Poemas sin autor para limpiar el váter
POESÍA AL SUR
Alguien publicó en 2015 'Antolejía', un libro gamberro y descarnado, bajo la identidad ficticia de Ballerina Vargas, un juego poco frecuente en un mundo repleto de egos y ansía de visibilidad: «No cometan el error / De confundirme con lo que escribo»
Ya lo avisa en uno de sus poemas: «No me gusta hablar de mi vida / Ni de mí / No cometan el error / De confundirme con lo que escribo». No resulta complicado intuir que Ballerina Vargas Tinajero es un nombre falso, una identidad literaria bajo la que alguien se escondió hace años, alimentando un secreto más o menos guardado desde entonces. El juego, poco frecuente en un mundo repleto de egos donde se producen contorsiones casi imposibles por aparecer en antologías y medios de comunicación, sabe delicioso: un autor oculta quién es y sólo quedan al descubierto sus poemas y un puñado de especulaciones, abono para el desconcierto. El personaje, creado al abrigo de los blogs pasados de moda, tiene hasta biografía: Ballerina nació supuestamente en Sevilla y se licenció en Periodismo después de quedar segunda en un concurso de cuentos de su pueblo, aunque ejerce de profesora de Lengua en un instituto público. El título de su primer y hasta ahora único libro, 'Antolejía: poemas para limpiar el váter', ya revela su tono gamberro y lúdico, ordinario a veces pero felizmente libre de intensidades simuladas. Aquí, aunque parezca paradójico, sólo engaña el nombre: «Siempre pensé / Que el amor era otra cosa / Sin tanta fachada tanto preparativo sin tanto / puterío importado de baratillo».
'Antolejía' fue publicado en 2015 por Ediciones Liliputienses, una pequeña editorial asentada en la isla de San Borondón, que según la leyenda, en sintonía con la firma más misteriosa de su catálogo, «existe sólo a veces, aunque, como el nulo sentido del humor de las administraciones no admite las identidades intermitentes, contamos con una humilde morada en Cáceres». Por entonces el autor o la autora ya había colaborado con revistas digitales e impresas. El uso reiterado de pasajes presuntamente autobiográficos no debería confundir al lector, como recuerda una cita inicial de Cavafis que espanta posibles interpretaciones literales: «Que no intenten descubrir quién fui / por cuanto hice y cuanto dije». Pero lo cierto es que la poesía de Vargas funciona posada en el alambre de la experiencia, analizando su decadente entrada en la madurez: «Veinte años después / Sigo comiendo pipas en aquel banco / Mirando El grito de Munch / Sepultada por las cáscaras / Sola / Perpleja / Con los ojos salados / como entonces / Sin enterarme de nada».
Con referencias a poetas malditos como Bukowski y Fonollosa, pero también a Mecano y 'Regreso al futuro', Ballerina sabe mecerse entre la ironía crítica y cierta ternura patética: «Te diste la vuelta y arrastraste / Contigo la manta que aún conservaba / nuestro calor / nuestro sudor / Y te rascaste el culo. / Y aquí sigo temblando / En la esquina de aquella cama». Sus poemas transpiran esfuerzo por alejarse de la pirotecnia poética, de «esos culturetas» que hacen malabares para no resbalar entre tanto almíbar: «Te he visto por aquí antes / Me suena la máscara que llevas puesta». El realismo cotidiano queda tamizado por el sarcasmo, como en 'Bus Stop', donde recrea una conversación entre adolescentes: «Hablar del Mangafest de Abraham Mateo / Del examen de Física y de un tal Chaco / Que por lo visto / Es quien les lleva la hierba / Y estoy por pedirle el número / Y entonces recuerdo que para ellos / No soy más que una vieja».
Tampoco cede terreno a la cursilería en sus poemas de amor, donde a menudo asoman las propias costuras, la necesidad salvaje de distanciarse del academicismo: «Porque en noches como esta / Me la sudan / Y no sabes de qué modo / Neruda el destino la metafísica». El personaje pretende romper estereotipos, presentarse desnuda: «Cuando te dije que te quería / No buscaba un príncipe / Ni un anillo en el altar / Ni un chalet en Torrevieja / Ni un heredero». Aunque algunos poemas cogen vuelo («Es mentira / No es el tiempo / El que hace de nosotros / Lo que somos»), Ballerina prefiere escribir desde la tierra, alérgica al tono empleado por muchos de sus colegas. Las instrucciones que da para su funeral pueden entenderse como el anuncio de su final poético: «Lloradme / Lloradme mucho durante la ceremonia / Hasta que se os sequen los sesos / Que todo el mundo se suene / escandalosamente / Y se abrace / No quiero a nadie entero».
Nacida en un blog que comparte con Marcos Matacana, otro seudónimo, Ballerina Vargas sigue siendo uno de los enigmas de la poesía española actual, una identidad ficticia que algunos atribuyen a un premiado escritor especializado en Cernuda. Será mejor que el secreto continúe guardado. La fórmula ha funcionado otras veces, como en el caso de la multiventas Elena Ferrante, que nunca ha confirmado quién es en realidad pese a las investigaciones que concluyen que su obra pertenece a una traductora. Aquellas indagaciones abrieron un debate en Italia sobre el derecho a la intimidad. Incluso al anonimato, un recurso poco utilizado en poesía, donde el deseo de visibilidad suele desencadenar competiciones ridículas. Celebremos el misterio.
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