lunes, 20 de junio de 2011

PIOJOS

PIOJOS

LA VICTORIA XXX.

(España era una isla de hambre y miseria corporal del pueblo, y de miseria espiritual de los tres poderes establecidos: El caciquil, el militar y el religioso; que se encargaron de anularla de la cultura, la libertad y la tolerancia del pensamiento libre y diverso del ser humano).

*****

La falta de higiene y la escasez de alimentos era el pan nuestro de cada día en los años cuarenta y cincuenta.

Los piojos tenían su hábitat natural en nuestro cuerpo. Se alimentaban generosamente de nuestra miseria. Su lugar preferido era el cuero cabelludo pero no le hacían asco al resto del cuerpo. Pienso que este tema puede resultar desagradable para quienes no hayan padecido esta miseria.

 Pido indulgencia a quien le afecte, pero estoy relatando un hecho real y no puedo, (ni lo deseo)
 mentir.

Te los encontrabas en cualquier parte del cuerpo y pegados en la ropa. Para desparasitarte los cogías, los ponías sobre la uña del dedo pulgar y con la misma uña de la otra mano hacías presión aplastándolos, produciéndose un sonido como una explosión, diminuta; pero una explosión.

Los reportajes de miseria que vemos en países tercermundistas eran una realidad en los años de la posguerra civil.

Sólo deseo y pido a los dioses que sean compasivos y generosos con nosotros y no nos castiguen nunca más con   miserias similares a las sufridas en la posguerra española del siglo pasado.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 23 de marzo de 2016.

domingo, 19 de junio de 2011

MI DALMÁU CÁRLES

MI DALMÁU CÁRLES.

LA VICTORIA XXIX.

Portada un tanto deteriorada del libro Dalmáu Carles, 2ª etapa.
En la actualidad correspondería a todos los cursos de estudiantes de Secuandaria.

El único libro que tuve en mi etapa de colegial fue el Dalmáu Cárles. (Jamás cayó en mis manos un tebeo o un cuento).

Comenzaba, como no podía ser de otra manera, por la asignatura de Religión: La historia Sagrada con la creación del Universo e infinidad de “historias para no dormir”.

Le seguía la Gramática, ese manual de reglas para la utilización correcta de la palabra escrita.
La Aritmética con sus reglas matemáticamente exactas.

La Geometría, estudiosa de los cuerpos que ocupan un espacio.

La Geografía de España con sus provincias vascongadas, la región catalana, la región murciana: (Albacete y Murcia)... etc.

El mapa de España, que limitaba al norte con el Mar Cantábrico y los Montes Pirineos que nos separaban de Francia..., del progreso y de la libertad.

Los ríos principales: El Miño, que creo que sigue naciendo en Fuente Miña. El Duero, que cantó D. Antonio Machado. El Tajo, el más largo. El Guadiana con sus ojos y sus Lagunas de Ruidera. El Guadalquivir, rey de las aguas dulces de Andalucía. El Ebro, el más caudaloso…

Y por último La Historia de España, con lugar destacado para los Reyes Católicos, y cerrándola, "El Glorioso Alzamiento Nacional ", con El Generalísimo Franco, (General le quedaba pequeño) Caudillo de España por la gracia de Dios. ¡Qué gracioso era Dios en aquellos tiempos!

Lo dejé olvidado, (a mi libro me refiero) en algún rincón de mi casa cuando me vine a Málaga. (Ignorante de mí, creí que ya lo había aprendido todo).

¿Por cuantas manos habrá pasado este libro antes de llegar a mi?

He tratado de recuperarlo visitando muchas librerías de ocasión pero sólo he conseguido el de 2º grado. El mío, el elemental, no me ha sido posible recuperarlo. ¡Cuánto me gustaría tenerlo frente a mis ojos! ¡Mi Dalmáu Cárles! ¡Mi Libro Sagrado!

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 23 de marzo de 2016.

sábado, 18 de junio de 2011

PEPITA LA DEL CURA

“PEPITA LA DEL CURA”

LA VICTORIA XXVIII.

Mi madre visitaba de tarde en tarde a “Pepita la del Cura” varias veces al año. Podían ser cinco o seis. Era muy diplomática, (mi madre) y pienso que no quería hacerse pesada.

