martes, 3 de marzo de 2020

Poesía al SUR

Ay, Lorca: bailemos tu último vals






Ay, Lorca: bailemos tu último vals

No vio publicado 'Poeta en Nueva York'. Lo fusilaron antes «por socialista y homosexual», pero ni muerto lo callaron: Leonard Cohen se enamoró de su obra y convirtió su poema más surrealista en una canción que dio la vuelta al mundo

ALBERTO GÓMEZ
Leonard Cohen era un adolescente apocado con inquietudes artísticas aún sin canalizar cuando entró en una librería de segunda mano de Montreal y abrió un poemario de Federico García Lorca. Los versos de 'Gacela del mercado matutino' fueron los primeros que leyó del autor granadino: «¿Qué luna gris de las nueve / te desangró la mejilla? / ¿Quién recoge tu semilla / de llamarada en la nieve? / ¿Qué alfiler de cactus breve / asesina tu cristal?». Aquel descubrimiento sacudió al cantautor, que acabó llamando Lorca a su segunda hija. «Encontré mi voz cuando leí a Federico», confesó durante su discurso al recibir el Premio Príncipe de Asturias. Casi medio siglo después de esa primera lectura, Cohen tradujo 'Pequeño vals vienés', de 'Poeta en Nueva York', y le puso música. La adaptación, bajo el título 'Take this waltz', le costó más de cien folios de trabajo y una depresión, pero el resultado dio la vuelta al mundo.
Lorca escribió el poema durante su visita a Nueva York, hace ahora noventa años. Había huido de España en plena crisis existencial, ahogado por una profunda sensación de opresión derivada de los dilemas que le generaba su sexualidad, después de romper su relación con el escultor Emilio Aladrén y extremar sus críticas a la dictadura de Primo de Rivera. El deslumbramiento inicial por la ciudad de los rascacielos, por sus clubes de jazz y su intensa vida intelectual, dio enseguida paso a la rebelión contra lo que consideraba la deshumanización de la sociedad. En sus viajes a Harlem asistió a la marginación que sufrían las minorías étnicas y la exclusión de los negros, que equiparaba al trato que los gitanos recibían en Andalucía, simiente de 'Romancero gitano', publicado poco antes. Lorca desarrolló un sentimiento de rechazo hacia la frialdad y el materialismo que percibía en Estados Unidos, a la vez que aumentaba su simpatía por los desamparados.
La conmoción que le causó aquella brecha desencadenó la escritura de 'Poeta en Nueva York', repleto de imágenes surrealistas que le permitieron expresar su angustia. 'Pequeño vals vienés', antepenúltimo poema del libro, concluido antes de marcharse a Cuba, tiene cierto aire de liberación. El autor andaluz volcó ahí la historia de un amor frustrado, el dolor exteriorizado con el quejío, «¡Ay, ay, ay, ay!», pero también la posibilidad del futuro: «En Viena bailaré contigo / con un disfraz que tenga / cabeza de río». Las continuas referencias a la muerte («Hay una muerte para piano / que pinta de azul a los muchachos») contrastan con la explosión sexual: «Dejaré mi boca entre tus piernas». Su carácter surrealista trasciende la comprensión racional, invitando a utilizar la intuición para desenmarañar los versos. El extraordinario sentido del ritmo de la composición ha provocado que, sobre la melodía creada por Cohen décadas después, artistas como Enrique Morente y Silvia Pérez Cruz hayan cantado el poema original en español, con el quejío como punto álgido, dramático, de sus interpretaciones.
En 'Oda a Walt Whitman', del mismo libro, Lorca ya había ilustrado su tormento interior, defendiendo la homosexualidad («Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman, / contra el niño que escribe / nombre de niña en su almohada, / ni contra el muchacho que se viste de novia / en la oscuridad del ropero») pero criticando los alardes afeminados: «Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, / de carne tumefacta y pensamiento inmundo». También en 'Grito hacia Roma', título que alude a los pactos de Letrán entre la Iglesia y la dictadura de Mussolini, reivindicó los derechos de los sometidos: «Porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra, / que da sus frutos para todos». 'Poeta en Nueva York', considerada una de las obras más importantes de la historia de la poesía, se eleva así como un libro crítico, fundamental para comprender los cambios sociales y económicos de su época.

Compromiso

Lorca nunca abandonó el compromiso plasmado en aquel poemario. Años después, ya de regreso a España, comenzó a escribir una obra de teatro que se quedaría inconclusa, 'Comedia sin título', donde insistía en la necesidad de sacrificar la ficción, el entretenimiento burgués, en beneficio del conocimiento de la realidad, por áspera que sea: «Hoy el poeta os hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover vuestros corazones enseñando las cosas que no queréis ver, gritando las simplísimas verdades que no queréis oír».
'Poeta en Nueva York' no se publicó hasta 1940, cuatro años después de que Lorca fuese asesinado por las autoridades franquistas. Aquel crimen, hoy lo sabemos, fue político. A Federico lo mataron «por socialista y homosexual», aunque el aparato del régimen, consciente de su popularidad y su genio poético, tratase durante años de desvincularse de su fusilamiento. Un lustro más tarde, un joven tímido y brillante entró en una librería de Canadá y descubrió sus poemas. Era Leonard Cohen, aunque entonces nadie lo sabía: el hombre que le devolvería la voz a Lorca, a quien ni siquiera consiguieron callar con su muerte. Sus poemas siguen hablando un siglo después.





FEDERICO GARCÍA LORCA

Pequeño vals vienés

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.
Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.
En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del «Te quiero siempre».
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

Comedia sin título (fragmento)

«No voy a levantar el telón para alegrar al público con un juego de palabras, ni con un panorama donde se vea una casa en la que nada ocurre y a donde dirige el teatro sus luces para entretener y haceros creer que la vida es eso. No. El poeta, con todos sus cinco sentidos en perfecto estado de salud, va a tener no el gusto, sino el sentimiento, de enseñaros esta noche un pequeño rincón de realidad. Ángeles, sombras, voces, liras de nieve y sueños existen y vuelan entre vosotros, tan reales como la lujuria, las monedas que lleváis en el bolsillo o el cáncer latente en el hermoso seno de la mujer, o el labio cansado del comerciante. Venís al teatro con el afán único de divertiros y tenéis autores a los que pagáis, y es muy justo, pero hoy el poeta os hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover vuestros corazones enseñando las cosas que no queréis ver, gritando las simplísimas verdades que no queréis oir.
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 3 de marzo de 2020.
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