Prostitución en la fase 1: «Algunos de mis clientes vienen con mascarilla»
Mujeres de compañía vuelven a ejercer tras dos meses sin ingresos, aplicando medidas de seguridad y exponiéndose a contagios y sanciones
Aguantó dos meses encerrada en casa viendo cómo las facturas se acumulaban, «sin ingresar un euro» y tirando de los pocos ahorros que tenía. La vida del autónomo, podría pensar cualquiera. Pero en lo suyo no hay seguros sociales ni prestaciones por desempleo. Cuando se anunció la entrada de Málaga en la fase uno de la desescalada, Sandra –nombre ficticio– decidió volver al trabajo y hacer frente al coronavirus en un sector que nadie espera escuchar en la lista de actividades laborales permitidas por el Gobierno. Pero existe.
En una conversación con SUR –tras decenas de intentos, fue la única que accedió a hablar–, Sandra hace balance de la vuelta a la actividad en la llamada 'nueva normalidad'. Y las cuentas no le salen. En la primera semana apenas ha recibido a media docena de clientes, todos de media hora (es decir, servicios de 50 euros). Los mismos que podía tener antes en un día. «Ellos tienen susto, yo tengo susto, pero... ¡la vida sigue!». En la era 'precoronavirus', podía ganar «dos sueldos» en un mes.
–¿Cuántos son dos sueldos?
–No sé, unos 3.000 euros.
Sandra (española, 40 años) elige cuándo trabajar, con quién y cómo. Ejerce por su cuenta en un piso alquilado y en el horario que pacta antes con sus clientes. Pero su caso es una gota en el océano de la prostitución, porque la generalidad es otra bien distinta. La pandemia de la Covid-19 dibuja un escenario incierto para este sector y ha dejado a decenas de mujeres en la estacada, en muchos casos en manos de las mafias y teniendo que hacer frente a las deudas contraídas con las redes de trata que las introdujeron de forma ilegal a España con fines de explotación sexual.
La disponibilidad de estas prostitutas, que son víctimas de la trata de seres humanos, está en manos de terceros, los conocidos como 'chulos' o proxenetas, que controlan, fiscalizan el trabajo de las mujeres y se apropian de gran parte de sus ingresos. Desde Cruz Roja aseguran que cuando se tomaron las primeras medidas de confinamiento no les obligaron a ejercer , ya que era «prácticamente imposible».
La cuarentena dio lugar a una situación extremadamente compleja y precaria: la deuda contraída con las redes de trata seguía vigente, pero los ingresos se congelaron por completo. Esto llevó a un número «considerable» de mujeres a pedir ayuda para «pagar la comida y apartarse de los proxenetas», remarcan desde la ONG.
Sandra deja claro desde el principio que su perfil no encaja en el de las mujeres explotadas por 'chulos'. «Siempre he estado en contra de la prostitución. Yo pensaba que lo hacían por las drogas o por otras adicciones, pero me he dado cuenta de que cualquier chica que llegue a trabajar en esto es porque se le complica la vida y no tiene muchas opciones». Las deudas empezaron a amontonarse con las desgracias familiares y la montaña acabó siendo demasiado alta.
En el caso de quienes no pueden decidir, esas mujeres que dependen de grupos criminales y organizados, el coronavirus ha golpeado dos veces. Algunas han logrado volver a su país. Otras han acudido en busca de ayuda a asociaciones que puedan acogerlas, con el riesgo que ello implica para quienes aún no han saldado su deuda. Uno de esos refugios lo ofrece la Congregación de las Adoratrices de Málaga, una orden religiosa de monjas que funcionan como una red de emergencia para estas personas en riesgo. Una de las hermanas que gestiona la atención a prostitutas relata a SUR que la pandemia ha hecho que aumente el número de veces que llaman a su puerta tras haberlo dejado todo atrás (menos el miedo). «Estas personas han llegado muy asustadas y angustiadas, porque sienten que tienen una serie de responsabilidades en sus países de origen con su familia, y si antes les costaba mandar dinero, ahora mucho más».
La llegada a las distintas sedes de la congregación –que son secretas para pasar desapercibidas y evitar así que las mafias puedan dar con ellas– tuvo que realizarse previa cuarentena de dos semanas para evitar contagios. «Pasaron de estar en la calle o en un piso donde se ejerce la prostitución a estar en completo aislamiento, para muchas de ellas ha sido muy duro», remarca la hermana.
Para que esta situación fuese lo menos dura posible, el equipo psicológico que colabora con la congregación ha conseguido mantener las terapias sin romper la cuarentena, hasta que el Sistema Andaluz de Salud ha podido hacer los test de Covid-19 a las recién llegadas a la organización.
Desde Cruz Roja explican que la prostitución callejera está volviendo a las calles poco a poco, despertando del letargo. «Tenemos constancia de varias mujeres que ya están buscando clientes en el polígono Guadalhorce, y también de, como mínimo, una sanción por incumplir el real decreto a raíz de esta actividad», apunta una portavoz. Fuentes policiales remarcan que las fases más duras del confinamiento dejaron la actividad del sector prácticamente apagada, aunque tienen constancia de que algunos de los pisos han conseguido abrir sin llamar la atención de las autoridades.
Mientras tanto, en los hoteles y clubes de alterne donde se ejerce la prostitución, la actividad está lejos de retomarse. El gerente de uno de los establecimientos más grandes de la provincia –que prefiere permanecer en el anonimato–, asegura que no abrirán las puertas hasta que se pueda garantizar la seguridad de los clientes y las clientas. Algunos clubes más pequeños se están planteando volver a la rutina, aunque la tónica general es la incertidumbre y la espera. «Como todo el mundo, mis trabajadores están en un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), y así lo haremos hasta que se pueda cambiar, porque en lo nuestro el distanciamiento social es imposible», apunta el empresario.
En este retorno a la actividad, Sandra asegura que el distanciamiento social, imposible en la prostitución, no impide otra clase de medidas profilácticas contra la Covid-19. «Algunos vienen con mascarillas y no se la quitan en todo el servicio. Y lo veo genial, lo agradezco. Yo no puedo hacerlo, pero me enjuago la boca un montón de veces», explica.
El protocolo ha cambiado desde la misma puerta del piso donde los recibe. «Tengo un gel en la entrada para que se lo echen en las manos nada más llegar y les doy una toalla para que vayan directamente a la ducha», cuenta Sandra. A veces son los propios clientes los que le reclaman extremar las precauciones por miedo a contagiarse del coronavirus. «Incluso tuve a un chico que me pidió que le diera un masaje con los guantes puestos, pero al poco de empezar cambió de idea».
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Publicado en Diario SUR.
Copiado/pegado de Internet por Victoriano Orts Cobos.
Málaga 25 de mayo de 2020.
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