Cogía su cesta de la compra, vacía. Alguna vez, si era tiempo de espárragos, aprovechaba para echarle un pequeño manojo de acompañamiento en su interior y se encaminaba al pueblo a casa de su benefactora. Yo la acompañaba casi siempre. Estaba un rato conversando con ella y cuando salía, lo hacía con la cesta llena de comestibles.

Le llamaban “Pepita la del Cura” porque tenía, o había tenido un familiar muy próximo (creo que un tío) sacerdote. Es curioso, pero sin haberlo conocido recuerdo que se llamaba D. Argimiro. Mi madre lo nombraba con frecuencia y por el tono melódico con que pronunciaba su nombre deduzco que debió ser un buen hombre.

Pepita era la esposa de Paco Aguilar, el cual, tenía un camión de transporte que creo que era el único que había en aquel tiempo en La Victoria.

Era una mujer muy religiosa. Yo, que algún domingo iba a misa la veía siempre en primera fila, cerca del altar, en su reclinatorio individual. Recuerdo que había otro reclinatorio más. Era el de mi maestro D. José.

Isidoro, el hijo de Pepita y de Paco Aguilar también era alumno de D. José, y por supuesto, también asistía a las clases particulares.

“Pepita la del Cura” ejercía el deber cristiano de ayudar a los necesitados. Su semblante sereno que quedó grabado en mi mente era el reflejo de su paz interior.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 23 de marzo de 2016.

martes, 14 de junio de 2011

ARROZ CON GATO

ARROZ CON GATO

LA VICTORIA XXVII.

Cleopatra, sé que la lectura de este relato puede herir tu sensibilidad, pero quiero aclararte que tú para mí no eres una gata. Tú para mí eres la niña mimada de la casa y aunque los seres humanos somos impredecibles en nuestros actos, yo jamás te haría daño.

*****
El abuelo Frasquito tenía en su casa algunas gallinas. Una de ellas había empollado una decena de huevos y los pequeños comenzaban su andadura. Mi hermano mayor, Frasquito, los cuidaba porque al abuelo ya le costaba trabajo atenderlos.

Un gato asilvestrado se “encariñó” con ellos y día tras día los iba eliminando. Frasquito le tendió una trampa y el felino pasó a mejor vida. Bueno, mejor vida para nosotros.

El animal era joven y “entrado en carnes” y mi hermano, siguiendo el ritual que se emplea con los conejos lo desolló, lo dejó una noche colgado al relente para que se le fuese el humillo y, al día siguiente, para la cena, que era cuando se hacía la comida principal, pues todos estábamos en casa, nuestra madre nos hizo una arroz con “conejo”, ¡delicioso!

Nos supo tan bueno, que voy a tener que darle la razón a quienes opinan que la comida de hoy no sabe tan buena como la de antes.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 23 de marzo de 2016.

CHUMBOS

CHUMBOS

LA VICTORIA XXVI.

Aunque el campo no tiene puertas, podría  decir que mi calle era la puerta o entrada natural a Pocatorta según se venía de La Victoria.

La calle se componía de tres casas. El nº 1 podía corresponder a mi vivienda;  el nº 3 a la de mi tía Filomena. Frente a mi casa estaba la de Mª Francisca a la cual, por estar a la derecha, le correspondería el nº 2.

Mi tía Filomena tenía frente a su casa, (más bien al costado izquierdo de ésta) una diminuta parcela con 9 ó diez olivos, cercada de chumberas. Estos cactus, producían unos chumbos amarillo-verdosos con la piel muy fina y muy dulces.

Más de un atracón me di yo de aquellos chumbos, hasta el extremo de que en más de una ocasión tuve que ayudarme manualmente, o mejor  dicho, dedalmente, para desatorar la tubería de los residuos orgánicos.

 ¡Qué mal se pasaba! Recuerdo haber echado sangre por el anillo de cuero.

¡Qué pocos chumbos he comido después de aquella época! Y, ¡qué poco los echo de menos!

Victoriano Orts Cobos.

(Revisado el día 22 de marzo de 2016.




..

GASPAR Y LA PAVA

GASPAR Y LA PAVA

LA VICTORIA XXV.

A ninguno de nosotros se  nos hubiese ocurrido, pero a Gaspar sí, porque Gaspar era diferente. Su Mentalidad le eximía de comprender el riesgo al que se exponía con una acción como aquella.

