jueves, 11 de agosto de 2011

REALIDAD Y ENSUEÑO

REALIDAD Y ENSUEÑO

LA VICTORIA XXXIX.


En uno de los relatos escribo que me vine del pueblo sin haberme subido en un jumento. Es cierto, pero también lo es el hecho de haberme librado de los trabajos duros del campo: Arar, sembrar, escardar, segar, barcinar, trillar, aventar, arrancar garbanzos,  coger algodón, desgranar maíz, escavar olivos, hacer hoyos de un metro cúbico a pico y pala para sembrar olivos… Comer en los cortijos siempre la misma “olla”: garbanzos duros, hervidos, con un trozo de tocino añejo y rancio, Todos los comensales de pie, alrededor de un caldero y metiendo la cuchara cuando les tocaba… Dormir en el pajar, cambiarme de ropa interior y exterior una o dos veces al mes. Soportar las inclemencias del tiempo: El calor tremendo del tórrido verano de la campiña cordobesa y las heladas invernales desgranando y cogiendo aceitunas…

Todo ese sacrificio lo vivieron mis hermanos; mayores que yo, ocho, seis y cuatro años.

Por ser el más pequeño me libré de todo ese sufrimiento. Después de Frasquito, veinte años mayor que yo, fui el primero en emigrar, con catorce años.

Mi madre, cogiéndome las manos me decía: -“Hijo, tienes unas manos muy finas y muy bonitas. No quiero que se te encallezcan como a tus hermanos.

A mis setenta y dos años, algunas veces recordando a mi madre me miro al espejo y veo ante mí a un ser de escasamente un metro con sesenta centímetros, de cara triste y poco agraciada. Para subirme la moral bajo la vista hacia mis manos que las subo abiertas, juntas, hasta la altura del corazón y como si de otro espejo se tratara, se refleja en ellas el rostro bello, dulce y tierno de mi madre, y sonriéndome, y sonriéndole le digo: -“Mamá, como siempre, tienes razón, en algo he de parecerme a ti; tengo unas manos preciosas”.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 25 de marzo de2016  




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