Salvar el pellejo
Cada vez más pueblos suprimen de sus festejos el maltrato animal por órdenes judiciales o la creciente concienciación social en defensa de la dignidad de todos los seres vivos
Llegan las fiestas populares, con su jornada grande en honor a la patrona del pueblo, su día de los mayores y también el de las peñas, y a los lugareños, que tan bien cuidan de sus perros y sus gatos durante todo el año, les da por salir a la calle a perseguir animales. A unos los acosan, a otros los matan y a algunos, previamente muertos, los despedazan. Es un instinto, un impulso atávico que les convierte en otras personas, en sus antepasados. En su nombre, en el de la tradición, cada año son maltratados en las fiestas populares en España alrededor de 60.000 animales de todo tipo y pelaje.
Uno de ellos será este año el Toro de la Vega, al que el Tribunal Supremo no le ha evitado la muerte, pero sí una larga agonía. En una sentencia, esta instancia judicial ha echado por tierra las pretensiones del Ayuntamiento de Tordesillas, en Valladolid, de resucitar la costumbre medieval de matar a lanzadas a un astado. La presión de los grupos animalistas y la acción judicial han podido más que la defensa a ultranza de una tradición que un martes de la segunda o tercera semana de septiembre reunía en el pueblo a miles de personas dispuestas a ver en primera fila el acoso y muerte de un animal.
Desde el año 2016, al Toro de la Vega ya no se le persigue con lanzas. Ahora se monta un encierro en el campo y, cuando acaba, se le mata en lugar aparte, discretamente, para no herir sensibilidades. El 15 de septiembre de 2015, 'Rompesuelas' se convirtió en el último toro en morir alanceado. Un año después, 'Pelado' fue el primer astado que gozó del privilegio de abandonar este mundo en el matadero, de un solo golpe. Tras él llegaron 'Príncipe' y 'Montañesa', que siguieron muriendo pero no de aquella manera, la tradicional. Siempre es un avance, aunque en el fondo a los toros les da lo mismo.
A regañadientes y con la salvedad de su destino final, el Toro de la Vega se ha sumado a una lista cada vez más amplia de festejos en los que el maltrato de animales ha dejado de ser lo más normal del mundo para transformarse en un rito que solo entienden los de dentro, los del pueblo. Son ellos, no todos pero sí los más visibles, quienes forman piña para proteger lo suyo frente a los intentos de los demás, los de fuera, de desbaratar su fiesta ancestral.
A pesar de las resistencias, poco a poco se está abriendo camino la idea de que no es necesario utilizar animales para disfrutar de unas fiestas que, como resume Juan Ignacio Codina, subdirector del Observatorio Justicia y Defensa Animal, son «una excusa para divertirse, salir a la calle, tomar unos vinos y ligar». «Socialmente, está creciendo la conciencia de la barbarie que supone divertirse con el sufrimiento de un animal», dice. Es un cambio que se está produciendo aunque no a la velocidad deseada por los defensores de los animales. «En pueblos pequeños y medianos, las propias autoridades municipales fomentan cada vez más festejos taurinos para mantener vivas determinadas tradiciones», se queja Codina. El resultado es que, lejos de decrecer, «el número de animales maltratados en las fiestas populares se mantiene».
Fuego y ratas
Una de estas celebraciones es la del Toro Jubilo de Medinaceli, en Soria. Cada segundo sábado de noviembre, un animal es recubierto con barro y atado a un poste donde unos cuantos mozos le colocan en la cornamenta un asta metálica en la que prenden fuego a dos bolas hechas con una mezcla de aguarrás y azufre. Despavorido, el toro recorre las calles mientras es perseguido por los vecinos y su piel humea entre las pavesas.
Un animal de 500 kilos soltando chispas en mitad de la noche es un espectáculo que tiene algo de hipnótico y ha sido objeto de estudios etnográficos. Cuando se apagan las llamas, el toro es indultado y regresa a su dehesa después de que un veterinario haya comprobado que está ileso. Los defensores de esta fiesta sostienen que el astado solo pasa un mal rato pero no sufre daños. Los animalistas aseguran que las chispas de las teas ardiendo queman su cabeza, lomo y ojos.
Si la imagen del Toro Jubilo tiene un punto estético, es difícil de encontrar algo parecido en la localidad valenciana de Puig, donde, hasta hace poco, cada último domingo de enero, durante las fiestas dedicadas a San Pedro Nolasco, los quintos se enzarzaban en una batalla de ratas en la que también participaban niños. El festejo, que desde 1996 está prohibido oficialmente y ha seguido celebrándose por aclamación popular en cuanto las autoridades se despistan, consiste en matar unos cuantos roedores y lanzarse unos a otros los cadáveres. Lo curioso es que poco después, el segundo domingo de febrero, se celebran las fiestas de San Antonio, el patrón de los animales, con la bendición de mascotas en la parroquia.
Comportamiento «normal»
¿Qué lleva a la gente que bendice a sus perros en un templo a matar animales por diversión, por muy ratas que sean? «Históricamente, en España se ha normalizado este tipo de comportamientos con la participación de los poderes públicos», aduce Codina. «Cuando se ve algo así como normal, uno no se cuestiona si está bien o mal, es algo que se mama de padres a hijos», añade.
El antropólogo de la Universidad de Extremadura Javier Marcos reconoce que es incapaz de explicar este cambio, aunque recalca que estos casos «no se producen cotidianamente, sino en un periodo extraordinario», como lo pueden ser las fiestas de un pueblo. Es en este contexto en el que el uso de animales para que los humanos se diviertan adquiere un cierto sentido histórico. «Este comportamiento no está en los genes ni se ha heredado, la gente se agarra a la tradición y durante un tiempo se han hecho las cosas de una manera, lo que no significa que estén bien».
Marcos se confiesa defensor de las corridas de toros aún a sabiendas de que «se infringe violencia contra ellos», por eso no quiere que se malinterpreten sus palabras. «Estoy de acuerdo con que hay agresión y que la ha habido a lo largo del tiempo», afirma. También está de acuerdo con el hecho de que «la tradición puede ser cuestionada» y con la necesidad de «legislar contra la violencia animal». Pero insiste en la importancia de que «esta hipersensibilidad hacia los animales venga acompañada por la misma sensibilidad hacia las personas, porque a veces se presta más atención a los animales».
Las tradiciones han sido cuestionadas en muchas localidades sin que se haya acabado el mundo. La cabra viva que hace años se arrojaba desde un campanario en Manganeses de la Polvorosa (Zamora) ha sido sustituida por un muñeco y los gansos a los que antes se les arrancaba la cabeza en Lekeitio (Bizkaia) ahora están muertos o son de goma. Hay pueblos donde en vez de toros se sueltan balones gigantes en las calles y en Ceutí (Murcia) se ha suspendido una fiesta que consistía en atrapar cerdos en el barro. En otros lugares, sin embargo, los cambios van más lentos. Al toro de Coria, en Extremadura, ya no se le acribilla a dardos antes de matarlo. Ahora se le pega un tiro después del jolgorio. Es la nueva tradición.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 23 de marzo de 2019.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 23 de marzo de 2019.
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