Volvía del campo con el saco vacío, solo, y sólo con un puñado de espárragos en la mano, cuando, mirando en un paredón (frontera entre dos parcelas) vio echada a una pava en su nido cercano a un cortijo.

Sin pensárselo dos veces, acorraló al animal que se disponía  a huir y cogiéndola le retorció el cuello. La echó en el saco y con sumo cuidado introdujo también los huevos que había en el nido y que pasaban de la docena.

Caminó hacia la casa ocultándose hasta de los olivos y cuando llegó, mi madre al ver lo que traía se asustó enormemente. No era para menos, pero el mal estaba hecho.

Peló la pava mi madre, lo más diligente que pudo, al tiempo que le pedía al bueno de Gaspar que hiciese un hoyo en el corral en donde dieron  sepultura a las plumas.

Con el susto, que no nos quitaba el hambre, comimos en secreto varios días carne y huevos fritos gracias al sentido de supervivencia de mi hermano Gaspar.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 21 de marzo de2016.    

   


GOLONDRINOS

GOLONDRINOS

LA VICTORIA XXIV.

Frente a mi casa estaba la de Mª Francisca, La vecina de la que hablo en la presentación De mi blog. La que nos facilitaba el acceso al abastecimiento del agua de su pozo.

En su casa anidaban todos los años una pareja de golondrinas. Cuando alguna vez entraba una golondrina en mi casa le dábamos todo tipo de facilidades para que anidara, pero ellas sabrían por qué, nunca se establecieron allí. Sin embargo, los golondrinos, forónculos que se desarrollaban en nuestras axilas debido a la falta de higiene, sí que lo hacían con frecuencia. Los forónculos se afincaban en cualquier parte de cuerpo, pero tenían preferencia por los sitios húmedos. Eran muy dolorosos y molestos. Empezaban con una espinilla roja en la piel que se iba agrandando y cuando llegaban a su punto de maduración comenzaban a echar pud. Era entonces el momento de estrujarlos hasta que del fondo salía una especie de tuétano amarillento. A partir de esa intervención dolorosa y autónoma en la mayoría de ls casos, comenzaban a secarse dejando la cicatriz de su paso por nuestro cuerpo. Yo tengo una cicatriz circular de más de cuatro centímetros en la parte interior de la pierna derecha por debajo de la rodilla, de un forónculo que pudo haberme dejado cojo. (¡ lo que le faltaba ya a este cuerpo tan bien proporcionado!) Sin embargo, jamás me llevaron al médico. En el tiempo que viví en La Victoria, ni yo no ninguno de mis hermanos lo visitamos.

El practicante fue alguna vez a mi casa a ponerle inyecciones a mi madre que padeció una operación muy delicada debido a un cáncer. Antes de proceder al pinchazo, metía la jeringa y la aguja en un recipiente de metal rectangular, ovalado por los extremos, muy pequeño, que apenas si cogían. Le echaba alcohol y le prendía fuego. Era la manera en aquella época de desifectar los útiles de inyectar.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 21 de marzo de 2016.

domingo, 12 de junio de 2011

EL VASO IRROMPIBLE

EL VASO IRROMPIBLE

LA VICTORIA XXIII.

Visitaba con frecuencia a mi compañero de clase y pupitre, Pepe Gálvez, hijo de “Pepita la de La tienda”.

Al salir de su casa por la puerta de la tienda, él, solía correr hacia los tarros de cristal de boca redonda y ancha. Metía la mano y cogía un puñado de caramelos.

¡“Madre mía”! Me decía yo mentalmente. ¡Quien fuera hijo de una madre que tuviera una tienda!

Un día de los que le acompañaba presencié algo que me impresionó admirativamente.
Un representante que pretendía venderles unos vasos de cristal irrompibles (algo desconocido para mí) cogió uno y lo lanzó al suelo.  El vaso, como si de un bailarín se tratara saltó varias veces, y terminado el baile se paró intacto.

¡Qué maravilla! Yo nunca había visto cosa igual. ¡Un vaso de cristal, irrompible!
 
Aquel invento podía figurar entre los que el gitano Melquiades presentaba en el poblado de Macondo, (donde todo estaba por descubrir) de la novela de Gabriel García Márquez, “100 años de Soledad”.

