lunes, 28 de septiembre de 2020

"No estamos capacitados para soportar lo que los demás piensan de nosotros"

 

«No estamos capacitados para soportar lo que los demás piensan de nosotros»

Juan Jacinto Muñoz Rengel. /SUR
Juan Jacinto Muñoz Rengel. / SUR

Muñoz Rengel desteje en su nuevo ensayo la red de mentiras con las que convivimos: «El engaño existe allí donde hay vida»

Alberto Gómez
ALBERTO GÓMEZ
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La mentira, repudiada socialmente, está instalada en la política y el arte, en la religión y en la naturaleza, pero también en nuestras relaciones personales y hasta en la imagen que devuelve el espejo. Pocos mecanismos sufren una paradoja similar. Despreciada pero utilizada por todos, la historia del engaño se remonta tan atrás como la historia de la propia vida. En ella ha buceado Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) para construir 'Una historia de la mentira', un deslumbrante ensayo editado por Alianza que desteje la red de simulaciones agazapadas en planos tan dispares como la ciencia, la economía, la muerte o el amor. El autor de 'El gran imaginador' ha vuelto esta semana a las librerías para ofrecer «una arriesgada apuesta por desvelar la verdad» de tanto simulacro. Aunque parezca mentira.

–¿Está sobrevalorada la verdad?

–Desde el principio del pensamiento. Ya en la filosofía platónica, la verdad con mayúscula era una verdad inalcanzable. Durante muchos siglos hemos creído que la verdad es un ente existente cuando en realidad es probable que nunca sepamos qué es eso tan abstracto que llamamos verdad. No es más que un horizonte que perseguimos mediante nuestra red de mentiras.

–¿Podríamos soportar la convivencia sabiendo lo que de verdad pensamos unos de otros?

–Parece bastante complicado. No creo que estemos capacitados para soportar lo que los demás piensan de nosotros. Es más: el mecanismo de autoengaño existe porque ni siquiera podemos soportar lo que pensamos de nosotros mismos. A todos nos ocurre que, en un momento de lucidez o cuando nos hemos tomado dos copas, de repente nos vemos más viejos o más gordos en el espejo. Pero no ocurre a diario porque entrenamos la mente para ocultarnos cosas. Para vivir en sociedad tenemos que mentir. Si no mintiéramos, no podríamos articular la convivencia. Cualquier forma de protocolo o educación mínima pasa por la mentira. Hay gente que dice: «Yo siempre digo la verdad». Bueno, igual eres un maleducado.

–En el libro recuerda que la buena educación radica precisamente en nuestra capacidad de modular el engaño.

–Claro, pero parece que hay gente que se mueve entre blancos y negros. Nadie va «con la verdad por delante», como suele decirse: en todo caso, será una pulsión que nace y sueltas sin filtro. Y eso se llama mala educación. La necesidad de convivencia ha configurado una sociedad que utiliza procedimientos para no atropellarnos unos a otros.

–Sin la mentira no habría arte, religión, política... No existiría el mundo como lo concebimos. En su ensayo se remonta a una mentira primigenia, antes incluso del lenguaje.

–Para coger perspectiva me interesaba bajar a las bases. El ser humano miente mejor que cualquier otro ser vivo, pero hay muchas otras especies que mienten. La propia naturaleza miente. La mímesis que adopta una planta para parecer peligrosa, carnívora o atractiva a una abeja ya es un intento de engaño. La mentira está en todo el mecanismo evolutivo: existe allí donde hay vida.

–La selva está llena de engaños.

–Cualquier camuflaje es una mentira. Un animal que se hace el muerto para protegerse está mintiendo: intenta engañar a su depredador para que lo ignore. La naturaleza está llena de trampas. También los animales acuáticos reproducen combinaciones químicas que están destinadas al engaño: un pulpo arrojando la tinta, por ejemplo. Y esto ocurre porque nos movemos entre enemigos.

–Esa simulación animal tiene objetivos naturales, pero los humanos hemos convertido la mentira en algo sofisticado.

–Lo grande del ser humano es su capacidad de hacer ficción. Igual que cualquier otro animal desarrolla para sobrevivir desde tentáculos hasta fauces o garras, los humanos hemos desarrollado nuestra capacidad para mentir. Y desde ahí crece la inteligencia, que no es más que la capacidad de mentir en distinto grado. Eso engloba la creación, las hipótesis, las estrategias, las proyecciones, las simulaciones... Son grados de mentira. De ahí nace todo. La religión es un accidente de nuestra inteligencia, como el arte. Cuando el ser humano desaparezca no quedará nada del arte ni de la religión: sin nosotros no serán más que ruinas porque no hay ninguna otra especie en la naturaleza que interprete esos aparatos ficcionales. Pero algunos de estos accidentes derivados de nuestra capacidad de mentir son inocuos y otros son perjudiciales.

–¿Es dios la mayor mentira de la historia o la más perjudicial?

–En un sentido filosófico, es la mentira de mayores dimensiones. En un sentido histórico, las religiones han matado a millones de personas. Pero ha habido otros muchos impulsos, desde el racismo hasta algunas ideologías, que también han matado a mucha gente.

–¿En qué se diferencian las religiones de las supersticiones?

