De los Illuminati al 5G
VIVIR
Con esta pandemia han surgido muchas teorías de la conspiración. No es nuevo: siempre ocurre en tiempos de crisis
Hay que ver qué débiles somos los humanos, siempre necesitados de respuestas, de certezas que nos expliquen el mundo, de algo a lo que agarrarnos para no perder el equilibrio en medio del caos. Por eso, a lo largo de la Historia, en medio de las grandes crisis –pestes, recesiones, guerras– han 'florecido' teorías de la conspiración, historias a veces muy descabelladas que 'explicaban' esas situaciones dramáticas y apuntaban a sus culpables. Según Joe Uscinski, estudioso de este fenómeno y autor de 'American Conspiracy Theories', «existe un número infinito de ellas» –lanzadas tanto desde sectores de izquierdas como de derechas– y, lo que es más inquietante, «todo el mundo cree en una o en más de una».
¿Quizá parece exagerado? No tanto. Según un estudio de la Universidad de Cambridge, al presentar cinco de estas teorías a los ciudadanos y pedirles que señalasen cuáles eran verdaderas, la mayoría marcaron al menos una, y eso que entre las opciones se incluían sociedades secretas, alienígenas... Y, cuanto más incertidumbre y sensación de amenaza tiene la población –como ocurre ahora mismo con la pandemia de coronavirus–, más se extienden las invenciones de este tipo. «La teoría de la conspiración busca culpables que orquestan entre bambalinas todo lo que ocurre. Por eso, al ser explicaciones basadas en identificar titiriteros ocultos, son tan útiles para movilizar y polarizar en política: el adversario ya no es un simple adversario, sino el Mal con mayúscula», analiza Alejandro Romero, profesor de Sociología de la Universidad de Granada y experto en teorías de la conspiración.
Pero ¿qué ingredientes debe tener una buena teoría de la conspiración? Es un 'género' variado, pero debe cumplir con cierta ortodoxia. Según indica Romero, en primer lugar hace falta «un chivo expiatorio, un culpable que ya estuviera mal visto, sobre cuyo estigma construir la teoría: el ejemplo perfecto es el estereotipo judío». El segundo 'mandamiento' es atribuir a esa persona o colectivo la responsabilidad sobre una serie de males: «Una catástrofe concreta, un atentado terrorista, pandemia y hasta procesos históricos de largo recorrido, como las transformaciones políticas y económicas». Y el tercer y último requisito: para que la teoría 'funcione' debe haber un 'nosotros', el pueblo, que sean las víctimas perjudicadas por los villanos». Todo ello debe estar aderezado, además, por «la salsa imprescindible, la irrefutabilidad: una teoría de la conspiración es indestructible cuando no hay prueba alguna que nos sirva para descartarla». Pero ¿no debería ser al revés? No en el creativo mundo de estas historietas. «De hecho, si no hay pruebas de que existe la conspiración, se entiende que es una prueba de lo hábiles que son los conspiradores para no dejar rastro de sus manejos –desvela el sociólogo–. Cara, yo gano; cruz, tú pierdes».
Las hay para todos los gustos: desde que Bush organizó los atentados de las Torres Gemelas, hasta que la llegada del hombre a la Luna nunca se produjo, que en China fertilizaban campos con cuerpos de bebés... Estas son algunas de las modernas, pero otras se remontan a varios siglos atrás. He aquí algunas muestras del catálogo de esta categoría fantástica:
Los judíos y la peste negra
En el siglo XIV, cuando la peste bubónica asoló Europa, los judíos pagaron el pato en buena medida. Como no se conocía el origen ni la propagación del mal, se extendió entre la población que este colectivo envenenaba el agua de los pozos para hacer enfermar a la gente.
Los eternos Illuminati
«Es la primera gran teoría moderna de la conspiración –explica Romero–. Una sociedad de idealistas infelices que apenas dura diez años en el siglo XVIII se convierte, gracias a los panfletos reaccionarios que los señalan como responsables en la sombra de la Revolución Francesa, en la élite internacional que viene dominando el mundo desde entonces, colaborando con los Sabios de Sión o los reptilianos, según la coyuntura. Si su pobre fundador, Adam Weishaupt, levantara la cabeza... Aunque igual no murió y comparte dúplex con Elvis».
