jueves, 3 de septiembre de 2020

Por qué se demolió la iglesia de la Merced: la verdadera historia del padre Hipólito








Iglesia de la Merced en los años cuarenta. /Archivo. SUR
Iglesia de la Merced en los años cuarenta. / ARCHIVO. SUR

Hipólito Lucena fue un sacerdote muy querido y popular entre la feligresía malagueña








Fernando Alonso

FERNANDO ALONSO
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Se llamaba Hipólito Lucena Morales y era el párroco de la iglesia de Santiago. Era un buen sacerdote, muy querido por sus feligreses y buen dinamizador de su parroquia. No he conseguido localizar ningún retrato suyo, pero me lo imagino atractivo y bien plantado. Había fundado una orden, las hipolitinas, cuyas profesas, escogidas entre lo más granado de la sociedad malagueña, ofrendaban su sexualidad a Cristo, representado en la propia persona de don Hipólito, en una ceremonia íntima que tenía lugar en la iglesia de la Merced. Y estalló el escándalo.
Hipólito Lucena Morales había nacido en Coín en 1907. Era hijo de Francisco y María de la Fuensanta, padres que suponemos muy piadosos porque tuvieron otros dos hijos sacerdotes. A los diez años Hipólito, ya huérfano, ingresó en el Seminario donde terminó todos los cursos con brillantez y aprovechamiento, de manera que a los 23 años, en 1930, fue ordenado sacerdote. Al iniciarse la Guerra Civil fue detenido junto a otros 48 sacerdotes y sufrió persecución por la Justicia. La Providencia quiso que no fuese fusilado, aunque sí lo fueran sus hermanos Hilario y José, también sacerdotes.
José Manuel García Agüera, en sus Crónicas de Coín, trazó el perfil biográfico de don Hipólito. Gracias a él sabemos que fue nombrado en 1939 cura ecónomo de la parroquia de Santiago por el obispo Balbino Santos Olivera. Desde este puesto adecentó su iglesia, que había quedado bastante dañada a causa de la guerra. Colaboró en la reconstrucción de la Semana Santa, especialmente en la cofradías del Rescate y del Rico. De gran formación intelectual, don Hipólito fue profesor del Seminario e impartió las asignaturas de filosofía, teología moral, derecho e historia de la Iglesia. Ocupó los cargos de fiscal de la Curia, examinador y juez prosinodial, miembro de la Junta Catequista Diocesana, consiliario del Patronato de Protección a la Mujer, consejero de la Caja de Ahorros de Ronda, miembro de la Junta Diocesana de Enseñanza de Religión, etc. Por todos sus méritos Ángel Herrera Oria le nombró en 1949 arcipreste.
En cualquier caso, repetimos, don Hipólito fue un sacerdote muy querido y popular entre la feligresía malagueña. Fue creador e impulsor de varias asociaciones religiosas, de las que también fue su director espiritual. Entre todas ellas destaca la de las hipolitinas. Oficialmente daba cabida a señoras y señoritas de la buena sociedad malagueña que prestaban ayuda a niños pobres y abandonados y a familias necesitadas, por lo que en sus días fue muy aplaudida. Sin embargo, pronto empezaron a surgir sospechas. Había quien afirmaba que en su orfanato se recogían, además de niños abandonados, los frutos sacrílegos de las relaciones del director espiritual con sus hermanas. Se decía que don Hipólito celebraba en la iglesia de la Merced desposorios o matrimonios místicos, envueltos en éxtasis. Aclaremos para mejor comprensión del lector que la iglesia de la Merced, que dio nombre a su plaza, había sido arrasada e incendiada en los tristes sucesos de mayo de 1931. Funcionaba en los años cincuenta como anexo de la parroquia de Santiago y, a pesar de que mantenía su estructura en bastante buen estado, nunca llegó a ser reconstruida. La iglesia de la Merced se utilizaba también como cine y salón parroquial.
Las primeras denuncias procedieron, al parecer, de algún marido que no llegaba a entender las necesidades espirituales de su esposa. En 1959 se abrió una investigación por parte del Vaticano que trataba de esclarecer qué había de herejía o de psicosis en todo este asunto. Don Hipólito fue conducido en secreto a Roma y allí se le rasparon las manos, símbolo por el que se borraba el privilegio de consagrar. Fue encerrado en un monasterio de los Alpes austriacos. La iglesia de la Merced fue demolida en 1963.
Zoilo Montero, propietario de la tienda de ultramarinos que hay frente a Santiago, conoció a don Hipólito. Me cuenta que «hizo cosas buenas y que nunca la parroquia tuvo tanta vida como en los años cincuenta, lo que tiene mérito porque fueron años muy difíciles. Era muy querido y se ganó el favor de sus feligreses gracias a sus obras de caridad y de apostolado.» Rafael Aldehuela afirmaba que «don Hipólito fue siempre un buen cura, pero no por ello dejó jamás de sentirse hombre y víctima de sus pasiones».
Hipólito Lucena pasó sus últimos años de vida en Coín, dedicado a sus lecturas y oraciones. Allí se le veía pasear lentamente, abrigado con su boina y su bufanda. Falleció en 1981.
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Las hipolitinas y la literatura
Ningún periodista de la época osó esclarecer los hechos. Por más que he rebuscado en la hemeroteca del Diario Sur no he encontrado alusión alguna. La primera referencia que hemos localizado de las hipolitinas es la de Gustavo García-Herrera, quien en 1966 decía subrepticiamente que «en Málaga no podían faltar en su historia los capítulos de brujería e iluminismo, que aún por nuestras fechas no es infrecuente conocer». Antonio Olano en su Guía secreta de la Costa del Sol (1974) afirmaba, refiriéndose a la hipolitinas, que «los ritos paganos contaban con los clásicos ritos sexuales». Camilo José Cela en su Enciclopedia del erotismo (1976) hablaba de las hipolitinas como «un grupo de beatas malagueñas que ejercieron de coimas de su director espiritual» al que llama, con desparpajo, «Don Cipólito» (sic).
Juan Eslava Galán en su divertido libro De la alpargata al seiscientos (2010) trata el tema con su habitual gracejo y donaire. Finalmente el escritor Alberto Castellón ha novelado el episodio en Tarta Noruega (2002), que recibió el Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba.
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Publicado  en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 03 de septiembre  de 2020.
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