Juana Castro, el incendio de la sangre
Poesía al SUR
La autora cordobesa, curtida en dramas familiares, creadora de uno de los universos más personales de la poesía española, anuncia con ironía su paso a la vejez, cuando «ellos se van con otra chica / y ellas se arman de lifting y armadura»
No le gusta que la llamen luchadora porque no recuerda haber peleado nunca, pero Juana Castro lleva más de media vida sobreponiéndose a las adversidades, «envuelta en el incendio de mi propia sangre», como escribió Marguerite Yourcenar, cita que la autora andaluza utilizó años más tarde para abrir 'No temerás'. Su nacimiento en 1945 y las primeras publicaciones al filo de los años ochenta la dejaron huérfana de generación literaria, como un verso suelto entre poemas: era demasiado joven para pertenecer al grupo del cincuenta pero no tanto como para encajar en las hornadas posteriores. Su destino se reducía por entonces a Villanueva de Córdoba, una zona rural cuyas costumbres provocaron pronto una reacción crítica alimentada por los libros que devoraba cuando era niña. Recuerda haber leído novelas cortas y por entregas casi a escondidas, consciente de que su madre consideraba una pérdida de tiempo hincar el diente a cualquier título que no formara parte del raquítico plan de estudios de la posguerra. Las redacciones de clase terminaron de despertar su vocación en medio de un paisaje que «no era el sueño en la boca, como nunca / es recuerdo el recuerdo / que trama la memoria».
La precocidad, acaso una forma de independencia, marcó la juventud de Castro, que con dieciocho años ya ocupaba una plaza de maestra por oposición en un pequeño pueblo de la comarca. Tampoco tardó en casarse con el escritor Pedro Tébar, unión que mantienen medio siglo después. Tras la edición de su primer libro, 'Cóncava mujer', el matrimonio sufrió la muerte de uno de sus hijos, zarpazo que la poeta cordobesa volcó en su siguiente poemario, 'Del dolor y las alas': «Me has barrido de flores / y un huracán siniestro me adelgaza los pies, / el paladar y el sueño». A aquel desgarro le sucedió una creciente sensación de inquietud ante las injusticias sociales, una rebelión que canalizó a través del feminismo para combatir la desigualdad entre hombres y mujeres. En 'Narcisia' creó un mito como modo de protesta, una reivindicación de su género: «¡Gloria y loor a Ella, / a su útero vivo de pistilos, / a su orquídea feraz y a su cintura!».
Entabló amistad con algunos de los miembros de Cántico, vínculo imprescindible entre la Generación del 27 y los autores de la posguerra, y entre sus paisanos admiró especialmente a Pablo García Baena, de quien heredó sin ritos oficiales el culto a la palabra y la preferencia temática por la sensualidad, aunque prestando mayor atención al conflicto que a la belleza: «No he venido a la paz, sino al cuchillo. / Las rosas de mis ojos ya han cruzado / la terrible frontera de la gloria». En Arte de cetrería, publicado en 1989, convirtió la caza en una metáfora de las relaciones de poder, otra de sus grandes obsesiones: «No debes sorprenderte. Habré ganado / en el instante último mi guerra. / Con un ala perdida junto al cielo / y la llave morada de los labios, estaré, / torpe y triste, otra vez aprendiendo. / Mas debe ser así, pues que la libertad / hermana es gemela de la muerte».
El empeño por construir un sujeto femenino, a menudo revisando figuras bíblicas, regresó, si alguna vez llegó a abandonarla, en 'No temerás': «No viniste a salvarme, / tú que habías / clamado ser el mar por los desiertos». Castro se muestra más madura que en obras anteriores, poseedora de una fuerza expresiva que aumentó con el cambio de milenio, cuando publicó obras tan poderosas como 'Los cuerpos oscuros', sobre la enfermedad de alzhéimer que padecieron sus padres. La poeta andaluza trató de amortiguar el golpe de la desmemoria, de contener el drama para evitar que acabe ocupándolo todo: «Cuando brota la luna / yo rehago dos nidos con bufandas / y leche y baberolas / y me siento a escuchar».
Las relaciones entre madres e hijas y el camino hacia la ancianidad se abren ahora paso entre los temas más recurrentes de su obra. En 2018 publicó 'Antes que el tiempo fuera', su libro más ambicioso hasta el momento, donde intenta abarcar la historia de la humanidad y de su propia familia a partir de la figura de un fósil llamado amaltheus, con forma de caracol, que en el poemario simboliza la vejez. La escritura sirve también para calmar la angustia producida por la muerte de su nieta, otra pérdida inabarcable: «Y otra vez. Otra vez es agosto / sorbiendo la hiel fresca / de cada sonajero / atrapado en la sonda».
Creadora de un universo poético personalísimo, Castro continúa descifrando los versos de Emily Dickinson, desmontando estereotipos machistas y denunciando el patriarcado y su violencia, como ya hizo en 'Del color de los ríos': «Me tiró sobre el pasto / de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido / a sus brazos mi fuerza, / no quise retirarlo, porque padre / era padre: él sabría qué hiciera. / Tampoco duró mucho». Hoy, pasados los setenta años, reconocida con la Medalla de Andalucía y el Premio Nacional de la Crítica, la estoica poeta cordobesa pregona la vejez: «Pues sí, he decidido que soy vieja / y he decidido además que voy a proclamarlo». Nadie lo adivinaría.
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