acabó la 'ejemplar Yugoeslavia' del mariscal Tito; lo que hasta 1980 se consideraba un oasis de convivencia entre distintos, aquel país que todos afirmaban que había sabido superar las masacres étnicas de la Segunda Guerra Mundial, constituyendo un ejemplo de socialismo democrático. Pues los territorios más prósperos, situados al norte del país (Eslovenia y Croacia) echaron mano de todas las diferencias identitarias y de renta, de los agravios históricos -reales e inventados- hasta que consiguieron provocar una reacción similarmente visceral e intolerante con esos compatriotas 'distintos', con los que habían convivido y prosperado durante décadas. Recordemos que está en la condición humana pretender que se es más que el vecino; tratar de 'mejorar' a su costa, y asegurarse que se sepa que se es superior al otro. Incluso en una familia y en la comunidad de propietarios de un edificio. Y para eso están los políticos nacionalistas y populistas, para suministrarnos los argumentos que nos hagan sentirnos 'más'; agraviados; irredentos. Sean aquellos nacionalistas periféricos o populistas centralistas.
¿Y qué papel vienen desempeñando nuestros líderes electos en la actual crispación? Pues son los principales responsables. Y estoy seguro que a muchos les va a costar revisar la hemeroteca al jubilarse. Cuando hagan repaso de lo que hicieron y dijeron; al pensar acerca de lo que va a salir en los documentales de TV y lo que se va a escribir en los libros de historia. Cuando imaginen lo que les dirán a sus nietos, en el colegio, acerca del abuelito (o abuelita). Y así, irán pensando sobre la conveniencia de no parar en ciertos sitios, donde les pueda ver mucha gente y decirles algo; por ello deberían estar ahorrando, para comprarse un apartamento en alguna playa donde no les reconozcan. Pues va a resultar muy duro aguantar las miradas de desprecio de aquellos a los que se estuvo envenenando durante años. A muchos políticos del actual parlamento les va a pasar como a los corruptos, que -cuando toda esta tensión acabe por deteriorar la economía y el bienestar social- la gente se les volverá en contra; incluso sus partidarios más acérrimos. Ya se sabe que, en los asuntos apasionados -como el amor y la política- se pasa muy rápido del amor al odio.
En cuanto a los ciudadanos; deberíamos resistirnos a que nos envenenen. Y para eso debemos evitar a quienes lanzan mensajes de odio, de supremacismo, de unilateralidad, de incumplimiento del marco jurídico... Aceptemos las reglas democráticas, el resultado electoral y la responsabilidad de cada diputado con el programa por el que ha sido elegido. Cada cual debería concienciarse acerca de las consecuencias últimas de que siga acumulándose veneno en el tejido social: el 'raca-raca' de la Guerra Civil, el terrorismo de ETA, los casos de torturas... deben de tratarse con rigor y conforme a derecho; rechazando los planteamientos maximalistas, escénicos, revanchistas. Y eso cada uno lo podemos hacer cotidianamente: no compartiendo los mensajes de odio que se recibimos a través de las redes sociales, desconectando algunas emisoras, marchándonos de los lugares donde se pronuncian mensajes intolerantes, votando a líderes inclusivos... Actuemos contra el odio ¡ya!; sin excusas; cuantos más, mejor.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 12 de enero de 2020.
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