Lamentablemente, en los años 40 del siglo pasado, España no tenía nada que envidiar en primitivismo al poblado de Macondo.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 21 de marzo de 2016.




EL PESCADERO

EL PESCADERO

LA VICTORIA XXII.

Creo recordar que se llamaba Gabriel. No lo confirmo. Venía de La Rambla a La Victoria en un carromato. En lugar de pescadero yo lo llamaría boqueronero, porque sólo esta  variedad de pescado era la que vendía. Pero, ¡qué boquerones! ¡Madre mía! No hacía falta ni freírlos para comérselos. ¡Tan saladitos como el bacalao o las arenques que se compraban en la tienda de Vicente!

Podían llevar fenecidos (*) una semana y más antes de darles cristiana sepultura en nuestro estómago.

¿De dónde venía aquel pescado? El puerto de mar más cercano era (y sigue siendo) el de Málaga.

¿Qué medio de transporte utilizaban para llevarlo a La Rambla que estaba a más de ciento cincuenta kilómetros de los de entonces?

Los malagueños, que tampoco  nadaban en la abundancia, bromeaban (e incluso todavía lo hacen) diciendo que los cordobeses nos comíamos los boquerones crudos. Era normal su asombro, ellos, aunque tenían otras carencias, se los  comían fresquitos y plateados del alba. Los que nos comíamos nosotros eran anchoas sin enlatar.

(*) Fenecidos. Perdón por la cursilada pero… ahí queda.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 21 de marzo de 2016.




sábado, 11 de junio de 2011

EL DIARIO ABC.

LA VICTORIA XXI.

A mi padre, si quería alguien encontrarlo en La Victoria, si tenía dinero, lo más sensato era buscarlo en la taberna. Había más, pero él tenía preferencia por tres: la de Juan de Dios, que hacía esquina con la calle central y la plaza, justo al lado del Ayuntamiento (tenía entrada por los dos sitios). La de Miguelito, que estaba en la misma vía y acera en la parte alta del pueblo, y la tercera era la de Malaguita o Cuatro vientos, que estaba situada en la acera de enfrente, en la parte baja, al lado de la barbería y frente a la calle que bajaba hacia Pocatorta.

Cuando no tenía dinero, que era casi siempre, se sentaba en la puerta de la barbería.  Allí lo veía yo con relativa frecuencia leyendo el diario ABC.

Este recuerdo me hace pensar, ¿Quién compraba aquel periódico en el pueblo? Estoy seguro que la economía del barbero no le daba para ese tipo de lujos. En ese caso, ¿cómo llegaba hasta él? Mi imaginación me  lleva a la conclusión, no sé si errónea, de  que el diario podría ir dirigido al Ayuntamiento y  después, por algún motivo de amistad terminara en la barbería y que por ello se beneficiara también mi padre.

Conjeturas aparte, lo que sí es verdad es que mi padre fue la única persona a la que vi  en La Victoria leyendo  un periódico.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 21 de marzo de 2016.




martes, 7 de junio de 2011

D. PEDRO EL CURA

LA VICTORIA XX.

Al  bueno de D. José le sustituyó D. Pedro. Venia una o más veces a la semana desde San Sebastián de los Ballesteros a La Victoria. Su medio de locomoción era una bicicleta

Siempre me chocó su indumentaria: Su sotana, negra, por supuesto, y su inseparable escopeta colgada en bandolera. ¡Qué contrasentido! ¡Un cura armado! ¿Cómo se digería aquella militarizada visión por un niño que creía que los representantes de Cristo en la tierra eran seres de amor y de paz como Él, al que jamás se le hubiese ocurrido matar ni a una mosca? Mosca comenzaba a estar yo con respecto a estos pastores teóricos de paz y de pureza.

Al cabo de algún tiempo D. Pedro fijó su residencia en La Victoria, y por lo tanto, lo veía con más frecuencia. Tenía un carácter muy severo. Te miraba a los ojos como acusándote de algún pecado que hubieses podido cometer. En la iglesia era inflexible. Estaba diciendo misa (en aquel   tiempo en latín, para que nos enterásemos menos del significado de la misma) de espaldas al público y si oía algún ruido, dejaba de oficiar, se volvía hacia nosotros muy serio y, como un mimo, permanecía impávido hasta que el silencio era total.
Si el silencio tardaba en llegar, amonestaba airado a quién consideraba que era el culpable del incidente, aunque éste fuese un niño pequeño.

