LA VICTORIA XXXIV
Si exceptuamos
algunas gallinas y conejos, no existían en las casas de Pocatorta prácticamente
otro tipo de animales. Los perros, como dependían para su alimento de los
humanos, al no tener éstos nada que les sobrara, su existencia era remota. Los
gatos, más autónomos, podían subsistir a base de cazar ratas, ratones, algún
insecto y algún que otro pajarillo.
Los animales de carga, si
exceptuamos a los humanos, eran seres de otro planeta. Yo me vine a Málaga sin
conocer el placer que podía reportar el subirse en un jumento. ¡Qué cateto más
atípico! ¿Verdad?
¡Pero no todo eran estrecheces en
aquel lugar. Gozábamos de la abundancia del silencio; no sólo por la noche; de
la pureza del aire; de la luminosidad del cielo en las noches estrelladas…!
Cuando en verano nos sentábamos
en la puerta para mitigar el calor, alguna vez, mirando al firmamento le
pregunté a mi madre que cuantas estrellas podía haber en el firmamento, y ella
me contestó –“tantas como seres humanos
poblamos la Tierra”-.
En otra ocasión, al contemplar la
estela luminosa que dejaba un meteorito al entrar en contacto con la atmósfera
terrestre le pregunté por aquel fenómeno, y mi madre que siempre tenía
respuesta para todo me dijo, -“esa es la estrella moribunda de una persona que
acaba de fallecer.”-.
Aunque no fuera del todo cierto,
¡qué bonito era todo lo que me enseñaba mi madre!
Victoriano Orts Cobos.
(Re)visado el día 24 de marzo
de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario