El poeta abroncado por el Papa
POESÍA AL SUR
Sacerdote y escritor, Ernesto Cardenal apoyó la lucha contra la dictadura de Nicaragua. La revolución y el cristianismo eran para él caras de una misma moneda, una forma de «vestir al desnudo» que le costó su suspensión como clérigo
Hace un año, cuando ya estaba enfermo, Ernesto Cardenal volvió a colocarse el hábito de sacerdote de forma simbólica para bendecir, desde la cama del hospital, tras décadas de castigo. El Papa Francisco acababa de levantar su suspensión como religioso, ordenada por Juan Pablo II más de treinta años atrás. La imagen de aquel destierro, en 1983, dio la vuelta al mundo: Cardenal esperaba arrodillado sobre la pista de aterrizaje del aeropuerto de Managua para reclamar el apoyo del Vaticano a su actividad política, vinculada a las luchas progresistas de América Latina. En lugar de obtener su aprobación, se llevó una histórica bronca del pontífice, incapaz de comprender que un clérigo bajara hasta el barro del activismo. Pero a Cardenal nunca le importó mancharse las botas, un compromiso que lo situó como uno de los más destacados representantes de la llamada teología de la liberación, liderando la oposición a la dictadura de Somoza, la dinastía que gobernó Nicaragua durante más de cuarenta años y amasó una fortuna mientras su país agonizaba en la miseria.
Cardenal sabía que arriesgaba el sacerdocio con su implicación, pero solía equiparar su aventura política con la conversión religiosa que había experimentado tiempo antes. Fueron las dos grandes sacudidas de su vida, diferentes caras de una misma moneda: el convencimiento moral de que debía «vestir al desnudo y dar de comer al hambriento», preceptos que entendía a la vez como evangélicos y revolucionarios. Cardenal se unió al frente sandinista de liberación, el movimiento popular que derrocó a los Somoza y sustituyó su régimen por un gobierno democrático de perfil progresista. Con el triunfo revolucionario, el sacerdote asumió el cargo de ministro de Cultura. Puso en marcha talleres para campesinos y pescadores. Les enseñó que la poesía «puede escribirse con las palabras coloquiales que solemos usar y no requiere rima», que cualquier hecho de sus vidas podía ser contado en verso. Bajó las artes de su tradicional pedestal para ponerlas al alcance de los más humildes.
Cardenal, nacido en 1925 en la Granada de Nicaragua, se interesó pronto por la poesía, cuando los libros de Rubén Darío entraron en la casa familiar. Estudió Filosofía y Letras en México y comenzó a escribir poemas de amor influenciado por Neruda. El descubrimiento de la literatura norteamericana le aportó nuevas perspectivas, ampliando su universo poético. Una crisis existencial provocó que se entregase a la religión: «Sentí que era lo único que me quedaba, como quien se pega un tiro: renunciar a todo y entregarme a Dios». Fue Thomas Merton, su mentor, quien le enseñó que su vocación no podía limitarse a la contemplación: era hora de pasar a la acción, de cristalizar los principios cristianos y llevarlos a la práctica. La muerte de Merton supuso un zarpazo del que tardó en recuperarse: «Vivimos como en espera de una cita / infinita. / O que nos llame al teléfono / lo Inefable. / Y estamos solos, / trigos inmortales que no mueren, estamos solos».
Después de ocupar su cargo de ministro entre 1979 y 1987, Cardenal fue alejándose progresivamente de la cúpula sandinista controlada por Daniel Ortega, a quien acusó de diluir los valores primitivos de la revolución en un gobierno populista y arbitrario. Rompía así con un proyecto con el que se había comprometido a fondo, por el que tuvo que soportar aquel dedo acusador de Juan Pablo II. Fuera del partido, pudo dedicar más tiempo a la escritura y al misterio de la vida que tanto le fascinaba, hasta publicar su monumental 'Canto cósmico', una de las obras poéticas de mayor impacto en América Latina, fruto de todas las horas que pasó ante el telescopio: «¿Son sólo para mirarse las estrellas? / Tanta materia extraterrestre ha caído sobre la tierra / que tal vez el suelo que pisamos es extraterrestre».
Por entonces ya se había liberado de las cadenas del clasicismo. Años antes, cuando estudiaba en Colombia, un profesor dio la noticia de la muerte de Marilyn Monroe, sobre quien Cardenal escribió una oración en forma de poema: «Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos, / el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo. / Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros / por nuestra 20th Century / por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado». Después iniciaría su acercamiento a la ciencia como manera de comprender a Dios, materializado en las más de 600 páginas de 'Canto cósmico'.
Fue acusado de contradecirse, señalado por respaldar la lucha armada en su etapa como activista, pero Cardenal siempre reconoció su eclecticismo: se declaraba marxista y cristiano, rebelde y retraído. Y nunca consideró que hubiera incoherencias. Desde su concepción humanista del mundo, ni siquiera el apoyo a los guerrilleros revolucionarios quedaba fuera de lugar: «Si vas a amar al prójimo, no puedes tolerar a quien oprime al prójimo». Murió el domingo a los 95 años. Los simpatizantes de Ortega invadieron su funeral para gritar: «Traidor». Él los hubiera perdonado, defensor de «un planeta alegre con arte y poesía / y también paz».
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