sábado, 2 de noviembre de 2019

El Valle de los Caídos, después de Franco




Primer día en el Valle de los Caídos tras la exhumación de Franco. / ELVIRA MEGÍAS

Ni colas ni 'ruido' de nostálgicos, la tranquilidad presidió la reapertura de la basílica donde estuvo la tumba del dictador |El prior Santiago Cantera hizo un acto de desagravio antes de la misa matinal




José Antonio Guerrero

JOSÉ ANTONIO GUERREROMadrid
Ni Franco ni franquistas. El primer día del Valle de los Caídos abierto al público sin el cadáver del dictador sólo pasará a la historia por eso, por que no hubo una gran afluencia de público (hay entradas de sobra para estos días) y apenas algún nostálgico que llegó y se marchó sin hacer ruido. Y quizás también se recuerden esas catorce losetas negras de mármol que ya ocupan el espacio de la lápida de 1.500 kilos bajo la que han reposado los restos de Franco durante casi 44 años. Este martes lucen tan nuevas que son fácilmente identificables, pero el paso del tiempo las igualará al resto de la solería.
Por cierto, aún quedan marcas del desaguisado que hicieron las radiales y los martillazos al extraer la pesada losa de granito. Se nota en algunas baldosas vecinas con los bordes mellados. La cimentación está muy fresca (terminaron la obra el lunes, la víspera de la reapertura al público) y las juntas entre baldosa y baldosa aún no han fraguado, por lo que Patrimonio Nacional, de quien depende el monumento, ha protegido el espacio con una cinta que impide el paso. Inexplicablemente también prohíben hacer fotografías. Guardias de seguridad privada y vigilantes merodean obsesivamente escrutando a los visitantes con el celo de un fiscal, pensando cuál de esos seres anónimos desenfundará un móvil y disparará una foto sobre el suelo precintado. Si es por ellos, no les cogerán con la guardia bajada. Todo se andará.
El espacio tiene el morbo que tiene. Antes allí estaba enterrado Franco y, desde su exhumación el pasado jueves, ya no hay nada ni nadie debajo. A pesar de todo, una mujer que luce en el pelo una diadema con los colores de la bandera de España se acerca y deposita sobre la nada una docena de rosas rojas y amarillas. De paso deja caer unos cuantos pétalos sobre el mármol frío y anónimo. Hace lo mismo sobre la tumba (esta sí con nombre) de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, que descansa al otro lado de su antiguo vecino, sólo separados por el altar mayor de la basílica.



Imagenes de la jornada en el Valle de los Caídos. / ELVIRA MEJÍAS
Curiosamente, al cabo de un rato, las flores de Franco son retiradas de la 'no tumba'. Permanecen las de Primo de Rivera. Habrá que ver hasta cuándo porque al Gobierno le gustaría trasladar los restos a otro lugar más discreto, pero siempre dentro de la basílica. Como víctima de la Guerra Civil (fue fusilado en 1936 en Alicante), él si tiene derecho a permanecer junto con las otras 33.400 víctimas de la contienda que allí reposan.
Tras gozar del mayor protagonismo mediático de su historia, el Valle de los Caídos parece recobrar poco a poco la tranquilidad en la que siempre ha vivido hasta que comenzó el runrún de la exhumación de Franco, hace ya algunos años, y todo el mundo quiso ir a verle antes de que se lo llevaran.

«Estamos aquí de casualidad»

La mayoría de los que se dejaron caer este martes por Cuelgamuros no lo hicieron con la mochila de la melancolía a cuestas. Más bien lo contrario. Lo contaban Rubén y Cristina, dos moteros treintañeros de Elche que se llevaron su minuto de fama por ser los primeros visitantes al Valle de los Caídos en su reapertura. Tan abrumados andaban los pobres al verse rodeados de reporteros, micrófonos y cámaras de televisión, que la pareja, él policía local, ella peluquera, quiso dejar claro que ellos no estaban allí por Franco ni por ninguna religiosidad especial.
«No somos católicos. Hemos venido de casualidad. Queríamos ver el monumento, que es impresionante, como el resto de la arquitectura. La cruz es increíble», decía Rubén señalando el elemento más destacado del Valle de los Caídos, el más «imperial», la gran cruz de piedra de 150 metros de altura y casi 200.000 toneladas de hormigón armado. De todo lo demás, Rubén prefirió no meterse «en berenjenales». «Lo que haya ocurrido no lo he vivido y no puedo opinar», se limitó a señalar.