Lo cierto era, y que me perdone el reverendo, a mí no me caía nada bien aquel cura armado de escopeta.

¿Qué concepto tendría de él su colega el patrón de los animales San Francisco de Asís?

Victoriano Orts Cobos.


(Re)visado el día 20 de marzo de 2016


PEQUEÑOS AGRICULTORES

PEQUEñOS AGRICULTORES

LA VICTORIA XIX.

¿Pequeños?... Bueno, quizás el adjetivo no sea el más apropiado, pues su estatura estaba dentro de los parámetros de la normalidad, o quizás la superaban, ya que estaban mejor alimentados que nosotros. ¿Modestos?... Tampoco les cuadraba dicho calificativo, pues su actitud hacia su entorno era muy distinta. Por lo tanto, mejor será  “no meneallo”.

Los terrenos que rodeaban el barrio pertenecían a tres o cuatro agricultores  que cuidaban cada uno su pequeña parcela con el máximo esmero en agradecimiento a  ese pequeño tesoro que les libraba de tener que trabajar para los caciques.

Estos propietarios conocían no sólo el número de olivos que poseían. Eso era fácil, si no el número de aceitunas y espigas que producían sus campos.

También nosotros lo sabíamos y a pesar de la necesidad reinante, no recuerdo que ningún vecino tuviese nunca algún problema con ellos.

Es cierto que nos llevábamos bien con ellos, pero, aunque en el escalafón económico estaban más cerca de nosotros que de los caciques, (en el cultural no había diferencia; todos éramos iguales), en su trato diario se comportaban con aires de superioridad. Cosa nada anormal en la mentalidad humana. Salvo estos pequeños detalles, en el fondo eran buenas personas.
 
Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 20 de marzo de 2016.




lunes, 6 de junio de 2011

LA CATALANA

LA CATALANA Y “EL PIPA”

LA VICTORIA XVIII

No sé el porqué del nombre de “La Catalana” dado al autobús que nos transportaba de La Victoria a Córdoba.

Antes de acoplarnos en su interior a los victoreños, bajaba a San Sebastián de los Ballesteros a recoger pasajeros.
 Después, “El Pipa”, encargado del pasaje, que por cierto, era un hombre muy dinámico, expresivo y simpático, nos iba acoplando a cada uno en el asiento que él consideraba que nos correspondía. Nada de subir y sentarte por tu cuenta. No. Aquello tenía su protocolo y él era el maestro de ceremonias.
 Hacía y deshacía a su aire con toda autoridad y todo el pasaje aceptaba sus decisiones. Estoy convencido de que si en alguna ocasión coincidieron en el viaje el cura, el cabo de la guardia civil y el alcalde, él ya les tenía el sitio asignado.

Era el único vehículo que nos conectaba con la capital.

Hacía un viaje diario y en el recorrido de unos veintiocho kilómetros podía tardar más de una hora. En el regreso, La Cuesta del Espino era un enemigo a tener en cuenta.

A veces los niños íbamos a las afueras del pueblo, a la altura de “las escuelas” para divisar su venida, pues a un Kilómetro había una “calva” en la vegetación que rodeaba la carretera, que le llamábamos “el claro”, que nos anunciaba su llegada. En cuanto la veíamos pasar, corríamos hacia la parada anunciando su presencia. Era una manera divertida que teníamos los niños para pasar el rato.

Victoriano Orts Cobos.

(Re)visado el día 23 de marzo de2016.

EL TENDIDO ELÉCTRICO

EL TENDIDO ELÉTRICO

LA VICTORIA XVII.

Nunca se echa de menos aquello que nunca se ha tenido.
El tendido eléctrico pasaba (de paso, valga la redundancia) a unos cien metros al norte de Pocatorta hacia San Sebastián de los Ballesteros, o de éste hacia La Victoria. No lo sé.
Lo lógico en aquella época era que pasaran por los márgenes de la carretera, que en este caso estaba a unos trescientos metros de Pocatorta. Pero, bueno, ellos sabrían el por qué de aquella  excepción.

