Jon y la mujer del 3º izquierda
No le pareció especialmente grave 'el confinamiento'. De alguna manera, llevaba entrenándose años, desde que se quedó viuda y su hija se fue a vivir a Barcelona. En el sillón donde se sienta cada tarde está grabada la geografía de su cuerpo menudo. Su hija le compró una lámpara «alienígena» que da mucha claridad, se la colocó de tal manera que el haz de luz cae directamente sobre la página de la novela que está leyendo. En Navidad, el regalo de sus dos nietos fue una especie de soporte con pedales para que mueva las piernas. Apoya los pies cuando lee, pero pasa de pedalear. Ella anda por el pasillo; un rosario entero.
En la última semana le han llamado tres veces de asuntos sociales, ha venido una chica de la Cruz Roja amabilísima a traerle sus medicinas. Un chico de una organización de la que no recuerda el nombre le trae un menú de restaurante cada día. Al principio, ella no entendía. Desconfiaba porque el aspecto del joven era terrible. Sabe por las noticias, y porque su hija se lo ha explicado, lo que pasa con la pandemia. Están todos bien, le piden que no salga porque el virus viene a por los mayores. «Se comprende, cariño, estamos en tiempo de prórroga». Su hija dice que no diga eso, que ellos la necesitan, pero están muy lejos, aunque Barcelona esté cerca.
Está abrumada y casi feliz. No lo dice, porque no está bien decir esas cosas, pero por ella que esto dure mucho. No el virus, advierte, sino la atención que le dispensan. Esta mañana se ha puesto un vestido de verano porque hace sol y viene Jon a traerle la comida. El lleva mascarilla y una visera con plástico como los soldadores. Sus ojos negros son dos luceros. Al principio él le traía la bolsa. No hablaban. Pasados los días, ella elogió un plato, y le preguntó por su vida, felpudo de por medio. «Cierre, que se va a enfriar». Ahora él se sienta en el primer peldaño de la escalera, y ella en una silla que ha dejado en la entrada. Jon se queda un rato. Charlan y se cuentan cosas. El chico ha roto con su novia justo antes del confinamiento y tiene el estómago cerrado por la tristeza. «No te preocupes, cariño, lo que ha de llegar llega». Ella le dice que nació en 1930, y que su padre murió en la guerra. Que fue modista a domicilio. Ahora Jon toma apuntes, mientras ella se muere por abrazarlo.
No sabe cuándo les permitirán salir a los que como ella nacieron hace siglos. pero quizás pueda celebrar su cumpleaños con Jon, y con la chica de la Cruz Roja que se llama Ainhoa. «El mundo está muy mal, pero hay jóvenes maravillosos que con esta mierda de bicho han descubierto que los viejos estamos aquí»
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Este artículo, leído por mí, sentado en la azotea de mi casa a la una de la tarde de hoy día 1 de mayo, acompañado de mi hija y mi compañera de siempre (53 años siempre juntos), disfrutando del frescor de una cerveza y de un sol esplendente que supera los 20º C me ha llegado al rincón más íntimo de mi espíritu. ¡Cuanta belleza y sensibilidad me ha transmitido! Hasta el punto de humedecer mis ojos por la nobleza de su ejecución.
Muchas gracias, Elena Moreno Scheredre. No es el primer artículo que disfruto de su ingenio y espero que no será el último.
Le repito mis gracias y mi admiración.
Victoriano Orts Cobos.
Artículo publicado en el Diario SUR y copiado/pegado de Internet.
Artículo publicado en el Diario SUR y copiado/pegado de Internet.
Málaga 1 de mayo de 2020.
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