–La superstición es más de andar por casa. Está menos organizada. Son rituales que creemos que tienen poder sobre la realidad: «Me voy a poner esta prenda porque me da suerte». Es algo azaroso que convertimos en normal, un planteamiento ingenuo. La religión acapara el poder, quiere tener el monopolio de la mentira. Las supersticiones se expanden pero no se imponen; las religiones pretenden imponerse. Ha ocurrido a lo largo del tiempo: los creyentes han querido imponer normas y dioses a los no creyentes. Son mentiras dominantes. Por eso las religiones son más peligrosas que las supersticiones.

–También señala que el ateo miente cuando asegura que dios no existe. ¿Nadie se libra de la mentira?

–Claro, no se puede librar nadie que pretenda alcanzar la verdad porque es inalcanzable. En términos absolutos, ser ateo es un acto de fe equivalente a ser creyente. Quien asegure que dios no existe nos está engañando o se miente a sí mismo. La alternativa sería el agnosticismo: puedes no creer en dios pero no saber que no hay un dios. El ser humano no puede saber qué hay al otro lado. Somos un pequeño experimento en medio del cosmos. Tenemos herramientas muy pobres.

–¿Y qué hay de las mentiras económicas?, ¿no es la acumulación de la riqueza otro engaño?

–La mentira está incrustada en la economía antes de la invención de la moneda, desde el propio trueque: el comerciante intenta vender algo simulando que su valor es mayor del que realmente es. En los mercados, las mejores frutas están delante y las peores, las más feas, detrás. Con la invención de la moneda, empezamos a poner precios a las cosas. Y eso ya es una mentira. La especulación financiera hunde sus raíces en las imposiciones mentirosas sobre lo que tiene valor o lo que no. Eso puede hacer que una huerta de tomates no valga nada, valga el doble o valga la mitad que el año anterior. Y no depende de quien los cultiva los tomates ni de su trabajo, sino de la especulación que arma una ficción en torno a lo económico. Imagina que se cayeran todos los servidores y dejara de haber electricidad. La ficción económica se desplomaría. La acumulación de riqueza dejaría de existir.

–Porque son dígitos en una pantalla. No es dinero real, tangible.

–Claro. La acumulación es una ficción. Nadie tiene un palacio lleno de billetes donde se bañe todas las mañanas. Son entes ficticios que se mueven en cuentas bancarias. Que unas cuantas familias tengan buena parte de la economía del planeta es una invención que podría borrarse de un plumazo.

–Abre el libro con una cita de Feuerbach que dice que la simulación es la esencia del mundo actual, pero usted sostiene que la opinión es el eje de la era moderna.

–Lo que ha pasado con las redes sociales es decepcionante. Nacieron para democratizar la libertad de expresión y se han convertido en un montón de gente gritando contra una pared. Todo el mundo tiene muchas ganas de opinar, pero hay poca gente interesada en aprender, informarse y escuchar. La opinión, como decía Platón, es la forma más baja de conocimiento. Es barata de producir, un impulso básico y rudo. En las redes se confunde la igualdad que nos ampara a todos con la creencia de que todas las opiniones valen lo mismo. Y no: todos somos iguales ante la ley, pero un virólogo tiene una opinión más valiosa sobre el coronavirus que un carpintero, y si habláramos de la fabricación de sillas, el poder se invertiría. La falsa democratización nos ha llevado a pensar que todo vale lo mismo.

–¿También mentimos cuando publicamos un tuit lamentando la muerte de alguien y en unos segundos estamos entretenidos en otros asuntos?

–En las redes siempre hay superficialidad, eso que llamamos postureo. Cuando decimos lamentar la muerte de alguien, en parte corresponde a un sentimiento sincero y a la vez estamos pensando en otras cosas. En los entierros siempre hay bromas. Ocurre porque tenemos que seguir con la vida. También ahí modulamos nuestra capacidad de mentir.

–Pero todos tenemos emociones a veces contradictorias. La exigencia de una honestidad mal entendida sería complicada de gestionar.

–Estamos llenos de contradicciones. Puedes tener pensamientos negativos cuando estás alegre, y al revés. Vamos tirando como podemos. Estamos sometidos al tiempo y el cambio. Todo se transforma.

–También cita a Calderón: «Que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son».

–Hay mucha literatura sobre la realidad como simulacro. Ahí están la obra de Philip K. Dick o la película 'Matrix', ficciones que plantean que lo que vemos es sólo una capa de lo que hay. Nuestra vida, la forma en la que decoramos nuestra casa, el trabajo que buscamos, los amigos que tenemos, no son más que un pequeño decorado en el que resistir unos años. En otra época y otro lugar, nuestra vida sería muy distinta.

–Si todo es mentira, y esta afirmación sería a su vez otra mentira, ¿qué queda?

–Es cierto que cuando uno habla en estos términos parece que no queda nada, ni siquiera la posibilidad de decir que todo es mentira. Pero queda esa voluntad casi utópica que tenemos los humanos de seguir el horizonte, y poco a poco hemos ido consiguiendo una vida mejor para millones de personas, creando una medicina que salva vidas... Mi sensación es que todo este recorrido de mentiras levanta una pirámide que crece hacia alguna parte. Tal vez estas mentiras configuren algún día una mentira superior, fuera del alcance de nuestra comprensión actual, que al fin dé algún sentido a lo que hacemos.

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Publicado en Diario SUR.

Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.

Málaga 28 de septiembre de 2020.

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