«¿Por qué mil millones de cadáveres?»
POESÍA AL SUR
Dámaso Alonso publicó 'Hijos de la ira' en plena posguerra, una respuesta al horror y la penuria donde pide explicaciones a Dios y que en esta pandemia adquiere una vigencia aterradora: «Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?»
Hasta entonces había pasado desapercibido, reducido a la condición de poeta menor, ensombrecido por los fogonazos que generaban colegas de generación como Lorca, Cernuda o Alberti. Pero Dámaso Alonso se descubrió tras la Guerra Civil como un extraordinario analista del desastre. En 1944 publicó 'Hijos de la ira' y todo cambió: aquel crítico, un hombre menudo con gafas gruesas, escondía una capacidad literaria deslumbrante. Roto por haber asistido a uno de los episodios más violentos de la historia de su país, angustiado por el hambre y la miseria que sobrevinieron luego, Alonso escribió poemas que abandonan cualquier intento de complacencia para doler como golpes sobre la memoria, versos que ahora resuenan con una vigencia aterradora. El autor madrileño se muestra indignado, sumido en la desesperación, preguntando a Dios por qué tanta injusticia: «Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? / ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?».
La idea de Dios, tan presente en su obra, responde a la necesidad de encontrar una primera causa que explique el mundo, como confesó en una entrevista: «El Dios que aparece en mi poesía no pertenece a ninguna religión. Es el nombre que doy a esa primera causa». Cuando ya superaba los cuarenta años, aquella disección de la penuria producida por la posguerra lo elevó como poeta. En una paradoja cruel, tanta desolación le sirvió para dejar de ocupar el plano secundario al que su trabajo como filólogo, con algunos poemas publicados sin demasiado interés, lo había relegado: «Yo soy el orujo exprimido en el año de la mala cosecha». Por edad pertenece a la Generación del 27, de la que formó parte activa en reuniones y actividades, pero suele figurar como autor de la primera tanda de poetas de posguerra por lo tarde que comenzó a escribir de forma frecuente. Él mismo se consideraba «un poeta a rachas», con largos silencios y una obra irregular, y lo cierto es que su labor intelectual, que lo condujo hasta la dirección de la Real Academia Española, ha sido tan valorada como su lírica.
Nacido en 1898, hijo de un ingeniero de minas que murió de tuberculosis cuando el poeta sólo tenía dos años, alcanzó un complicado equilibrio que le permitió permanecer en España. No se entregó a los brazos del franquismo, como Gerardo Diego, pero tampoco se había significado del lado republicano como para que la dictadura quisiera su cabeza. Alonso representa, como Vicente Aleixandre, lo que algunos expertos han llamado exilio interior. Lideró la facción más avanzada entre los autores de su época que no emigraron a otros países, y de hecho 'Hijos de la ira' puede considerarse un libro crítico, aunque la historia cubre de sombras su carácter. Cuentan que el propio Aleixandre, a quien le había descubierto la obra de Rubén Darío, una influencia decisiva después en la poesía del Nobel, escondió sus preferencias sexuales reales entre versos dedicados a mujeres precisamente para resguardarse de la homofobia de compañeros como Dámaso.
Tras reconocer que había escrito 'Hijos de la ira' «lleno de asco ante la estéril injusticia del mundo y la total desilusión de ser hombre», Alonso siguió indagando en el existencialismo como parte de lo que denominó poesía desarraigada, consecuencia de las guerras que asolaron Europa durante décadas. En los años cincuenta dio cursos como profesor invitado en las universidades de Yale, New Haven y Harvard antes de jubilarse en 1968, cuando lo eligieron director de la Academia. Allí le ofreció un cargo a Alberti tras su multitudinario regreso del exilio en 1977. El autor gaditano declinó la propuesta y le recordó que juntos, muchos años atrás, habían orinado en la fachada de la Academia como protesta por el rechazo de la institución a celebrar el centenario de Góngora: «Mira, no quiero ser académico porque no tengo ni siquiera el bachillerato y, además, un día me meé en aquellas paredes. ¿Qué iba a hacer ahí dentro?». Dámaso, atornillado en su responsabilidad, decía no recordarlo.
Inspirado por 'Retrato del artista adolescente', de James Joyce, que tradujo bajo el seudónimo Alfonso Donado, publicó varios libros de impronta metafísica como 'Hombre y Dios' y 'Duda y amor sobre el Ser Supremo'. Trabajó durante años en la unión de las academias de los países de lengua española ante una temida fragmentación del idioma, aunque la cima de su legado continúa siendo 'Hijos de la ira', aquel libro que denunciaba que Madrid «es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)». Su obra ha influido en autores jóvenes como Ben Clark, ganador del Premio Hiperión en 2006 con 'Los hijos de los hijos de la ira'.
En 1990 murió de un infarto. Sus libros fueron donados a la RAE, a cuya dirección había renunciado años antes. Lázaro Carreter destacó de él su enseñanza de que los significados son organismos complejos: «La palabra lluvia puede ir cargada de esperanza para un labrador en época de sequía, de espanto para quienes sufren una inundación o de júbilo para un niño que estrena impermeable». Una lección a la altura del autor más poliédrico de la poesía española.
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