Yo había visto siempre aquellos palos como veía los olivos y nunca se me ocurrió pensar que con un simple cable y algo más, el candil, el velón y el carburo hubiesen pasado a convertirse en un elemento decorativo. El elemento decorativo en aquel caso para nosotros era el tendido eléctrico.

En más de una ocasión, los chiquillos nos dedicábamos a tirar piedras a las tazas de cristal invertidas que soportaban aquellos palos y cuya misión consistía  (creo), en tensar los cables.

En una de aquellas competiciones, mi hermano Manolo lanzó una “peladilla de río” con la  gran fortuna de impactar sobre una taza mutilándola. Eso significó un triunfo para él y una derrota para los demás que con más ganas continuamos lanzando dardos sin conseguir igualarle, y al final, cansados y sin proyectiles a nuestro alrededor, nos fuimos con la música a otra parte a experimentar nuevas travesuras.
     
Victoriano Orts Cobos.

*****

(Re)visado el día 20 de marzo de 2016.


sábado, 4 de junio de 2011

MI SOBRINO MANOLO

MI SOBRINO MANOLO

LA VICTORIA XVI

Mi hermana Dulce se casó joven. La conquistó un feriante turronero de Aguilar de la Frontera, y, cuando yo nací le faltaban cuatro meses para parir a su primer hijo, Manolo.
Un año después que Manolo nació Victoriana (Nani) y un año más tarde vino al mundo otro niño que vivió sólo unos meses después.

Iban tan deprisa en su feria, que confundieron el camino y al llegar a una bifurcación cada uno tiró por una vereda distinta.
  
Aunque no parió la abuela, mi madre tuvo que hacerse cargo de los dos nietos, pues mi hermana se marchó: Primero  a La Rambla y después a Málaga a servir de criada interna.

Mi madre crió a sus dos nietos como a dos hijos más y para mí fueron como dos hermanos menores. En el colegio, y por supuesto, en el pueblo, nos nombraban con el apodo de “Jaimito grande,” yo, y “Jaimito chico,” él, por mi padre que se llamaba Jaime.
   
Mi hermano Manolo se vino a Málaga y también Nani a la que mis hijos le llaman tita.
 Con veinticinco años, cuando viajaba de Málaga a La Victoria en una moto Lambreta que se había comprado unos meses antes y que estaba pagando a plazos, a la altura de Montilla, MANOLO  tuvo un accidente que le costó la vida.

Para trasladar el féretro a Málaga en aquel tiempo, (años sesenta) había que pagar un impuesto  por cada municipio o parroquia por el que  pasaba el féretro.

Los restos mortales de mi hermano Manolo reposan en el cementerio de Montilla.

Victoriano Orts Cobos.

*****
(Re)visado el día 20 de marzo de 2016.




miércoles, 1 de junio de 2011

SALUD Y VICENTE

SALUD Y VICENTE
LA VICTORIA XV.

Había otra panadería en el pueblo. Le llamaban la fábrica y estaba también en  la calle central. Al final. En la parte baja. Nunca la visité. Mi madre siempre compraba en la panadería de Salud. Salud ya era mayor y la panadería en aquella época  regentaban  su hijo y su nuera.
Mi madre me mandaba muchas veces a por el pan. Algunas sin dinero (fiado) y me recibía la nuera de Salud. Siento en el alma el no recordar su nombre. Era una mujer encantadora, súper agradable. Siempre me atendía con una sonrisa y nunca me negó el pan fiado. Al lado de la panadería estaba la tienda de Vicente. De este hombre recuerdo la habilidad que tenía para envolver los alimentos. No había bolsas ni paquetes en aquel tiempo. Todo se envolvía en papel ¿estraza? Eran unos folios grandes de papel basto, amarillento-pajizo. Ponía el papel sobre la bandeja del peso, echaba el producto en el centro y una vez pesado cogía el papel hábilmente, con cuidado por la mitad, por los dos extremos y los iba doblando uniéndolos poco a poco hacia arriba hasta el final, quedando totalmente pegados de manera casi hermética.
Frente a la panadería y la tienda de comestibles había una tienda de quincalla. Allí no entré yo nunca. Allí no había comida. Mi madre seguro que sí entró. Había muchos calcetines y medias que zurcir y mucha ropa vieja que remendar.
Victoriano Orts Cobos.
*****

(Re)visado el día 19 de marzo de 2016.