Falsos cristianos malvados
Hay antecedentes españoles del mito de la conspiración judía mundial. Ya en el siglo XVI se comenzaron a adelantar algunos elementos. Para justificar el estatuto de limpieza de sangre, el arzobispo de Toledo publicó una serie de «pruebas» contra los judíos, incluyendo una supuesta 'Carta de los judíos de Constantinopla' (falsa, claro) a los rabinos de España en la que se les aconsejaba que se convirtieran falsamente al cristianismo y, haciéndose abogados, mercaderes, médicos o incluso sacerdotes, conspiraran contra la propiedad, la vida y las iglesias.
El peligro está en el agua
Ya en el siglo XX, se ha afirmado que la fluoración del agua potable encubría «una trama para contaminar y debilitar a la población», apunta el sociólogo. Sin ir más lejos, la gripe española (1918-1920), que causó millones de muertos, se atribuyó a un veneno alemán –acababa de terminar la Primera Guerra Mundial– echado en el agua.
Laboratorios y farmacéuticas
Son el 'enemigo número uno' de los conspiranoicos, que creen que el VIH o el ébola fueron creados en laboratorios para exterminar a determinados grupos. También se extendió la teoría de que las vacunas provocan autismo y que las grandes farmacéuticas tienen comprados a medios de comunicación, científicos y gobiernos para que lo oculten.
'Desviados'de la tradición
Según explica Romero, entre las teorías de la conspiración más recientes está cobrando especial fuerza en la extrema derecha de todo el mundo la idea de que, tras la caída del comunismo a finales del siglo XX, el nuevo proyecto totalitario se basaría en la corrección política y en la destrucción de la familia y los valores tradicionales mediante lo que llaman 'ideología de género' y la promoción de la homosexualidad y otras prácticas sexuales 'desviadas'. «Es uno de los ingredientes que había detrás de la polémica del veto parental, con aquellos vídeos de performances para adultos que se descontextualizaban y se movían en redes sociales presentándolos como 'clases de educación sexual para los niños españoles', o acusaciones sin pruebas sobre colegios en los que se hablaba de zoofilia».
COVID-19, tormenta perfecta
Información incompleta, situación desconocida sin soluciones perfectas y con grandes costes sociales y económicos, polarización política... La pandemia ha creado «la tormenta perfecta» para las invenciones conspirativas, resume Alejandro Romero. «No todas las teorías conspirativas sobre el coronavirus son de derechas. Frente a quienes defienden que el estado de alarma es una excusa para implantar un régimen totalitario, también están quienes identifican una nueva maniobra de las élites financieras para reorganizar el sistema económico a nivel internacional, sometiendo a los trabajadores a través del miedo. Y tampoco podían faltar los antivacunas, por desgracia», indica. Luego están los convencidos de que se debe al 5G o a algún complot extraterrestre, aunque estos casos, más que conspiración, entran de lleno en la ciencia ficción. ¿O es lo mismo?
«Somos fácilesde autoengañar»
Da igual lo descabellada que sea la teoría. Aunque no nos entre en la cabeza, siempre va a haber alguien que se la crea. Y algunas se extienden como la pólvora. Esto, que va contra toda lógica, ocurre, según explica Romero, porque «somos fáciles de autoengañar». Pero, ojo, nos creemos lo que queremos creer. «Aceptamos las teorías de la conspiración que encajan con nuestra visión del mundo. A nivel individual, es lo que los psicólogos llaman 'sesgo de confirmación'. A nivel colectivo, creemos teorías que refuerzan nuestras ideologías e identidades culturales». Así, si somos antisemitas, es más probable que la teoría de la conspiración judía mundial nos parezca verosímil. Sin embargo, si somos anticapitalistas, es más probable que creamos que las crisis económicas son provocadas deliberadamente por las élites financieras.
Lo curioso es que el avance de la ciencia no ha servido para frenar este fenómeno. Todo lo contrario: «No comprendemos que la ciencia no puede dar respuestas definitivas, sino soluciones provisionales que pueden ser refutadas. Esperar de la ciencia certezas absolutas contribuye a que creamos en teorías conspirativas: no pensamos que la ciencia se autocorrige, sino que los malvados científicos nos ocultan la verdad y la van dosificando según les conviene a ellos o a quienes 'los tienen comprados'».
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 19 de mayo de 2020.
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