Joe Foto y su mujer Kate, matrimonio de Nueva Orleáns, llegaron al Valle a bordo de un BMW de alquiler con el que están de ruta por España. En su camino hacia El Escorial pararon a la entrada del Valle sin tener la más remota idea de lo que allí estaba sucediendo. Joe, profesor de Historia Americana y de 53 años, no le dio mayor importancia a que los restos de Franco ya no estén en la basílica. Conoce la historia militar del general y no oculta cierta admiración por su figura por haber ganado una guerra, aunque le parece bien que se haya procedido a su exhumación con arreglo a las leyes y la autorización de los tribunales. «Se ha hecho ordenadamente y como tenía que ser». Muy americano.
En realidad muy pocos de quienes se acercaron este martes al Valle de los Caídos expresaron su rechazo al traslado de los restos de Franco al panteón familiar del cementerio de El Pardo, donde descansan desde el pasado jueves. Juan Carlos, otro motero muy asiduo a las misas diarias del Valle de los Caídos, comentaba que ya tenía ganas de asistir a los oficios tras 18 días sin poder hacerlo, a raíz de que el Gobierno ordenara el cierre temporal del monumento el pasado 11 de octubre. Sobre la exhumación se limitó a decir: «No hay que mezclar los sentimientos políticos con los sentimientos religiosos». En cambio Carlos, un español que se marchó a Australia a trabajar, y ahora he venido a enseñar el Valle a su hijo y su nuera, nacidos ambos allí, sostiene que él habría dedicado el dinero de la exhumación (el Gobierno ha cifrado el coste en unos 60.000 euros, incluyendo el acondicionamiento del panteón de Mingorrubio), a «quienes están pasándolo mal o a alguna obra social».
Leidi, una colombiana de Bogotá que vive y trabaja en Madrid, resumía muy bien la razón de su visita: «Les guste o no les guste, esto es parte de su Historia, de la Historia de España». Y ciertamente los extranjeros sienten una cierta fascinación por esta monumental obra funeraria excavada en la roca. Les llama la atención que todo sea tan colosal, desde la cruz, a las estatuas o a esos trescientos metros de pasillo horadados en la roca, trescientos metros que parecen una eternidad para llegar desde la entrada principal al altar mayor.
También el hecho que lo construyeran prisioneros de guerra y que franquistas y republicanos, vencedores y vencidos se hallen enterrados en cajas en un lugar siniestro para algunos, deslumbrante para otros. «La historia que hay aquí encerrada entre estos muros es muy potente», afirmaba Patrick, un teniente coronel retirado del Ejército de Estados Unidos que combatió en Afganistán. «Yo sé que Franco fue un dictador. Nadie que está tantos años en el poder puede ser otra cosa, pero este lugar, rodeado de bosques y montañas, tiene como algo mágico».



Fotografías del interior de la basílica del Valle de los Caídos tras las obras realizadas para reponer el solado que ocupaba la tumba de Francisco Franco y una vista aérea del Valle. / EFE
Aunque con menos galones, también es militar Raúl, que ha venido de visita con Silvia, su pareja. Los dos son de Zaragoza, se encuentran de vacaciones y vienen de hacer una 'tourné' por Salamanca y Ávila. Han hecho un alto en el camino sin saber que era el día de la reapertura. «Queremos ver el monumento, que es magnífico, igual que el entorno. Lo de Franco es secundario».
La duda es si ahora, con su huesped más conocido fuera, la basílica recibirá las mismas visitas, 379.000, el año pasado. Rafa Márquez, guía del lugar, cree que el número no disminuirá: «Con Franco o sin Francpo esté lugar sigue siendo interesante. Dejarán de venir unos, pero vendrán otros».

Enfado de los monjes

El contrapunto a la tranquilidad de la jornada lo puso el cabreo de los monjes benedictinos, custodios del lugar con lo que ellos consideran «una profanación». «Entraron aquí como Pedro por su casa y sacaron a un señor que estaba ahí enterrado... me da igual quién fuera, como si es mi padre, es una profanación», dice uno de los monjes que prefiere no identificarse. Unas palabras muy parecidas a las que, según dicen los testigos de la exhumación, pronunció una de las nietas de Franco, Merry Martínez-Bordiu, que estuvo presente cuando rompieron la lápida para sacar el féretro de su abuelo. «Aquí estamos abuelo, hemos venido con estos profanadores».
Así que la misa de once, a la que apenas asistieron un centenar de fieles, muchos de ellos turistas, comenzó con el acto de desagravio que protagonizó el prior del Valle de los Caídos, Santiago Cantera, un antiguo militante de Falange que lleva años oponiéndose a la exhumación de Franco y que ha llegado a denunciar a la Guardia Civil por entrar en la basílica sin permiso. Cantera roció con agua bendita a los allí presentes mientras daba una vuelta completa al altar. Tras la bendición, rogó a Dios «que nos ayude a proteger de las insidias del enemigo este lugar y a cuidar de las reliquias de los mártires que aquí se custodian». Es una oración 'tipo' que se suele utilizar en estos actos, pero que cobra un sentido especial en un día tan señalado. Antes, el prior dijo sentirse «bien, tranquilo y con fortaleza».
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 2 de noviembre de 2019.

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