Flamencos: Un sueño rosa desafía a la pandemia
Los flamencos de Fuente de Piedra no se alteran por el virus y demuestran que el reloj de la naturaleza sigue al compás de la vida
Los flamencos son animales un tanto insólitos. Doblan la pierna para atrás, abren el pico hacia abajo en vez de hacia arriba y, a la mínima que notan que algo o alguien se les acerca demasiado, inician el vuelo y desaparecen en forma de línea recta bajo el brillo del sol. Es primavera, la tarde se aproxima a su final, la lluvia de los últimos días ha cargado el ambiente de humedad y las lagunas de Fuente de Piedra han acumulado bastante agua. No se ve un alma, pero unas 6.000 parejas de flamencos han vuelto a su hogar. Si ahí fuera hay una pandemia que está alterando el mundo entero, esta reserva es un verso suelto dentro del caos generalizado.
El reloj biológico de estos humedales, que abarcan un terreno de más de mil hectáreas, no se altera y mantiene su estrecha relación con la vida. Aquí nacerán a finales de mayo nuevas crías, que luego se anillarán allá por septiembre, en un conocido rito que atrae a ornitólogos y curiosos de medio mundo. Todo parece normal. Aunque al anillamiento de este año, como a casi todo, hay que ponerle un gran signo de interrogación.
La llegada a Fuente de Piedra desde Málaga demuestra lo mucho que se ha deformado la normalidad en las últimas semanas. Un fotógrafo, un cámara y un redactor se encuentran en dos coches y llevan guantes de látex. Tres mascarillas descansan tensadas sobre las caras. Unos 70 kilómetros separan a la capital del municipio que pertenece a la comarca de Antequera.
A la salida de Málaga para tomar la A-92, hay que sortear un control policial y luego se toma la autovía. No hay ningún ir y venir por este tramo de asfalto que suele ser un constante oscilar de tráfico. Eso hace que el vehículo se convierta en un tren fantasma. Esta crisis es distinta. Obliga a las personas al aislamiento y le roba sus caras. Las ciudades se han convertido en un búnker.
Fuente de Piedra también lo es. Después de tomar la salida de la autovía, un giro de rotonda a la derecha lleva a la calle Ancha. Aquí se encuentra el Ayuntamiento y a un kilómetro, el Centro de Visitantes José Antonio Valverde (en honor al biólogo vallisoletano que investigó por primera vez a los flamencos). Ahora está cerrado y nadie sabe muy bien cuándo se volverá a llenar de personas sus dos salas de exposiciones. También hay un trocito de tienda de souvenirs por si alguien quiere un llavero de recuerdo.
«La laguna estaba prácticamente seca, pero con las últimas lluvias ha cogido agua y hay bastantes flamencos», señala Siro Pachón, alcalde de este municipio. Aunque ahora pasa el día entero en su oficina, viendo cómo evita que el virus entre en su localidad, se reconforta todas las mañanas con la llegada de estos pájaros que ve aterrizar desde la ventana de su casa. «Donde más flamencos hay ahora es en estas lagunas», especifica con algo de orgullo.
Las salinas de la reserva se recorren por senderos, con varios miradores que ofrecen unas vistas privilegiadas un espectáculo de la naturaleza que no se da en muchos lugares del planeta. Si hubiera que catalogar el mundo animal en especies tímidas, el flamenco se encontraría en los primeros puestos.
Marta Luque tiene 61 años y desde 2001 es la encargada de organizar las visitas guiadas por la reserva. En esta época, tendría un colegio un día y al siguiente también: «El 12 de marzo hicimos la última excursión», señala y reconoce que lleva media vida entre flamencos. «Es un animal filtrador y se alimenta de los microorganismos que le van llegando», explica. Si tuviera que destacar una característica, la palabra que elige es «majestuosidad». «Es el rey de las aves», añade. ¿De dónde le viene el color rosado? «Uno de los pequeños microorganismos de los que se alimenta es la arthemia salina, que tiene una carotina que es la que le da el color a las plumas de sus cuellos. Si deja de comer ese microorganismo, el rosa desaparece de los cuellos».
La calma invade el escenario y todo parece ralentizado si se compara con la vertiginosa velocidad a la que avanzan las noticias relacionadas con la pandemia. El reloj biológico no se ha alterado aquí y la riqueza, tanto en flora y fauna, imprimen una sensación de seguridad que sabe a añejo y caduco. Pero el ciclo de la vida aquí se mantiene inalterado: a primera hora de la mañana siguen aterrizando de lugares cercanos los flamencos y ya no se irán de aquí hasta finales de septiembre, cuando sus crías aprendan a volar. «Ahora es la época en la que los flamencos empiezan a anidar», precisa el alcalde.
Y eso significa poder asistir en primera persona a uno de los ejemplos más antiguos de sostenibilidad. En estas lagunas y con estas aves se practica antes de que la palabra entrara en la agenda de los políticos. Los nidos que construyen los flamencos son como pequeños conos de barro. En la parte superior forman una pequeña hondonada en la que luego se introducen los huevos. La laguna de Fuente de Piedra es de los pocos lugares de Europa en los que estos animales anida.
Por un momento, la crisis del coronavirus desaparece de la conciencia y sucumbe al espectáculo que se está formando en el horizonte. Una cinta rosácea pero también algo blanca empieza a centellear. De repente, el cielo se convierte en un mar de llamas cuando el grupo de flamencos asciende al cielo y muestra sus alas rojas que no son visibles cuando están de pie.
Algunos puede que tiren para Doñana y también es posible que haya aves que se despisten y acaben en una de las playas de Málaga capital. Como ya ha pasado en la Misericordia, donde han sido avistados por los vecinos que se encuentran confinados. La naturaleza retoma su espacio, aseguran los más optimistas. En las lagunas de Fuente de Piedra no hace falta, ya es suyo. «Esto no es un zoológico. Menos mal», exclama Marta Luque.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 27 de abril de 2020.
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